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– De eso nada -replicó el conde-. No puedes hacer un feo así a nuestros criados. Han trabajado muy duro para tener todo listo y a tu gusto. A mí también también me habría gustado pasar estas fechas tan señaladas en Riveredge, pero ¿es ésa razón suficiente para que nos amargues las Navidades a los demás?

Nyssa miró a su marido sorprendida. Nunca le había hablado con tanta dureza. Pero él era un hombre y no entendía sus sentimientos. Además, Varian era hijo único y no tenía ni idea de lo que era una celebración familiar. Sin darle tiempo a protestar, Varian la tomó de la mano y la arrastró hacia el comedor. Olía a pino y a laurel y un extraño rumor llegaba a sus oídos. Cuando entró en la habitación una amplia sonrisa iluminó su rostro.

– ¡Feliz Navidad! -exclamó toda su familia a coro.

– ¡Soy tan feliz! -sollozó la joven, que no daba crédito a sus ojos-. ¡Habéis venido todos! Feliz Navidad, mamá. Feliz Navidad, papá y Philip. ¡Giles, tú también estás aquí! Dadme un beso, Richard, Eduardo y Enrique. ¡Cuánto han crecido las gemelas! ¡Gracias, Varian, muchas gracias! -gimió apoyando la cabeza en el pecho de su esposo y estallando en sollozos. ¡Su marido era un hombre tan bueno! Se arrepentía de haber creído los ofensivos rumores que la envidiosa Adela Marlowe había extendido por palacio. Un hombre tan tierno y bondadoso con su esposa no podía ser tan malvado como algunos pretendían hacer creer.

– Es igualita que su madre -dijo Anthony Wynd-ham-. Las mujeres de esta familia lloran por cualquier tontería. No te preocupes, Varian; llorará durante un buen rato pero está loca de alegría.

– Mi padre tiene razón -hipó Nyssa mientras se enjugaba las lágrimas y se sonaba ruidosamente-. Es el día más feliz de mi vida.

– ¡Nyssa, has engordado muchísimo! -advirtió BJaze-. ¿Estás segura de que no sales de cuentas hasta finales de marzo? Quizá me equivoqué al hacer los cálculos. Después de todo, os casasteis a finales de abril y a veces el período no se interrumpe desde el principio. Me parece que no voy a regresar a Riveredge -añadió-. Si la intuición no me falla, este niño está a punto de nacer. Si estallara una tormenta y no consiguiera llegar a tiempo, no me lo perdonaría nunca. Enrique y las niñas se quedarán aquí conmigo. ¿Te importa, Varían?

– Desde luego que no -respondió su yerno-. Sed bienvenida en mi casa, señora. Me temo que no sería de mucha ayuda para una parturienta y os agradezco de corazón que hayáis decidido quedaros.

– No diréis lo mismo cuando hayáis disfrutado de la compañía de estos diablillos durante unos días -bromeó Blaze haciéndole un guiño mientras seguía con la mirada las evoluciones de las gemelas, que perseguían a uno de los perros de Varían.

La mesa del comedor ofrecía un aspecto inmejorable. Saltaba a la vista que las cocineras habían trabajado día y noche para cocer un jamón entero y preparar enormes bandejas de huevos con salsa de nata y vino de Marsala espolvoreados con canela. Se sirvieron copos de cereales con manzanas y peras y una enorme trucha cocinada con vino blanco, limón y eneldo hizo las delicias de los hombres. Completaban el festín una bandeja de manzanas asadas con miel caliente, uvas y nueces servidas con nata fresca, queso, hogazas de pan y mantequilla recién hecha, todo ello regado con vino tinto y cerveza. La noche cayó muy pronto y sorprendió a toda la familia reunida alrededor de la mesa.

– ¿Cómo habéis venido? -preguntó Nyssa a sus padres-. ¿Cuándo habéis llegado?

– Hemos cruzado el río en la barca de Rumford a primera hora de la mañana -contestó Anthony Wyndham-. Aunque todavía no había amanecido, el cielo estaba despejado y había luna llena, así que no hemos tardado en encontrar el camino.

– Hemos llegado cuando estabais en la iglesia -añadió Blaze-. Justo a tiempo.

Nyssa no recordaba un día de Navidad más feliz. Después de haber estado separada de ellos durante un tiempo, volvía a tener a su lado a sus seres más queridos: sus padres, sus hermanos… y su marido. Varían seguía jurando que la amaba y así lo demostraba en cada uno de sus actos. En cambio, ella sólo sentía un profundo afecto por él.

