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La barca dejó atrás los pinares de Westminster, atravesó Londres y viró hacia el sureste rumbo a Green-wich. Desde su asiento, Nyssa divisó las barcas que habían partido junto con la suya y a los pasajeros que descendían de ellas. Las damas y caballeros que habían formado parte del servicio de lady Ana saltaron a tierra y desaparecieron camino de sus casas. Una sola persona permanecía inmóviclass="underline" era Varían de Winter, su marido, el hombre que iba a darle un nuevo hogar.

– ¡No pienso dejarte marchar tan fácilmente, Nys-sa! -aseguró Catherine Howard, disgustada-. ¡Eres la única amiga que tengo y no puedes dejarme ahora! Las otras no son más que unas parásitas y unas aprovechadas. Tú eres distinta y sé que puedo confiar en ti. ¡No puedes marcharte ahora!

– Es mi última palabra, Cat -repuso Nyssa con firmeza-. Mis padres todavía no saben lo de mi boda con tu primo y no quiero decírselo por carta. Nunca había estado separada de mi familia durante tanto tiempo y les echo mucho de menos. Además, quiero presentarles a Varían.

Aunque aún vivía en el palacio de Lambeth con su abuela, Cat Howard tenía sus propias habitaciones en palacio. Lo que las muchachas no sabían era que aquellas eran las habitaciones que Blaze Wyndham había ocupado quince años atrás.

Cat torció el gesto al oír las palabras de su amiga y se volvió hacia la ventana. La luz del sol se reflejaba en sus rizos castaños y les arrancaba destellos dorados. Estaba muy bonita con su escotado vestido de seda color rosa. Una gruesa cadena de oro salpicada de rubíes adornaba su cuello y lucía un anillo de piedras preciosas en cada dedo.

– Se lo diré a Enrique y él te obligará a quedarte -insistió la testaruda joven-. Mis deseos son órdenes para él. ¡Está más loco por mí que todos los demás juntos! ¡Y a su edad!

– :¿Qué significa eso de «todos los demás»? -quiso saber Nyssa-. ¿Has tenido otros pretendientes?

Nyssa estaba realmente sorprendida. Tenía a Cat por una muchacha virtuosa e inocente pero a menudo la joven hacía algunos comentarios que probaban que no era así. Después de todo, ¿qué tenía de extraño que hubiera tenido otros pretendientes? Era una joven muy hermosa. Thomas Culpeper se había interesado por ella pero Cat le trataba con desprecio. Aunque no tenía dote, sabría mantenerse cerca de los poderosos e influyentes.

– ¿Sabrás guardarme el secreto? -rió bajando la voz-. ¡Si mi tío se entera, me mata! Mi primer pretendiente se llamaba Enrique Manox. Era mi profesor de música y fue el primer hombre que me besó. Cuando vivía en Lambeth me enamoré de Francis Dereham, un caballero que trabajaba al servicio de mi tío. Mi abuela adoptiva, la duquesa Agnes, nunca adivinó lo que había entre nosotros, aunque nos costaba un mundo mantener la compostura en público.

– Basta, Cat -interrumpió Nyssa-. No deseo saber nada más. Será mejor que cuentes esas aventurillas al rey antes de que otro lo haga por ti.

– ¿Estás loca? Si Enrique se entera de mis travesuras de juventud mi tío se pondrá furioso. Es mejor que no lo sepa. Nadie le dirá nada porque ellos son tan culpables como yo -aseguró la joven retorciéndose las manos-. Entonces, ¿te quedarás? Oh, por favor.

– Me voy a casa, Cat -contestó Nyssa-. Además, pronto te casarás y te irás de luna de miel. Cuando seas una mujer casada no desearás más compañía que la de tu marido. ¡El rey parece tan enamorado de ti!

– ¿Verdad que sí? -sonrió Cat, orgullosa-. Todo el mundo dice que nunca se le había visto tan entusiasmado.

– Considérate afortunada por tener a un hombre que te quiera tanto y corresponde a su amor. Mi madre siempre dice que cuando una mujer se porta bien con su marido éste siempre la trata bien.

– Mi madre murió cuando yo era muy pequeña -se lamentó Cat-. Crecí en Horsham con mis hermanas y otra media docena de chiquillos y cuando cumplí quince años me llevaron a Lambeth con mi abuela, la duquesa Agnes. ¿Crees que algún día tendré hijos? Me da un poco de miedo -confesó.

