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– Así que éste es el final -suspiró la reina dirigiéndose a Hans en alemán-. Hendrick se casará con la joven Howard y pasará un romántico verano en su nido de amor. ¡Pobre muchacha! -sollozó llevándose un pañuelo de encaje a sus ojos llenos de lágrimas.

– ¿Qué debo contestar al duque, majestad? -preguntó Hans.

– Yo misma le responderé. Señores -dijo volviéndose a los miembros del Consejo y dirigiéndose a ellos en inglés-, estoy dispuesta a acatar las órdenes de su majestad en nombre del profundo respeto y el gran afecto que siento por él. Tienen mi permiso para seguir adelante con el proceso -concluyó.

– ¿Estás seguro de que ha entendido lo que le has dicho, muchacho? -preguntó el duque de Norfolk, sorprendido ante tanta docilidad.

– Os he comprendido perfectamente, señor -replicó lady Ana-. Su majestad sospecha que existen motivos para poner en duda la validez de nuestro matrimonio. Confío en él e imagino que si ha puesto el asunto en manos de la Iglesia es porque no tiene la conciencia tranquila. Como esposa, mi deber es acceder a sus deseos y no poner impedimento a la investigación.

– Gracias por vuestra colaboración, señora -intervino el arzobispo-. Sois un perfecto ejemplo de obediencia y abnegación. Su majestad estará muy contento cuando conozca vuestra respuesta.

Los miembros del Consejo abandonaron el palacio de Richmond, divididos entre el alivio de unos y las suspicacias de otros, especialmente el duque de Norfolk.

– ¿Qué estará tramando? -gruñó-. Parece que se haya alegrado de que le hayamos pedido algo así. No puede ser tan tonta como para ignorar que si la investigación sigue adelante terminará perdiendo la corona.

– Quizá sea eso lo que busca -sugirió el arzobispo-. No imagináis lo difícil que es ser reina de Inglaterra y, aunque os cueste creerlo, hay gente a quien el poder no les seduce en absoluto.

– ¡Peor para ellos!

El rey recibió a los miembros del Consejo con los brazos abiertos. Sin embargo, los recelos no le abandonaban. ¿Quién le aseguraba que lady Ana no le tomaba el pelo y que, cuando se hiciera pública la disolución de su matrimonio, no trataría de aferrarse a su corona?

Al día siguiente, el rey redactó una declaración en la que comunicaba a los clérigos encargados de la investigación que se había casado con lady Ana de Cleves con la intención de asegurar la sucesión del trono de Inglaterra. Sin embargo, en cuanto había visto a la que debía convertirse en su esposa, había sabido que no iba a ser capaz de hacer el amor a esa dama. Había decidido casarse con ella porque no había encontrado un buen motivo para enviarla de vuelta a Cleves, pero el supuesto arreglo entre la casa de Cleves y el hijo del duque de Lorena y su imposibilidad de consumar el matrimonio le habían llevado a preguntarse si no estaba violando alguna de las leyes de la santa madre Iglesia.

Durante los días que siguieron, varios testigos fueron llamados a declarar, entre ellos el conde de South-ampton, el almirante Fitzwilliam y sir Anthony Brow-ne, quienes relataron al tribunal cuál había sido la reacción de Enrique Tudor al ver a su prometida. Tho-mas Cromwell, que seguía encerrado en la Torre, aseguró en un último acto de lealtad al rey que su majestad se había sentido estafado y había expresado inmediatamente su deseo de deshacerse de ella. Los médicos del rey también fueron llamados a declarar. El doctor Chambers aseguró que el rey le había hablado de su imposibilidad de consumar su matrimonio con lady Ana.

– Dijo que se sentía capaz de hacerlo con cualquier mujer excepto con su esposa porque ésta le causaba repulsión. Yo mismo le aconsejé que dejara de intentarlo por miedo a que sus órganos resultaran dañados.

– El rey ha tenido numerosas emisiones nocturnas durante los meses que ha durado su matrimonio con lady Ana, lo que prueba que durante todo este tiempo no ha habido relaciones entre ellos -afirmó el doctor Butts ante los atónitos cortesanos-. Aunque han compartido lecho, la reina es tan virgen como el día que pisó Inglaterra por primera vez. ¡Lo juro por mi alma inmortal! -concluyó cruzando las manos sobre su abultado vientre.

El tema también estaba siendo discutido en la Cámara de los Lores, muy interesada en el asunto del posible contrato matrimonial entre Ana de Cleves y el hijo del duque de Lorena, ahora casado con la hija del rey de Francia. Era necesario actuar con delicadeza porque a Inglaterra no le convenía iniciar hostilidades con una nación tan poderosa. La imposibilidad de consumar el matrimonio era razón más que suficiente para anular aquella unión. Era necesario engendrar más herederos para el trono de Inglaterra y, si Enrique Tudor se sentía incapaz de tener esos hijos con lady Ana, ¿qué sentido tenía prolongar aquella situación?

El 9 de julio se reunieron los arzobispos de York y Canterbury y declararon nulo el matrimonio no consumado de Enrique Tudor y lady Ana de Cleves, quienes podrían volver a casarse si así lo deseaban. El arzobispo Cranmer, el conde de Southampton y el duque de Suffolk fueron enviados a Richmond para comunicar la noticia a la reina.

– De ahora en adelante seréis tratada como una de las hermanas del rey -dijo el duque de Suffolk antes de pasar a considerar su situación económica-. Recibiréis una cantidad de dinero fija al año y se os permitirá conservar las joyas, la plata y los tapices. Los palacios de Richmond y Hever y el señorío de Bletchingly son vuestros. Sólo las hijas del rey y su nueva esposa ocuparán un lugar más preferente que el vuestro cuando visitéis Hampton Court. Enrique Tudor espera que respondáis a su oferta en breve.

– Tanta guenerosidad me abruma -aseguró la reina-. Mañana mismo escribiré a Hendrick y le diré que acepto sus condiciones, ¿os parece bien?

Cualquiera diría que está encantada con el giro que han tomado los acontecimientos, se dijo el duque de Suffolk, estupefacto. Me alegro de que el bueno de Hal no esté aquí para ver su rostro radiante de satisfacción.

– Sí, señora -contestó-. Me parece muy bien.

– El doctor Wotton va a ser enviado a Cleves con la misión de explicar'los detalles de este delicado asunto a vuestro hermano -intervino el arzobispo-. Su majestad piensa que si vos le escribierais una carta se quedaría más tranquilo.

– ¿Me ayudaréis a redactarla? Todavía no domino fuestra lengua y no deseo confundir a Wilhelm. ¡El pobre tiene budín relleno de carne como cerebro!

El conde de Southampton y el duque de Suffolk contuvieron la risa al oír el ingenioso comentario de la reina.

– ¿No preferís escribirle en alemán? -replicó el arzobispo-. ¿No le extrañará recibir una carta vuestra en inglés?

– Ahora soy inglesa -contestó lady Ana-. Propongo que me ayudéis a redactarla en inglés y yo mis ma traduciré al alemán. Mandaremos las dos copias a Wilhelm para que compruebe que la origuinal está escrita de mi puño y letra.

– Está bien -accedió el duque de Suffolk-. ¿Queréis que digamos algo al rey de vuestra parte?

– Decidle que soy subdita más fiel y que siempre obedeceré sus órdenes -contestó antes de hacerles una reverencia y desaparecer.

– ¡Es increíble! -exclamó el conde de Southampton durante el viaje de vuelta a Londres-. Es la mujer más dócil y razonable que he visto en mi vida. Desde el día que la conocí en Calais siempre ha mostrado un gran empeño en complacer a su majestad.