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– ¿Qué te parece si llamamos a Tillie y le pedimos que nos traiga algo de comer? -propuso Varían-. Haceros el amor me da un hambre canina.

– Será mejor que os tapéis un poco -sugirió Nyssa volviendo a la cama y ocultando su desnudez bajo la colcha-. Tillie es una buena chica y no debéis avergonzarla.

Varían de Winter se puso los pantalones y llamó a los dos criados. Ordenó a Tillie que les subiera algo de comer y a Toby que llenara de nuevo la bañera. Minutos después, Tillie regresó acompañada de dos doncellas. Las muchachas no pudieron reprimir una risita nerviosa al ver a su señor medio desnudo y descalzo. Tillie las reprendió con una mirada severa y les dio un papirotazo en la cabeza…

– ¡Cuidad vuestros modales! -siseó.

Les ordenó dejar las bandejas sobre una larga mesa de madera de roble situada junto a la ventana y ella hizo lo mismo con las copas y las jarras de vino y cerveza que traía. Hizo una reverencia a su señora y a su nuevo señor y las tres doncellas se apresuraron a abandonar la habitación. Toby terminó de llenar la bañera y también les dejó solos.

– ¿Vais a bañaros ahora o preferís comer primero? -preguntó Nyssa.

– El agua está demasiado caliente -contestó Varían mientras inspeccionaba el contenido de las bandejas-. Tenías razón: a tu tía le gusta la buena mesa. Espero que te parezcas a ella -añadió.

– No debéis preocuparos -aseguró Nyssa-. Cumpliré con mis deberes de esposa. ¿Es vuestra casa grande y distinguida?

– No; es una propiedad muy modesta. Apenas he vivido allí y quizá la encuentres algo descuidada pero tienes mi permiso para decorarla a tu gusto. Quiero pasar el resto de mis días allí, contigo y con nuestros hijos. A veces pienso que mi padre debe haberse sentido muy solo. Se casó muy mayor y mi madre murió al nacer yo. Cuando me trasladé a casa de mi abuelo apenas pasaba allí cortas temporadas durante el verano y después de su muerte sólo he vuelto cada mes de septiembre para cazar -Mientras hablaba, el conde se sirvió una generosa ración de ternera, capón, ostras crudas, pan y queso. Se sentó sobre la cama y se volvió hacia Nyssa-. Cuéntame cómo era tu vida en Riveredge. Tu padre era conocido en la corte por ser un hombre agradable y hospitalario. Hasta mi padre decía que Ed-mund Wyndham era todo un caballero.

– Por desgracia, yo sólo tenía dos años cuando murió y no le recuerdo -contestó Nyssa-. Anthony Wyndham es el único padre que he conocido. Riveredge es el lugar más maravilloso del mundo y últimamente no dejo de preguntarme por qué tuve que marcharme. Tengo cinco hermanos y dos hermanas gemelas que nacieron hace seis meses. ¡Apuesto a que se han convertido en unos bebés preciosos! -añadió orgullo-sa-. Mis mejores amigos eran los potros, los caballos, los perros y mi prima María Rose. En verano solíamos atravesar los campos descalzas y en invierno nos encantaba hacer excursiones a caballo. Como veis, tuve una infancia de lo más sencilla.

– Te equivocas, Nyssa -replicó Varían-. Eres una mujer afortunada. Tienes un padre y una madre que te adoran, muchos hermanos y tíos, primos y abuelos que viven cerca de tu casa y están ahí cuando les necesitas.

– ¿Y vos, señor? -preguntó Nyssa sospechando que el pobre huérfano criado por su poderoso abuelo no debía haber tenido una infancia muy feliz. En casa del duque de Norfolk no debía haber habido lugar para el amor cuando incluso la duquesa había hablado mal de Thomas Howard tras separarse de él-. ¿Tuvisteis una infancia feliz?

