El hijo de Owen y Bliss Fitzhugh había sido enviado de vuelta a casa junto con su primo Kingsley a principios de la primavera, cuando Bliss había dicho que no había ningún motivo para que permanecieran allí una vez habían conocido la vida en palacio. Por esta razón Nyssa y Varian sólo viajaban acompañados de los condes de Marwood y el joven vizconde de Langford.
Owen Fitzhugh decidió alquilar un coche en el que las damas podrían descansar si se fatigaban pero tanto Nyssa como su tía prefirieron iniciar el viaje a caballo. Les acompañaban carros cargados con el equipaje y hombres armados con la misión de protegerles de los salteadores de caminos. Otro coche destinado a los sirvientes y ocupado por May y Tillie en el momento de partir cerraba la caravana.
El verano había convertido el paisaje en un estallido de luz y color y a mediados del mes de junio todavía no había caído una gota de lluvia, por lo que los caminos que rodeaban Greenwich estaban secos y polvorientos. Afortunadamente, los viajeros llevaban caballos de refresco y habían previsto alojarse en las mejores posadas en un intento de suavizar la dureza del viaje.
El castillo de los condes de Marwood se encontraba muy cerca de Riveredge y apenas ocho kilómetros separaban ambas propiedades. Sin embargo, Bliss y Owen Fitzhugh decidieron acompañar a su sobrina en lugar de dirigirse a su casa. Deseaban estar presentes cuando ésta comunicara a sus padres la noticia de su matrimonio con Varían de Winter y ayudarla a apaciguar los ánimos. Por primera vez en su vida, Varían de Winter se sentía incapaz de dominar sus nervios. El viaje transcurrió sin incidencias hasta que un día Nyssa empezó a reconocer el paisaje y a lanzar alegres exclamaciones.
– ¡Ya llegamos! ¡Mirad, allí está el Wye! ¡Y las flores ya han brotado!
Su rostro estaba radiante de alegría. ¡Nunca hubiera creído que se pudiera echar tanto de menos un pedazo de tierra! La caravana dejó el camino de Londres y tomó el camino del río, que corría paralelo al curso del Wye y llevaba a Riveredge.
– ¡Mira, Varian! -gritó espoleando a su caballo-. ¡Allí está el embarcadero de San Miguel! ¡Rumford, Rumford, soy Nyssa Wyndham! ¡He vuelto a casa!
Un anciano sentado en un banco de madera bajo un roble se volvió al oír su nombre. Cuando reconoció al jinete que se acercaba a toda velocidad esbozó una amplia sonrisa, alcanzó su bastón y se puso en pie.
– ¡Lady Nyssa! -exclamó-. ¡Estáis más bonita que nunca!
– ¿Cómo va todo por el embarcadero? -se interesó la joven descendiendo del caballo y corriendo a abrazar al anciano.
– Cada vez tengo menos trabajo. Sólo la familia y algún buhonero despistado piden que les ayude a cruzar el río. Dos de mis tres hijos han empezado a trabajar en las tierras de vuestro padre y aquí sólo queda el menor. Sus hermanos dicen que no están dispuestos a regresar y que éste puede quedarse con toda la herencia. ¡Cómo cambian los tiempos!
– Mientras los Rumford sigan ocupándose del embarcadero todo seguirá como siempre -repuso Nyssa.
– Tenéis razón, señora -rió el viejo Rumford-. Parece que fue ayer cuando vuestra madre llegó siendo casi una niña para casarse con lord Edmund, que Dios le tenga en Su gloria. Los Rumford nos hemos ocupado del embarcadero desde que se construyó y así será hasta el final de los tiempos -declaró, orgulloso.
– Pronto necesitaré tus servicios, Rumford -dijo Nyssa antes de montar de nuevo y correr a reunirse con los demás.
– ¿Quién es ese anciano? -preguntó Varian, que nunca había tenido que cruzar el río para llegar a Win-terhaven.
