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– ¡Porque la bañera no es lo bastante grande para los dos! -gritó Nyssa poniéndose en pie-. La casa no es nuestra y debemos devolver todo el mobiliario en perfectas… ¿Por qué me miráis así? -se interrumpió. De repente advirtió que estaba desnuda-. ¡Qué vergüenza! -murmuró mientras buscaba a tientas una toalla para cubrirse.

Varian de Winter apenas podía respirar mientras recorría con ojos ávidos el cuerpo desnudo de Nyssa. Una gota de agua resbaló entre sus pechos y se perdió entre sus piernas. Incapaz de contenerse, alargó un brazo y la enlazó por la cintura. Nunca había deseado tanto a una mujer.

Nyssa sintió que la cabeza le daba vueltas al sentir los labios de Varian sobre los suyos y el calor que su cuerpo emanaba. Estaba besando a un hombre a quien apenas conocía y sin embargo, no era miedo precisamente lo que sus caricias despertaban en ella. Le acarició su pecho liso de piel ardiente y se dijo que, fuera lo que fuera lo que él sentía por ella, ella también lo sentía.

Los expertos dedos de Varian encontraron las horquillas que mantenían recogida la larga melena de Nyssa y le soltó el cabello sin dejar de besarla. Casi se le detuvo el corazón cuando sintió los dedos torpes de Nyssa tratando de desabrocharle los pantalones. Sin soltar a su esposa, se desprendió de todas sus ropas y les propinó un puntapié.

Nyssa se separó unos centímetros y trató de recuperar la respiración.

– ¿Qué es lo que siento, Varian? -preguntó mirándole a los ojos-. ¿Por qué no consigo oponerme a tus besos y tus caricias? Yo no te amo y sin embargo…

– Lo que sientes no es amor sino deseo -contestó Varian mientras recorría la espalda de la joven y le acariciaba las nalgas.

– La Iglesia dice que la lujuria es pecado -susurró Nyssa apretándose contra él-. «La cópula entre esposos tiene como fin engendrar hijos» -recitó-. Nunca había oído decir que fuera un acto agradable pero anoche me gustó, a pesar de que me dolió un poco. ¿Es pecado que me guste?

– No, querida -aseguró Varian recorriéndole la columna con un dedo-. Aunque la Iglesia se niega a admitirlo públicamente, la pasión entre un hombre y su esposa está permitida.

Mientras Varian hablaba, Nyssa apoyó la punta de la lengua en los labios de su marido. De repente había sentido un irrefrenable deseo de hacerlo. Como toda respuesta, Varian buscó su boca con insistencia y le introdujo la lengua. Ante su sorpresa, Nyssa no se apartó asustada, sino que se apretó todavía más contra él para recibir mejor aquel beso. Lentamente, Varian la obligó a darse la vuelta hasta que tuvo la espalda apoyada en su pecho y pudo ver sus figuras reflejadas en el estrecho espejo que utilizaba para arreglarse. Cubrió los pechos de la joven con sus manos y la oyó contener un gemido.

Fascinada, Nyssa contempló la imagen que el espejo le devolvía. Nunca se había mirado al espejo estando desnuda y se preguntaba si era la tenue luz del fuego que ardía en la chimenea lo que transformaba su imagen en la de un cuerpo exuberante. Las manos de Varian parecían enormes y, sin embargo, sus pechos se adaptaban a ellas a la perfección. Varian le acarició los pezones e inclinó la cabeza para besarla en el cuello y en el hombro.

– Eres preciosa, Nyssa -murmuró sin soltarle el pecho izquierdo y enterrando la otra mano en su vientre-. ¿Sabes que eres preciosa?

Nyssa entornó los ojos y permitió que los dedos de Varian encontraran su recompensa. Apretó sus nalgas contra él y gimió.

– Tus caricias hacen que me sienta atrevida -confesó.

– Me gusta -contestó él mordiéndole el lóbulo de una oreja-. Te voy a enseñar a ser muy atrevida.

Cuando sus caricias se hicieron más insistentes, Nyssa quiso cerrar los ojos pero Varian la obligó a contemplar en el espejo los cambios que se producían en su rostro mientras él la excitaba. A cada nueva caricia su cuerpo se encendía más y la imagen que le devolvía el espejo probaba que él sentía lo mismo.

– Ahora… -suplicó.

