– Gracias por haber sido tan generoso con nosotros, Hal -respondió Blaze, abrumada, tomando una mano del rey y besándola con efusión antes de dejarse caer sobre la almohada, agotada.
El rey se puso en pie, abandonó la habitación de puntillas y regresó al comedor, donde le esperaba el resto de la familia Wyndham.
– Espero veros pronto en mi corte, doña Nyssa, y también a vuestros hermanos. Servid bien a mi reina y tendréis mi amistad y mi favor -dijo a modo de despedida antes de partir.
– ¡Qué día tan ajetreado! -suspiró lady Morgan-. ¡No puedo creerlo! Tres de mis nietos van a ser llama dos a la corte y tengo dos nietas más. Por cierto, Bliss, ¿por qué no me habías dicho que vas a pasar el invierno en palacio? -añadió dejándose caer en un sillón y dirigiendo una mirada severa a su hija.
– Lo mismo digo -intervino Ówen Fitzhugh-. No he querido contradecirte delante del rey, querida, pero sabes que no es cierto. Hace años que decidimos alejarnos de la corte y no tengo ningún deseo de regresar.
– ¡Vamos, Owen, no seas aguafiestas! -replicó Bliss-. ¡Es una oportunidad magnífica para Nyssa! El 31 de diciembre cumplirá diecisiete años y si no hacemos algo pronto se convertirá en una solterona. La corte es el lugar perfecto para una joven de la posición de Nyssa. Además, la pobre Blaze tiene demasiado trabajo con tantos niños en casa. He pensado que sería una buena idea llevarnos a nuestro Owen y a nuestro sobrino Edmund con nosotros.
– ¡¿Qué?! -rugió su marido.
– ¿Llevaros a mi Edmund? -añadió Blythe.
– ¿Qué hay de malo? -respondió Bliss-. Philip Wyndham, nuestro Owen Fitzhugh y Edmund Kings-ley apenas se llevan unos meses y son excelentes amigos. Nunca han estado separados durante mucho tiempo y, aunque Philip tendrá mucho trabajo como paje real, todavía le quedará tiempo para jugar con sus primos. ¡Será tan divertido para ellos! -concluyó esbozando una sonrisa radiante.
– Estoy de acuerdo con mi cuñada -intervino lord Kingsley con los ojos brillantes de alegría-. A los muchachos les vendrá bien pasar una temporada fuera de casa.
– ¡Lo que mi cuñado quiere decir es que le parece maravilloso que nos llevemos a ese diablo que tiene por hijo durante unos meses! -espetó Owen Fitzhugh, cada vez más irritado.
– Cuidarás de que no me pongan en evidencia delante de las otras damas, ¿verdad, tía Bliss? -preguntó Nyssa, inquieta-. Una cosa es que Philip y Giles me acompañen a la corte y otra es que también vengan los primos Owen y Edmund. El tío Owen tiene razón: cuando esos tres se juntan, es para echarse a temblar. ¿Por qué ha tenido mamá que pedir al rey que también se llevara a los chicos? -se lamentó.
– ¡Nyssa, no seas egoísta! -la reprendió lady Morgan.
– ¡Abuela, tú siempre te pones de parte de ellos! -acusó la joven-. Sabes que tengo poca paciencia y que pierdo los estribos con facilidad. ¿Cómo me voy a comportar con el decoro y la compostura propios de una dama de honor si mi hermano y mis primos no dejan de hacerme rabiar?
– ¿Crees que no tendrán nada mejor que hacer que hacerte rabiar? -replicó su abuela.
– Son peores que una tribu de salvajes -se desesperó Nyssa-. ¡Disfrutan metiéndose conmigo!
– Es tan fácil hacerte rabiar, hermanita, que no podemos evitarlo -intervino Philip esbozando una sonrisa traviesa-. Si no nos hicieras el menor caso te habríamos dejado en paz hace mucho tiempo.
– ¡Oh, Philip, qué malo eres! -rió lady Morgan negando con la cabeza-. Debes mostrar más respeto por tu hermana mayor. Ninguna mujer de esta familia ha ocupado un lugar tan privilegiado en la corte. ¡No puedo creerlo: dama de honor de la reina! -añadió poniendo los ojos en blanco.
– Pues yo creía que ser amante del rey era todavía más importante -replicó el muchacho.
