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– añadió besándola con suavidad-. Levántate.

– Necesito que venga Tillie.

– ¿Quién es Tillie?

– Mi doncella personal. Necesito que me traiga algo de ropa.

– Envuélvete en la colcha -contestó el conde-. Mi abuelo espera que le dé la sábana.

– ¿Para qué? -quiso saber Nyssa apresurándose a obedecer.

El conde deshizo la cama y señaló una mancha de sangre en mitad de la sábana.

– ^¿Lo ves? -preguntó antes de arrancarla de un tirón-. Eso prueba que anoche eras virgen y que esta mañana ya no lo eres.

Abrió la puerta de la habitación, tendió la sábana a su abuelo sin mediar palabra y volvió a echar la llave.

– Pediré a Toby que vaya en busca de tu doncella. Supongo que duerme en la habitación destinada a los criados de las damas de la reina, ¿verdad? Descríbemela para que Toby pueda encontrarla.

– Es una joven de mi edad, no muy alta y lleva el cabello recogido en una trenza -contestó Nyssa-. ¡Por favor, dile que sea discreto! -suplicó-. No quiero ni pensar en el escándalo que se organizará cuando todo se sepa.

El conde llamó a su criado y se apresuró a ponerle al corriente de lo ocurrido aquella.noche.

– Ayer me casé con esta dama -explicó al desconcertado muchacho-. No creas las habladurías que se extenderán por palacio dentro de pocas horas. Ahora vete y busca a Tillie, la doncella de mi esposa -ordenó.

– Dile que me traiga algo de ropa -añadió Nyssa-. La reina me espera pero no puedo ir a ninguna parte sin ropa.

– Sí, señora -dijo Toby haciendo un esfuerzo por apartar la mirada de la hermosa joven envuelta en una colcha y apresurándose a abandonar la habitación.

Le costó bastante convencer a Tillie de que su señora se encontraba en los aposentos del conde de March.

– No te creo -aseguró la joven negando con la cabeza-. Lady Nyssa está en la habitación de las damas, como debe ser.

– Te digo que no -replicó Toby tratando de no levantar demasiado la voz-. Está en la habitación de mi amo envuelta en una colcha y dice que no puede ir a ninguna parte sin su ropa. Quiere que tú se la lleves. Si no me crees, entra en el dormitorio de las damas y compruébalo tú misma. Nadie llama mentiroso a Toby Smythe.

Tillie recorrió la habitación donde creía haber dejado a Nyssa durmiendo pero no vio a, su señora por ninguna parte. Corrió al vestidor, tomó un vestido, un par de zapatos y un cepillo para el cabello y regresó junto al muchacho.

– ¡Deprisa, llévame a la habitación de tu amo! -le apremió-. Si descubro que me has tomado el pelo, me aseguraré de que tu señor te dé tu merecido. Yo misma estaré encantada de propinarte unos cuantos azotes.

– Eres una chica muy desconfiada, ¿sabes? -contestó Toby con una sonrisa-. Sigúeme y no hagas ruido.

Tillie abrió unos ojos como platos cuando entró en los aposentos del duque de Norfolk y admiró el lujo de las estancias pero no dijo nada. Toby llamó a una puerta cerrada y cuando ésta se abrió indicó a la muchacha que entrara. Nyssa la esperaba envuelta en una colcha, tal y como Toby había dicho.

– ¿Qué hacéis aquí, señora? ¿Por qué no estáis en la habitación de las damas?

– Soy una mujer casada, Tillie -respondió Nyssa-. Deja mi ropa sobre la cama y di a Toby que vaya a buscar agua caliente. Te lo contaré todo mientras me visto pero deseo hablar con su majestad antes de que los chismes malintencionados se extiendan por palacio. Tillie ordenó a Toby que trajera el agua y se sentó en la cama para escuchar la increíble historia de su señora. A una muchacha buena y sencilla como ella el plan del duque de Norfolk se le antojó poco menos que malvado pero se alegraba de que Nyssa hubiera decidido confiar en ella y le hubiera contado la verdad. Así sería más fácil cerrar la boca a las lenguas viperinas de la corte. Naturalmente, prometió a Nyssa guardar el secreto. A pesar de ser sólo una simple campesina, era una mujer muy inteligente y sabía que podía comprometer seriamente a su señora si contaba lo que ésta acababa de revelarle.