– El rey quiere hijos, Cat. Ésa es una de las razones que le han llevado a buscar una esposa joven. Inglaterra necesita un duque de York y un duque de Rich-mond que hagan compañía al príncipe Eduardo.

– El rey ya tiene dos hijas -protestó Catherine.

– Sabes perfectamente que una mujer no puede ocupar el trono de Inglaterra -replicó Nyssa-. Tu deber es darle esos hijos.

– ¿Y tú? ¿Piensas dar muchos hijos a mi primo Va-rian? Lleváis tres meses casados. ¿Estás embarazada? A Varian le encantan los niños. Solía venir a Horsham a jugar con nosotros cuando éramos pequeños.

– ¿Ah, sí? -preguntó Nyssa, súbitamente interesada-. No lo sabía.

Cat trató de retener a su amiga unos minutos más, pero Nyssa no tardó en empezar a dar muestras de inquietud.

– Tengo que marcharme, Cat. Llevamos casi una hora hablando. Nos espera un viaje muy largo y Varian debe estar furioso conmigo.

– Prométeme que vendrás a verme cuando sea reina -pidió Cat poniéndose en pie y abrazando a su amiga-. ¡Prométemelo!

– Ya veremos -contestó Nyssa evasivamente.

– Te espero en Hampton Court las próximas Navidades -insistió la futura reina.

– Me temo que eso no será posible, Cat. Las Navidades son unas fechas muy celebradas en Riveredge. El año pasado no pude pasar el día de mi cumpleaños con mi familia por encontrarme al servicio de la reina, pero este año pienso estar allí.

– Ven el día de Reyes, entonces.

– Ya veremos. Hablaré con Varían. Y yo hablaré con Enrique se dijo Cat. Ya veremos quién gana.

Nyssa también fue a despedirse de Enrique Tudor.

– Hacía mucho tiempo que no tenía noticias tuyas, mi rosa salvaje -dijo el rey con una amplia sonrisa. Era evidente que el amor que sentía por Catherine le había suavizado el carácter-. Estás preciosa, pequeña. Imagino que es signo de que eres feliz con el conde de March. ¿Qué dice tu madre?

– Todavía no lo sabe, señor -contestó Nyssa-. Preferimos darle la noticia en persona.

– Una decisión muy sensata -aprobó el rey-. Todavía no te he dado tu regalo de boda -añadió quitándose una gruesa cadena de oro y brillantes y tendiéndosela-. Vuelve a palacio cuando quieras. Has servido a mi esposa con tanta dedicación y fidelidad como tu madre y te estoy muy agradecido.

– ¡Majestad, yo…! -exclamó Nyssa, abrumada por tanta generosidad-. Gracias, señor. Conservaré este regalo hasta el final de mis días.

– Vete, pequeña -respondió el rey sonriendo complacido-. Te espera un viaje muy largo. Quizá os haga una visita el próximo verano, pero este año debo ocuparme de algunos asuntos de gran importancia, ¿verdad, Will? -añadió dirigiéndose a su bufón, quien asintió-. Transmite mis más sinceras felicitaciones a tus padres y diles que estoy muy satisfecho con tu trabajo en la corte.

Nyssa besó la mano que Enrique le tendía y le hizo una última reverencia.

– Que Dios bendiga a su majestad -dijo antes de abandonar la habitación. Aunque el monarca se consideraba un hombre comprensivo y bondadoso, Nyssa sabía por experiencia que se convertía en un monstruo cruel y despiadado cuando no conseguía salirse con la suya. Ahora que conocía las relaciones entre marido y mujer, la sola idea de tenerle como amante le hacía estremecer. ¿Cómo podía pensar Cat que estaba celosa?

– Una vez te regañé por haber dejado marchar a su madre pero estabas tan entusiasmado con la joven Ho-ward que te negaste a escucharme -dijo Will Somers cuando Nyssa hubo desaparecido-. La historia se repite.

– Esta vez será diferente -aseguró el rey-. Mi Catherine es una rosa sin espinas. Seré muy feliz a su lado: me dará hijos y alegrará los últimos años de mi vida. ¿Qué más puedo pedir?

Will Somers negó con la cabeza. Aunque estaba a punto de cumplir cincuenta años y había sido traicionado en numerosas ocasiones, el bueno de Hal seguía siendo un soñador y un romántico. Will quería mucho a su señor y le dolía verle sufrir. ¿Cuánto tiempo iba a durar el idilio esta vez? Los finales felices no eran la norma en la corte. Will se acercó a la ventana y apoyó la frente en el cristal mientras veía a los viajeros partir.