– ¡Philip, qué atrevimiento! -exclamó su abuela escandalizada-. ¿Quién ha estado llenándote la cabeza de mentiras?
– Tranquilízate, abuela -intervino Nyssa-. Mamá nos lo ha contado todo. Temía que las malas lenguas nos hicieran daño cuando fuéramos mayores, así que ella misma nos relató lo ocurrido durante su breve estancia en la corte y papá estuvo de acuerdo. Todos sabemos que mamá fue amante del rey Enrique. Afortunadamente, de esa unión no nació ningún hijo así que nunca habrá problemas de sucesión. El rey siempre ha sabido que estaba en deuda con mamá y por eso ha accedido a llevarnos a la corte. ¡Después de todo, los Wyndham de Riveredge somos una familia muy importante! -concluyó.
– ¡Vaya! -bufó lady Morgan sin saber qué decir-. ¡Pues sí que estamos bien!
– ¡Vamos, mamá, no hay para tanto! -exclamó la condesa de Marwood-. Nyssa tiene razón: en cuanto se sepa quién fue su madre toda la corte empezará a chismorrear. Los niños conocen la historia de boca de la propia Blaze y podrán defenderse de los comentarios malintencionados que sin duda les dirigirán las cotillas mayores del reino.
– ¿Y qué me dices de ti, mala madre? -se revolvió la anciana-. ¿Piensas regresar a la vida licenciosa de palacio y dejar a tus hijos al cuidado de los criados?
– He dado a Owen tres hijos y una hija -contestó Bliss, impasible-. Mi marido me prometió que regresaríamos a la corte cuando los niños fueran lo bastante mayores para valerse por sí mismos y eso es lo que pienso hacer.
– Además, yo no me moveré de aquí y podré cuidar de ellos -añadió Blythe, que aborrecía las peleas familiares.
– ¡Necesitaré ropa nueva! -exclamó Nyssa reclamando la atención de sus tías y sus abuelas. ¡Iba a ser dama de honor de la reina y ellas no hacían más que discutir por asuntos sin importancia!
Blythe se hizo cargo de la inquietud de su sobrina y se apresuró a cambiar de conversación.
– Nyssa tiene razón -dijo-. Necesitará renovar todo su vestuario. Sus vestidos son más propios de una campesina que de una cortesana. ¿Tú qué dices, Bliss?
Bliss, la experta en moda de la familia, asintió.
– Tenemos que equiparla de pies a cabeza y no disponemos de mucho tiempo -aseguró-. La nueva reina llegará dentro de dos meses y el rey ha dicho que Nyssa debe estar allí semanas antes.
– La costura no se me da demasiado bien -tonfe-só Nyssa, avergonzada.
– Cuando tu madre se casó con tu padre tuvimos que coserle el ajuar entre todas -rió su tía Blythe-. No te preocupes, pequeña; tendrás tu ropa a punto a tiempo. Lo haremos entre todas y pediremos ayuda a la costurera de tu madre. Mañana mismo empezaremos a escoger las telas.
Al día siguiente, mientras Blaze se recuperaba del alumbramiento de las gemelas, Nyssa y sus tías Bliss y Blythe recorrieron el almacén de telas. Nyssa estaba nerviosísima: en sus dieciséis años de vida no había atravesado nunca los límites de las tierras de los Wyndham.
– Ésta no me gusta, tía -protestó cuando la condesa de Marwood separó varios metros de tela ricamente bordada-. Es demasiado elegante.
– Hazme caso -replicó Bliss-. Es exactamente lo que necesitas. En palacio, todo el mundo viste de punta en blanco a todas horas y en todas las ocasiones. Tienes una piel preciosa, pequeña -añadió inclinándose sobre su sobrina para mirarla de cerca-. Has heredado los ojos azules de tu madre y su rostro en forma de corazón. El color oscuro del cabello, en cambio, es de tu padre, pero el contraste resulta muy atractivo.
– Mamá dice que el cabello de mi padre era más oscuro que el mío -repuso Nyssa. No recordaba a Ed-mund Wyndham, quien había muerto cuando la pe quena sóJo tenía dos años. Anthony, el sobrino de Ed-mund, era el único padre que había conocido.
– Es cierto -asintió su tía-. Tu padre no tenía esos reflejos dorados que adornan tu cabello y tanto te favorecen.