– El conde y vuestra madre se pondrán furiosos cuando se enteren -dijo-. No les gustará que os hayáis casado obligada y rodeada del escándalo y las suspicacias de los cortesanos. Insististeis hasta que os prometieron que podríais escoger a vuestro marido y ahora me pregunto cómo vais a explicar vuestro precipitado matrimonio. ¿Cómo es él, señora? -preguntó, incapaz de dominar su curiosidad-. ¿Es guapo? Algunas criadas dicen que es un seductor incansable pero sospecho que la mitad de esas historias son pura invención y la otra mitad, exageración.

– No sé qué pensar, Tillie -confesó Nyssa-. Ha sido amable y considerado conmigo pero no sé si puedo confiar en él. El tiempo dirá…

– ¿Dónde viviréis?

– De momento nos quedaremos en palacio pero dentro de unas semanas nos trasladaremos al castillo del conde, al otro lado de Riverside. Gracias a Dios tendremos a nuestra familia y amigos muy cerca. Lord De Winter está cansado de la vida de palacio y desea instalarse en el campo definitivamente.

– Entonces no debe ser tan malo como dicen -concluyó Tillie.

En ese momento Toby entró en la habitación arrastrando una tina de madera.

– ¿Dónde la dejo? -jadeó.

– Junto al fuego, tonto -contestó Tillie-. ¿Dónde la vas a dejar? ¿Quieres que mi señora muera de un resfriado?

– Eres bonita como un día de verano pero un poco descarada -rió el muchacho-. Voy a buscar el agua.

– Será mejor que te ayude o nos llevará toda la mañana -dijo Tillie, en absoluto intimidada por el ingenioso cumplido que acababa de recibir.

La bañera no tardó en llenarse con la ayuda de algunos de los criados del conde. Tillie echó a Toby de la habitación sin demasiados miramientos y cerró la puerta con llave antes de ayudar a Nyssa a desvestirse y a meterse en la bañera. La joven se ruborizó al descubrir los restos de sangre en la parte superior de sus muslos y agradeció el silencio discreto de su doncella.

– ¿Dónde está vuestro marido, señora? -se atrevió a preguntar Tillie mientras la secaba.

– Se ha ido -contestó Nyssa. La verdad era que no tenía ni idea de dónde se encontraba. Él no le había dicho a dónde se dirigía a aquellas horas de la mañana y ella no se había atrevido a preguntar. Ahora debo concentrarme en la reina, se repitió mientras Tillie le ponía un vestido de seda color rosa bordado en plata y le cepillaba el cabello. En vez de dejárselo suelto, la doncella se lo recogió en un moño bajo sujeto con una redecilla plateada.

Nyssa contempló su imagen en el espejo y suspiró apesadumbrada.

– Me siento tan vieja, Tillie.

– Este nuevo peinado os sienta muy bien, señora -aseguró la doncella.

– Debo ir a ver a su majestad cuanto antes.

– ¿Qué queréis que haga con vuestras cosas ahora que ya no sois dama, de honor de la reina? ¿Vais a vivir en estas habitaciones hasta que nos marchemos?

– No deseo compartir mis aposentos con un hombre como el duque de Norfolk -contestó Nyssa, muy digna-. Lleva mis pertenencias a casa de mis tíos. Toby te ayudará.

– ¿Qué dirá vuestro marido, señora?

– No lo sé, Tillie -suspiró la joven antes de abandonar la habitación.

Ana de Cleves ya se había levantado cuando Nyssa llegó a sus habitaciones y sus compañeras interrumpieron su animada charla al verla entrar. Parecían asustadas y la contemplaban con los ojos abiertos como platos. Lady Rochford dominaba la situación y apenas podía contener una sonrisa triunfante. Demasiado tarde, se lamentó Nyssa. Lo saben.

– Ya no sois dama de honor de la reina, lady Wynd-ham… quiero decir lady De Winter -se apresuró a decir lady Browne, quien parecía incómoda.

– El rey me aseguró que podré seguir sirviendo a la reina mientras ella necesite a sus amigos a su lado.