– ¿Qué edad tienen sus hijos, señora?-preguntó Varían.
– Richard cumplirá nueve años a finales de otoño, Teddy acaba de cumplir cinco y Enrique tiene tres. Ya verás cuánto han crecido Ana y Jennie -añadió Blaze volviéndose hacia Nyssa-. Jane dice «Ma», «Pa» y «Bo» cuando quiere llamar la atención de sus hermanos. Ana es más callada y deja que sea su hermana quien hable por las dos, pero ya empieza a andar. ¿Os gustan los niños, señor? -preguntó a su yerno.
– Sí, señora -contestó él-. Espero formar una familia tan numerosa como la vuestra. Crecí con mis tíos, pero ellos eran varios años más jóvenes que yo. La verdad es que me habría gustado tener muchos hermanos.
– Si lo deseas, puedes quedarte hablando con mis padres -intervino Nyssa-. Yo voy a darme un baño; llevo pegado a la piel y al cabello todo el polvo de los caminos de Inglaterra. Además, he echado mucho de menos a mi vieja bañera. La que teníamos en Green-wich no era ni la mitad de cómoda. ¿Podré llevármela a Winterhaven, mamá?
– Ya veremos -respondió Blaze-. Vamos, ve a bañarte. Nosotros nos quedaremos charlando con tu marido… a menos que él también desee refrescarse un poco.
– Me gustaría mucho, gracias. Si me disculpan… -contestó Varían de Winter poniéndose en pie y saliendo del salón en pos de Nyssa.
– ¿Es necesario alentar un comportamiento tan li cencioso? -gruñó Anthony Wyndham cuando se quedó a solas con su esposa.
– ¡No seas aguafiestas! -rió Blaze-. A ti también te gusta bañarte conmigo.
– ¡Pero Nyssa todavía es una niña!
– Nyssa es una mujer casada y será mejor que empieces a hacerte a la idea. ¿Has pensado que podría estar embarazada? Después de todo, se casaron hace tres meses.
– No puede ser -replicó Tony negando con la cabeza-. Nyssa es demasiado joven para ser madre y nosotros, demasiado jóvenes para ser abuelos.
– Tuve a Nyssa con diecisiete años y ella está a punto de cumplir los dieciocho -repuso Blaze-. Está en la edad perfecta para ser madre. Lo que pasa es que te gustaría que siguiera siendo la niña de tus ojos. Ella siempre te querrá, Tony. Que se haya casado no significa que la hayas perdido, pero a partir de ahora tendrás que compartir su cariño con su marido y sus hijos.
– ¡El tiempo pasa tan deprisa! -se lamentó Anthony Wyndham-. La última vez que la vi era una niña y en pocos meses se ha convertido en una mujer casada, en la condesa de March.
– Los niños crecen, Tony; es ley de vida. No sé qué habría sido de nosotras sin ti -añadió besándole en la mejilla-. Te estamos muy agradecidas y estoy segura de que Edmund, que en paz descanse, no habría sido mejor padre y marido. Nyssa se ha hecho mayor y pronto nos dejará, pero todavía te quedan dos pequeñas que también necesitan de tu afecto.
– ¿Te apetece bañarte, Blaze? -preguntó de repente haciéndole un guiño travieso-. Si Nyssa acaba convirtiéndose en una mujer tan bella y buena como su madre, Varían de Winter será un hombre muy afortunado.
– Vamos a bañarnos -contestó Blaze poniéndose en pie y tendiéndole la mano.
Nyssa y su marido se quedaron en Riveredge mientras los criados de Winterhaven se afanaban por ultimar los preparativos necesarios para recibir al conde y su nueva esposa, que habían anunciado su llegada para finales del mes de agosto.
Las noticias del matrimonio de Enrique Tudor y Catherine Howard llegaron a oídos de los habitantes de Riveredge a finales de la primera semana de agosto. La pareja se había casado el 21 de julio en el pabellón de caza de Oatlands y Thomas Cromwell, el antiguo primer ministro, había sido ejecutado en la Torre el mismo día en que los Howard habían saboreado su triunfo.
– Deberíamos hacerles un buen regalo de bodas -dijo Nyssa a su marido.