– Es Rumford, el barquero -contestó Nyssa-. Su familia siempre se ha ocupado del embarcadero de San Miguel, o por lo menos así lo afirman los lugareños. Él fue quien trajo a mi madre a Riveredge cuando llegó para casarse con mi padre. Mis abuelos y mis tíos Kingsley viven al otro lado del río y nosotros les visi tamos con frecuencia. Nuestra nueva casa está muy cerca de la suya, ¿verdad? ¡Mira, Varían, allí está Rive-redge!
Varían de Winter miró hacia donde el delgado dedo de Nyssa apuntaba y contuvo la respiración. Rivered-ge era una majestuosa construcción de ladrillo rojo con forma de hache y cuyas paredes estaban cubiertas de espesa hiedra. Un cuidado jardín salpicado de vegetación en flor rodeaba la casa.
– Me temo que Winterhaven no es tan bonita como Riveredge -se lamentó clavando la mirada en el tejado de pizarra gris. El gran número de chimeneas que lo adornaban revelaban que en la casa había numerosas habitaciones.
– Haremos de Winterhaven una propiedad tan grande y próspera como Riveredge -prometió Nyssa. Varían sonrió complacido: a pesar de que había pasado allí los años más felices de su vida, Nyssa no olvidaba que ahora era una De Winter.
Detuvieron los caballos frente a la puerta principal y ésta se abrió de golpe dando paso a una joven pareja. Ella tenía los ojos de Nyssa, pero su cabello era del color de la miel; él era alto, moreno y de ojos azules y corrió a ayudar a Nyssa a desmontar.
– Bienvenida a casa, hija mía -dijo Anthony Wyndham besándola en la mejilla.
– Gracias, papá -contestó la joven antes de volverse hacia su madre. Blaze Wyndham advirtió que algo había ocurrido en cuanto miró a su hija a los ojos.
– ¿Es que ya no te necesita la reina? -quiso saber-. Me alegro de verte pero me sorprendió recibir vuestro mensaje. ¿Va todo bien? -insistió mientras sorprendía a su hija intercambiando una mirada furtiva con su hermana. ¿Quién es este caballero tan atractivo?, se preguntó.
– ¿Por qué no entramos a refrescarnos un poco?
– propuso Nyssa tomando a Blaze del brazo-. Mientras tomamos una copa de vino os contaré mis aventuras en palacio.
– Bienvenido a casa, muchacho -saludó Anthony Wyndham a su hijo mayor-. ¿Te ha gustado la vida de palacio?
– Ha sido una experiencia muy interesante pero, como vos, prefiero el campo -respondió Philip-. Quiero hablaros de una mujer que he conocido allí
– tartamudeó-. Ambos somos muy jóvenes para pensar en el matrimonio, pero nos gustaría que nuestras familias llegaran a un acuerdo y nos permitieran comprometernos antes de que termine el año. Se llama Helga von Grafsteen y es una de las damas de honor de lady Ana.
– ¿Una extranjera? -repuso su padre torciendo el gesto-. Necesitará una buena dote para compensar por la falta de tierras en Inglaterra. Está bien, ya hablaremos -accedió.
– Gracias, señor -contestó el joven vizconde acompañando a su padre al interior de la casa.
Varían de Winter, cuyos asombrados ojos no se cansaban de contemplar la majestuosa decoración del salón principal de los Wyndham, fue el último en entrar. Le llamaron especialmente la atención el elevado techo con vigas de madera dorada tallada en forma de volutas y los grandes ventanales a través de los que la luz y el sol entraban a raudales. Había cuatro chimeneas, pero el día era tan caluroso que ninguna estaba encendida. La gran mesa de brillante madera de roble presidida por dos majestuosos sillones destacaba en un rincón de la habitación.
Los eficientes sirvientes de los Wyndham entraron trayendo vino y galletas para los recién llegados. Todos vestían de manera impecable, hablaban en voz baja y hacían gala de unos modales exquisitos. El conde de March se preguntó qué pensaría Nyssa cuando viera a los ancianos criados que les aguardaban en Winterha-ven. Blaze Wyndham se volvió hacia él y le observó con abierta curiosidad.
– ^¿No vas a presentarnos a este caballero, Nyssa? -preguntó.
– Naturalmente -contestó la joven tomando aire-. Os presento a Varían de Winter, conde de March. Nos casamos hace tres meses. -¡Ya está!, se dijo, aliviada.