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– No es necesario -replicó Varían acomodándose en la bañera-. Me fío de tu palabra. Ven aquí -añadió tendiéndole la mano-. En esta bañera caben dos personas y he ordenado a Toby que no la llene demasiado.

– ¿Habéis dicho a Toby que íbamos a bañarnos juntos? -exclamó Nyssa, incrédula-. ¿Cómo habéis podido hacer algo así? ¿Qué pensará ahora de nosotros?

– No le pago para que piense.

– Lo creáis o no, los criados piensan -aseguró Nyssa-. Y también hablan. Casi todas los comentarios maliciosos que se extienden por palacio han sido iniciados por los criados. Si queréis averiguar los detalles de cualquier escándalo no tenéis más que preguntar a cualquier criado.

Varían la miró perplejo como si nunca se hubiera hecho aquella reflexión. Los hombres son tan tontos, se dijo ella. No se dan cuenta de las cosas hasta que no les cuelgan delante de las narices. Seguramente nunca se le había ocurrido preguntar a Toby de dónde sacaba la información que le daba sobre otros caballeros de la corte. Incluso su leal y discreta Tillie aprovechaba las oportunidades de intercambiar jugosas habladurías que se le presentaban.

– Ya que hagas lo que hagas vas a ser acusada de libertina, métete en la bañera de una vez -insistió el conde-. Quiero que me enjabones la espalda.

Los ojos de Varían brillaban con tanta intensidad que Nyssa no supo resistirse a sus deseos. Hasta ahora sus juegos no le había proporcionado más que placer y se sentía tan acalorada y sudorosa que le apetecía tomar otro baño. Su marido insistió y Nyssa se apresuró a meterse en la bañera sentándose frente a él.

– ¿Estás bien? -preguntó Varían.

– Sois el hombre más descarado y peligroso que he conocido en mi vida -respondió Nyssa-. ¿Cómo voy a frotaros la espalda desde aquí?

– Me daré la vuelta -replicó él levantando grandes salpicaduras al hacerlo.

Nyssa tomó la pastilla de jabón, la pasó sobre la espalda de su marido y le frotó con una esponja suave. Su columna era más larga y sus hombros más anchos de lo que le había parecido la noche anterior.

– Ten cuidado -dijo Varían sacándola de sus cavilaciones-. Tengo la piel muy delicada.

– Dejad de tomarme el pelo -protestó Nyssa mientras le enjuagaba la espalda-. Ya he terminado.

– Ahora el pecho -ordenó dándose la vuelta y situándose frente a ella.

– ¡Caprichoso! -exclamó Nyssa. Obedientemente, tomó la pastilla de jabón y se la pasó por el pecho realizando suaves movimientos circulares-. Ya está. ¿Satisfecho?

– Ahora me toca a mí -dijo él quitándole la pastilla de jabón y jugueteando con sus pechos.

– ¡Así no vale!

– ¿Por qué no? -replicó Varían sofocando una carcajada y adoptando la expresión más inocente de su repertorio. Le enjuagó el torso, le besó sus pequeños pechos y, levantándola a peso, la sentó en su regazo-. Ahora la espalda.

Nyssa ahogó un grito. ¡Nunca había pensado que dos personas pudieran hacer el amor en la bañera! Las manos de Varían recorrían su espalda mientras le introducía su miembro haciéndola estremecer de placer. Tomó el rostro de Nyssa entre sus manos y lo cubrió de besos mientras sus cuerpos se enredaban.

– Échate de espaldas -susurró Varían.

Nyssa obedeció y Varían le besó la garganta y los pechos mientras sus embestidas se hacían más intensas y rápidas. Estaba trastornado de deseo y Nyssa no pudo evitar clavarle las uñas en un hombro.

– Zorra… -siseó él antes de rodear un pezón de su pecho con sus labios y succionar con fuerza.

– ¡Varían! -gimió Nyssa-. ¡Esto es una locura!

– No me canso de tenerte entre mis brazos -contestó él-. ¿Por qué, Nyssa? -sollozó mientras la besaba apasionadamente-. ¿Por qué?

Nyssa se dio cuenta de que no era capaz de resistirse a los besos y caricias de su marido. La pasión es una droga tan estimulante como el chocolate, se dijo mientras abría los brazos para acogerlo, y lloró de placer cuando Varían se vació en ella. Nunca había imaginado que las parejas hicieran el amor con tanta frecuencia y en lugares tan curiosos como aquél.

– Te adoro -dijo Varían besándola en los labios con suavidad-. Eres maravillosa.

– No puedo evitarlo -confesó Nyssa ruborizándose-. Me gusta que me hagas el amor.

– Hemos mojado el suelo. ¿Quieres que llame a alguien para que recoja toda esta agua o prefieres que volvamos a la cama? Podemos beber una copa de vino y descansar un poco y quizá esta noche volvamos a pasar un buen rato.

– El agua se secará sola -replicó Nyssa con tono práctico-. Tillie quitará las manchas del suelo mañana. ¡Vuelvo a tener apetito! -exclamó divertida-. ¿Ocurre siempre así?