– Todavía no -replicó él tomándola en sus brazos y llevándola a la cama. Ante la sorpresa de Nyssa, no la acostó a lo largo, sino a lo ancho, de manera que sus piernas colgaban fuera. Sorprendida pero incapaz de moverse, Nyssa contempló a su marido mientras éste se arrodillaba frente a ella y le separaba los muslos. De repente, su lengua empezó a recorrer su carne sensible.

– ¡No…! -protestó débilmente-. ¡Varian, no, por favor!

Quiso pedirle que se detuviera pero no tenía fuerzas para hacerlo. La sensación que sentía era tan agradable que estaba segura que aquél tenía que ser un acto prohibido. Trató de oponerse a sus besos pero, cuando la agradable.sensación empezó a poseerla, dejó de resistirse. ¡Era maravilloso! Cuando creía que no iba a ser capaz de soportarlo más, Varian se separó de ella y vio que él también estaba a punto de estallar de deseo.

Varian se puso en pie, apoyó las rodillas en el borde de la cama, se inclinó hacia adelante y, levantando a Nyssa por las nalgas, empezó a penetrarla. Le acarició los pechos con una mano y se introdujo en su cuerpo dando furiosas embestidas que de repente le hicieron sentirse muy fuerte.

Varían le hacía daño al hundirle las uñas en los pechos pero la sensación de tenerle dentro resultaba tan agradable que ni siquiera lo notaba. Casi sin darse cuenta, rodeó el cuerpo de su marido con los brazos y las piernas y hundió el rostro en su cuello. Un sonido parecido a un gemido se escapó del fondo de su garganta. No parecía un sonido humano y estaba segura de que nunca había emitido un gruñido así. Esta vez no sintió dolor, sino una tensión creciente que se hizo tan intensa que temió no poder soportarla durante mucho tiempo.

– ¡Nyssa! -sollozó Varían hundiendo el rostro en su cabello húmedo-. ¡Dios mío, nunca había deseado tanto a una mujer!

Nyssa tuvo tiempo de oír aquellas palabras antes de quedar atrapada en una espiral de colores vivos que le arrebató el poco dominio de sí misma que conservaba. Se sentía como la mariposa que aletea desesperada atrapada en la red del cazador.

– ¡Varían…! -gimió en el momento en que él se vaciaba antes de caer entre sus brazos exhausto.

Segundos después, Varían levantó la cabeza y buscó los ojos de Nyssa. La joven estaba pálida y apenas respiraba, pero sus ojos azul violeta estaban bien abiertos.

– Te quiero, Nyssa -declaró apasionadamente-. ¡Te quiero!

– No digas eso -sollozó ella-. Yo no te amo. ¡Ni siquiera te conozco! ¡No es justo! El destino nos ha hecho marido y mujer pero yo no estoy enamorada de ti. ¿Cómo puedes amar a una mujer a quien no conoces? Esas cosas sólo ocurren en los cuentos de hadas.

– Te quiero, Nyssa -repitió Varían-. Te lo dije anoche y te lo vuelvo a repetir ahora. Te quiero desde la primera vez que te vi en Hampton Court. Ni yo mismo lo entiendo, pero es así. Cuando mi abuelo amenazó con entregarte a otro hombre si no accedía a tomar parte en su plan, supe que me moriría de celos. Eres mía, Nyssa, ¡mía! Yo te enseñaré a quererme.

Dicho esto, suspiró y apoyó la cabeza en-el pecho de Nyssa mientras ésta le acariciaba el cabello. ¿Cómo se aprende a amar a un desconocido?, se preguntó. Su madre se había casado con Edmund Wyndham sin conocerle y había aprendido a hacerlo. Y Anthony, su padrastro, siempre había amado a Blaze en secreto, incluso cuando ésta le culpó injustamente por la muerte de su primer marido. El amor era un sentimiento de lo más curioso: el mismo Varían, sin ir más lejos, aseguraba amarla aún sabiendo que ella nunca habría accedido a casarse con él.

De repente advirtió que estaba hambrienta. No había probado bocado desde primera hora de la mañana, cuando Tillie le había llevado un poco de pan y una copa de vino.

– Tengo hambre, señor -dijo-. ¿Habéis comido algo?

– Eres una muchacha muy codiciosa -rió Varían ayudándola a ponerse en pie-. ¿No basta mi amor por ti para calmar tu apetito?

– Siento el estómago vacío, señor -replicó Nyssa-. A mi tía le gusta la buena mesa y apuesto a que ha hecho trabajar duro a las cocineras.