Celebró su dieciocho cumpleaños con su familia, que había decidido prolongar su visita hasta el día de Reyes, y junto a los abuelos Morgan y otros tíos y primos que también se sumaron a las celebraciones. Cuando todos se marcharon y sólo quedaron Varían, su madre y sus hermanos pequeños, Nyssa suspiró aliviada.

Febrero sorprendió a Varían enfrascado en el cuidado de sus rebaños de ovejas, amenazados por el mal tiempo. El abuelo Morgan solía visitarles con frecuencia para ayudar al marido de su nieta mayor en sus quehaceres.

No habían tenido noticias de Enrique Tudor y Ca-therine desde el día que habían recibido el mensaje en el que el rey les comunicaba que él y su joven esposa se disponían a celebrar las Navidades en Hampton Court y que esperaban su visita.

El embarazo de Nyssa siguió su curso natural pero, a medida que transcurrían los días, la joven se volvía más irritable: no estaba cómoda ni de pie, ni sentada, ni tumbada. Finalmente, el día uno de marzo se puso de parto.

– ¡No puede ser! -exclamó sorprendida-. Todavía falta un mes.

– ¿Cómo que no puede ser? -replicó su madre-. Pareces un globo a punto de estallar.

– ¡Me duele! -gimió.

Blaze ignoró las quejas de su hija y ordenó que la mesa de dar a luz fuera llevada al dormitorio de su hija y colocada junto a la chimenea encendida, que se hirviera abundante agua y que le trajeran toallas limpias. Tillie preparó la cuna y la ropa del bebé y corrió a avisar a la niñera.

Fuera, las gotas de agua formaban cristales de hielo en la ventana y el viento soplaba con fuerza. Blaze obligó a Nyssa a caminar hasta que ésta rompió aguas. Entonces ayudó a su hija a acostarse.

Mientras tanto, Varían de Winter esperaba impaciente en el comedor. Su suegro se había acomodado junto a la chimenea y saboreaba una copa de vino mientras charlaba con su hijo Enrique, que jugaba con un cachorrillo.

– Var, ¿puedo quedármelo? -preguntó con su lengua de trapo. El pequeño estaba a punto de cumplir cuatro años y sus ojos color azul violeta recordaban a Varían a los de Nyssa. Su ingenua sonrisa mostraba sus dientecillos blancos de bebé.

– Claro, Hal -contestó-. ¿Cómo le vas a llamar?

– Cachorro -respondió el pequeño sin dudarlo un momento. Los hombres se echaron a reír de buena gana.

Blaze comprobó asombrada que Nyssa estaba dando a luz con gran facilidad. Ella había tardado más de un día en tenerla, pero no parecía que el sufrimiento de la joven fuera a prolongarse durante demasiado tiempo. Se agachó para mirar entre las piernas de su hija y descubrió que la cabeza del bebé estaba casi fuera.

– Cuando venga el próximo dolor, quiero que empujes con todas tus fuerzas. Enseguida terminaremos.

La condesa de March aspiró e hizo lo que su madre le decía mientras el agudo dolor le hacía gritar.

– ¡Ya sale, mamá!

– ¡Empuja otra vez!

Nyssa obedeció y segundos después el llanto de un niño rompió el silencio de la habitación. Blaze tomó al bebé y se lo entregó a su madre.

– Felicidades, Nyssa, es un niño -dijo mientras tomaba un cuchillo y cortaba el cordón.

– ¡Mamá, vuelvo a tener dolores! -gimió Nyssa.

– Es la placenta.

– ¡No lo creo! ¡Me duele igual que un momento antes de que naciera Edmund!

Blaze abrió unos ojos como platos y sonrió ampliamente.

– ¡Heartha, coge a lord Edmund y ocúpate de él! -ordenó a su doncella-. Tillie, no te muevas de mi lado; tu señora va a tener otro niño. ¡Son mellizos! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Por eso habías engordado tanto y se ha adelantado el parto. Los mellizos siempre llegan antes.

Minutos después, Nyssa había dado a luz a su segundo hijo.

– ¿Qué es? -preguntó ansiosamente-. Si es un niño tened cuidado de no confundirle con Edmund; él ha nacido primero y es el heredero.