Ambos salieron de la bañera y se secaron. Nyssa cortó algunas rebanadas de pan, las untó con mantequilla y colocó un pedazo de ternera sobre una de ellas. Le dio un bocado, la saboreó y se la tendió a su marido.

– ¿Quieres un poco? Está delicioso.

– Me prepararé uno yo mismo y tomaré una tartaleta de pera como postre.

– Yo había pensado en otro postre -replicó Nyssa esbozando una sonrisa picara.

– Señora, debéis darme algo de tiempo para recuperar las fuerzas.

– Entonces, ¿no podéis…?

– No lo he hecho desde que tenía diecisiete años -rió Varian-. No te preocupes, Nyssa; pienso cumplir como marido. Me excitas más que cualquier otra mujer pero estoy a punto de cumplir treinta años y necesito más tiempo que antes para recuperarme. Tú eres joven y prometo complacerte en todo lo que me pidas… siempre y cuando no busques la compañía de un amante y me rompas el corazón.

– ¡Yo nunca haría algo así! -aseguró ella-. Soy tu esposa y te debo fidelidad.

– Eres una mujer noble y generosa -repuso Varian, admirado-. Apenas hace veinticuatro horas mi familia arruinó tu reputación y te obligó a casarte conmigo. ¿Es un buen motivo para serme fiel? Espero ganarme tu amor y tu confianza pero entiendo que me odies.

– Varian, ¿no acabas de decirme que no veías con buenos ojos el plan de tu abuelo pero accediste a tomar parte en él cuando amenazó con entregarme a otro hombre? -replicó Nyssa sentándose en la cama y mordisqueando el pedazo de pan con mantequilla que sostenía en la mano-. Ésa es razón más que suficiente para serte fiel. Me has salvado de Dios sabe cuántos horrores.

– Pero tú no me amas.

– Eso es verdad, pero debes darme tiempo para aprender a hacerlo. Aunque no te prometo nada, sólo llevamos un día casados y creo que ya empiezas a gustarme -confesó-. Eres bueno y tienes sentido del humor. Quizá cuando te conozca mejor…

– Entonces, ¿no estás enfadada conmigo?

– Estoy furiosa con tu abuelo -contestó Nyssa-. Por su culpa hemos tenido que casarnos a medianoche y a escondidas. A pesar de que no somos nobles influyentes, siento haber enojado al rey. Enrique Tudor ha sido muy generoso con mi familia y me apena que piense que he traicionado su confianza. ¡Ojalá pudiera explicarle la verdad y hacerme perdonar! -suspiró-. Mi madre tampoco conocía a Edmund Wyndham cuando se casó con él. Antes de la boda sólo le vio en una ocasión: fue a través de una rendija el día que fue a pedir la mano de una de las hermanas Morgan. ¡No sabía cuántas hijas tenía mi abuelo ni tampoco la edad de cada una! -rió-. Mi abuelo se lo tomó como una ofensa.

– ¿Y por qué escogió a tu madre? -preguntó Va-rian, muy interesado en la historia de su suegra.

– Mamá tenía dieciséis años y era la hermana mayor -contestó Nyssa-. Las epidemias habían diezmado los rebaños de mi abuelo en dos ocasiones y el pobre se encontró sin un penique que ofrecer como dote'a sus ocho hijas. Cuando el conde de Langford llegó un día a pedir la mano de una de ellas, mi abuelo le miró con desconfianza pero acabó accediendo a escuchar sus razones porque Edmund Wyndham era un caballero de excelente reputación. Mi padre explicó que acababa de enviudar y que su esposa había muerto sin dejar herederos. La fertilidad de mi abuela era conocida en toda la región y él había acudido a los Morgan de Ashby en busca de una nueva esposa que le diera muchos hijos. Mi abuelo se hizo de rogar un poco, pero mi padre le hizo una oferta tan generosa que no pudo negarse: aceptó casarse con mi madre a pesar de que no tenía dote y se ofreció a comprarle todo cuanto necesitara, a dar la dote necesaria para que sus sietes hermanas pudieran casarse y a ayudar a mi abuelo a recuperarse de la pérdida de su ganado. Mi madre se puso furiosa y le acusó de vender a su hija por un plato de lentejas. Sus hermanas, en cambio, estaban locas de alegría. Anthony Wyndham, el sobrino y procurador de mi padre, fue a buscarla y la acompañó hasta Riveredge. Mamá dice que llegó dispuesta a odiar a mi padre pero fue tan bueno con ella que no tardó en enamorarse de él. Cuando murió, yo tenía dos años y mamá estaba embarazada. Culpó al pobre Tony de la muerte de mi padre y cuando perdió al bebé, le odió todavía más. Mi tía Bliss la vio tan trastornada que se la llevó a la corte a descansar pero el rey se encaprichó de ella en cuanto la vio. A Tony, que siempre había estado enamorado de la esposa de su tío y la había seguido hasta palacio como un manso corderito, se le cayó el alma a los pies cuando se enteró.