Los recién casados iniciaron un viaje que debía llevarles a Windsor a través de Surrey, Berkshire, Graf-ton, Dunstable y More. Se aseguraba que el rey era feliz como un niño con zapatos nuevos y que parecía veinte años más joven. Se levantaba al alba, asistía a misa de siete y cabalgaba hasta las diez. Entonces comía, jugaba una partida de bolos o practicaba el tiro con arco y por la noche bailaba con su recién estrenada esposa. Apenas le dolía la pierna y estaba de un humor excelente.
La tranquila situación internacional no requería la atención del monarca por el momento. El reino de Cle-ves había aceptado de buen grado la nueva situación de lady Ana e incluso el duque William había comentado que su hermana había salido bastante mejor parada que sus antecesoras. Por su parte, Francia y el Sacro Imperio Romano seguían pinchándose el uno al otro, pero no había peligro de que la sangre llegara al río, por lo que aquel caluroso verano de 1540 se presentaba muy agradable para Enrique Tudor. Los duques de Suffolk y Norfolk aseguraban que hacía mucho tiempo que no veían al rey tan contento.
Nyssa se sentía indispuesta y el conde de March se vio obligado a posponer la marcha en dos ocasiones. Empezaba a pensar que se trataba de un truco para no abandonar Riveredge y así se lo hizo saber a su suegra.
– Será mejor que esperéis hasta mediados de septiembre -le aconsejó Blaze-. Para entonces Nyssa se sentirá mejor y correrá menos riesgos. Los primeros meses son los más delicados.
– ¿Menos riesgos? -se extrañó Varían-. ¿De qué estáis hablando, señora?
– Entonces, ¿no te lo ha dicho?
– ¿Decirme qué?
– Apuesto a que ella tampoco lo sabe. Ven conmigo, Varían -dijo Blaze corriendo en busca de Tillie. Encontró a la doncella de su hija en el vestidor remendando unas enaguas-. Tillie, ¿cuándo fue la última vez que mi hija tuvo la regla? -preguntó-. Piénsalo bien antes de contestar.
– Fue en junio -aseguró la joven.
– ¿Y te parece normal que no haya vuelto a tenerla desde entonces? -exclamó la condesa de Langford-. ¿Por qué no me lo dijiste en cuanto llegasteis?
Tillie parecía desconcertada. ¿Por qué tendría que haber comentado algo así con su señora? De repente, abrió unos ojos como platos y se llevó una mano a la boca.
– ¡Oh…!
– ¡Sí, oh! ¿Dónde está Nyssa, Tillie?
– Está acostada -contestó la doncella-. Se ha vuelto a marear.
Blaze entró en la habitación de su hija seguida de Varian de Winter. Nyssa estaba muy pálida y aspiraba el aroma de un pañuelo empapado en agua de lavanda.
– ¿Cómo es posible que hayas vivido en esta casa durante diecisiete años y ni siquiera sospeches lo que te ocurre? -espetó-. Por el amor de Dios, Nyssa, ¡tienes siete hermanos!
– ¿De qué estás hablando? -repuso Nyssa con voz débil.
– ¿Cómo he podido criar a una hija tan despistada?
– se exasperó Blaze-. ¡Estás embarazada, Nyssa! Está más claro que el agua. Si mis cálculos son correctos tendrás un bebé hacia finales del mes de marzo. ¡Qué alegría! ¡Voy a ser abuela!
Nyssa palideció todavía más. Buscó a tientas la palangana que había dejado junto a la cama y vació el contenido de su estómago en ella.
– Me siento tan mal… -gimió dejando la palangana en el suelo y enjugándose el sudor que perlaba su frente con el pañuelo-. Nunca te vi mareada cuando estabas embarazada. Pensaba que me había sentado mal el pescado que cenamos ayer. No puede ser -añadió negando con la cabeza-. Es demasiado pronto.
– Teniendo en cuenta las horas que pasáis juntos en esta cama, es lo más natural -replicó Blaze-. Lo extraño sería que no estuvieras embarazada. Las mujeres de esta familia tenemos fama de ser las más fértiles de la comarca. Tu abuela tuvo gemelos cuando tú tenías tres meses.
– Vamos a tener un hijo -murmuró Varian, fascinado-. Nyssa, ¿cómo podré agradecértelo?
– Entonces, ¿estoy…?
– Ya lo creo -aseguró su madre-. Créeme, sé de qué estoy hablando.
– Esperaba que mi primer hijo naciera en Winter-haven, pero prefiero que Nyssa no viaje en su estado