– ¿Feliz? -replicó él esbozando una amarga sonrisa-. Siempre fui un niño muy solitario. Yo no era el heredero del conde de March, sino el hijo de la hija bastarda de Thomas Howard. A pesar de ello, crecer junto a un hombre como mi abuelo fue una experiencia de lo más educativa y nunca tuve tiempo de compadecerme de mí mismo. Es un hombre cruel y despiadado pero también tiene muchas virtudes. Sin embargo, me he dado cuenta de que no me quiere tanto como yo creía. Sabe que no apruebo sus métodos y, ahora que soy un hombre casado y con responsabilidades, no se atreverá a impedirme que regrese a Winterhaven y comience una nueva vida. Mis tierras son extensas pero están muy descuidadas. ¡Tendremos que trabajar duro para sacarlas adelante, querida! -suspiró-. Come algo más -ordenó al advertir que la joven había dejado de comer-. Necesitas recuperar fuerzas; no pienso dejarte salir de esta cama en toda la noche.

– ¿Es por eso que no dejáis de comer ostras? -preguntó Nyssa-. ¿Es cierto que son un reconstituyente excelente? Así lo afirman las damas de la corte.

– Enseguida lo verás -contestó Varían esbozando una sonrisa picara-. Te aconsejo que comas ahora que puedes.

Nyssa saltó de la cama en absoluto avergonzada por su desnudez y se acercó a la mesa. Sonrió cuando oyó a su marido contener la respiración y volvió a maravillarse al advertir el efecto que la sola visión de su cuerpo desnudo ejercía en él. Tomó un trozo de capón, una alcachofa y un poco de pan con matequilla y se volvió hacia su marido.

– ¿Vino o cerveza, señor? -ofreció con voz suave y un guiño malicioso.

– Cerveza, por favor -consiguió articular él. Saltaba a la vista que Nyssa había descubierto el poder de la seducción y lo utilizaba sin piedad. La joven le sirvió una copa y se la tendió-. Nunca había sido servido por una camarera desnuda -rió-. ¿Va a ser siempre así?

– Si queréis…

– Come, Nyssa -ordenó Varían-. Yo casi he terminado pero se me empieza a despertar otra clase de apetito que deseo satisfacer cuanto antes.

– Primero debéis bañaros -contestó Nyssa mor diendo delicadamente el pedazo de capón que se había servido.

– Lo haré si tú me ayudas -replicó él-. Siempre he querido tener una esposa que me bañara. Después, yo te bañaré a ti.

– Yo ya me he bañado -le recordó Nyssa sonriendo al rememorar cómo había terminado el baño. Nunca había imaginado que un hombre y una mujer pudieran tentarse el uno al otro de esa manera, pero disfrutaba haciéndolo. Terminó de comerse el pollo y cogió el pedazo de pan untado en mantequilla. Sin dejar de mirarle, frotó el dedo índice en la mantequilla y se lo llevó a la boca. Hasta ahora no se había dado cuenta de que los hombres no son más que niños grandes y que, como a éstos, les encanta jugar. Sin embargo, los juegos de los niños mayores parecían más peligrosos y también más satisfactorios. Cuando se hubo comido todo el pan, se puso en pie y se dirigió a la mesa para servirse una copa de vino. Sentía la mirada de Varían clavada en su espalda y empezaba a preguntarse si no habría sido mejor cubrir su desnudez con la colcha. Avergonzada, empezó a juguetear nerviosamente con las hojas de una alcachofa.

Es una criatura adorable, se dijo Varían. No acababa de creerse que Nyssa fuera su esposa. No hacía ni veinticuatro horas que eran marido y mujer y la deseaba más que nunca. La belleza, inteligencia, prudencia, sensualidad y sentido del humor de la joven le fascinaban y despertaban su admiración. Hasta ahora, las mujeres con las que había estado no habían sido más que cuerpos bonitos. En el fondo, él sabía tan poco sobre las mujeres como Nyssa sobre los hombres. Se preguntaba si su abuelo era consciente del maravilloso regalo con que le había recompensado; Thomas Howard no era considerado un hombre desprendido y generoso precisamente.

– Estoy lista para bañaros, señor -dijo Nyssa rompiendo el silencio.

Varían se puso en pie y se despojó de sus pantalones. Nyssa se encendió hasta la raíz del cabello y Varían contuvo una sonrisa. A pesar de que empezaba a tener experiencia, seguía ruborizándose cada vez que le veía desnudo. La joven se inclinó para comprobar la temperatura del agua y Varían tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse.

– ¿Cómo está, señora? -preguntó-. No me gusta el agua muy caliente; se me arruga la piel.

– Yo la encuentro perfecta, pero si lo deseáis podéis comprobarlo vos mismo.