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– Tranquilízate, es una niña -contestó su madre-. ¡Enrique Tudor se morirá de envidia cuando se entere de que has dado dos hijos a Varían!

– Quiero verla -pidió Nyssa. Blaze le tendió a la pequeña y la acomodó sobre su pecho. La niña tenía los ojos abiertos y buscaba los de su madre mientras emitía suaves gemidos.

– ¿Cómo la vas a llamar?

– No esperaba una niña -contestó Nyssa-. Si a Varían le parece bien, se llamará Sabrina, lady Sabrina María de Winter.

– Es un nombre precioso -asintió Blaze-. Ahora será mejor que lavemos a lady Sabrina y la vistamos antes de presentarla a su padre.

Las doncellas lavaron a los bebés, los perfumaron con aceite y los vistieron. Heartha tomó en sus brazos al heredero de Winterhaven y Tillie hizo lo mismo con su hermana.

– Id a presentárselos a su padre y a su abuelo mientras yo me ocupo de su madre -ordenó Blaze.

Las doncellas se dirigieron al comedor, donde Varían de Winter y Anthony Wyndham esperaban.

– ¡Enhorabuena, señor! -dijo Heartha-. Tenéis un hijo.

Varían de Winter se puso en pie de un salto y corrió hacia ella.

– Y una hija -añadió Tillie.

– ¿Un hijo y una hija? -inquirió, desconcertado.

– Viene de familia -intervino Anthony Wyndham apoyando una mano en el hombro de su yerno-. Lady Morgan tuvo cuatro pares de mellizos: dos niñas, dos niños, y un niño y una niña como éstos. ¿Cuál es el niño?

– Éste, señor -contestó Heartha-. La señora Nyssa dice que su nombre es Edmund Anthony de Winter.

– Edmund Anthony… -murmuró el conde de Langford, emocionado-. ¿Estáis de acuerdo, señor?

Varían asintió sin apartar la mirada de la diminuta criatura tan parecida a él que Heartha sostenía en sus brazos.

– Sí -contestó-. Yo le engendré pero su madre asegura que no tengo derecho a escoger su nombre. ¿Y cómo se llama la niña? -preguntó a Tillie.

– Lady Sabrina María de Winter.

– ¿Cómo se encuentra lady Nyssa?

– La señora está perfectamente. Lady Wyndham dice que ha sido un parto muy rápido y sencillo.

Minutos después Varían de Winter fue a ver a su esposa, a quien Blaze había bañado y había puesto un camisón limpio.

– ¿Les has visto, Varían? -preguntó-. ¿No te parecen las criaturas más perfectas del mundo?

– La pobre Sabrina es calva -bromeó-, pero es la niña más bonita que he visto en mi vida -se apresuró a añadir cuando Nyssa le dirigió una mirada furiosa.

– ¿Y qué me dices de Edmund? Te he dado un heredero. ¿Estás contento? ¿Qué me vas a regalar? Cuando nací, mi padre regaló a mi madre una casa y eso que yo sólo era una y además, niña. ¿Qué recibiré por dos bebés, uno de ellos un niño?

– ¡Nyssa! -la reprendió Blaze-. ¡No seas atrevida!

– Aquí está tu regalo -dijo Varían sacando de su bolsillo una cadena de oro y un enorme brillante en forma de pera-. Como no esperaba dos bebés, no tengo nada más -se disculpó-. ¿Qué quieres por haberme dado también una niña?

– Un rebaño de ovejas -se apresuró a contestar Nyssa-. Invertiremos el dinero de la venta de la lana y, cuando llegue el momento de casarla, ese dinero servirá como dote.

– Los corderos que nazcan esta primavera serán tuyos -prometió Varían. ¡Qué buena idea había tenido Nyssa! Seguramente tendrían más hijas y las hijas necesitaban generosas dotes para encontrar buenos maridos. Cuando el rey muriera, la familia Howard perdería toda su importancia e influencia en la corte y entonces sólo el oro contaría. El oro es siempre oro.

Heartha y Tillie entregaron los bebés a Nyssa, quien les contempló arrobada. Todavía no podía creer que fueran suyos.

– ¿Cómo me las voy a arreglar para cuidar a los dos a la vez? -preguntó a su madre.

– Cuando beses a uno, besa también al otro o se sentirá rechazado -aconsejó Blaze-. Los mellizos dan el doble de trabajo que un bebé solo. Necesitarás la ayuda de una nodriza.

– ¡No quiero ninguna nodriza! -protestó Nys-sa-. ¡Acabo de tenerles y les quiero para mí sola!

– Los bebés necesitan alimentarse bien -trató de convencerla su madre-. Mira cuánto han crecido Ana y Jennie en un año. Que una nodriza me haya ayudado no significa que descuide a una de ellas. Cuando piden comida, Clara coge a una y yo a la otra. A veces es Jennie y a veces es Ana, pero ellas no se dan cuenta. Mientras tengan el estómago lleno, lo demás no les importa.

– Haz caso a tu madre, querida; sabe de qué está hablando -intervino Varian acomodando a su hijo en los brazos de Nyssa y tomando a la niña-. Gracias por haberme dado unos hijos tan hermosos. Les bautizaremos mañana por la mañana. ¿Te parece bien que Anthony sea el padrino de los dos?

– ¿Podríamos esperar unos días? -replicó Nyssa-. Así toda mi familia podría asistir a la celebración. Me parece bien que mi padre sea el padrino de Anthony, pero quiero que el de Sabrina sea Philip.

– ¿Y las madrinas?

– ¿Qué te parecen las tías Bliss y Blythe?

– Está bien -accedió-. Tendremos que dar la noticia al rey.

– Cuanto antes lo hagamos, mejor -asintió Nyssa-. A ver si así Cat entiende de una vez que estamos demasiado ocupados para ir a palacio a entretenerla.

Días después, el rey recibía en el palacio de White-hall a un mensajero enviado por los condes de March.

– «El día uno de marzo del año de nuestro señor 1541 lady Nyssa Catherine de Winter dio a luz a dos bebés, un niño y una niña -leyó-. El heredero de Winterhaven fue bautizado con el nombre de Edmund Anthony y a la niña se la ha llamado Sabrina María. Tanto la madre como los bebés se encuentran perfectamente y los condes reiteran su lealtad para con vos. ¡Dios salve a su majestad el rey Enrique, y a su esposa la reina Catherine!»

El rey despidió al mensajero y se dejó caer en un sillón.

– Gemelos… -murmuró-. ¡Qué no daría yo por un solo hijo! Debemos volver a intentarlo, Catherine -añadió mirándola con ojos tiernos-. Tu primo y su esposa ya nos ganan dos a cero y eso no puede ser, pequeña.

– ¿Iremos a visitarles este verano? -preguntó Cat ignorando las palabras de su marido-. ¿Por qué no les propones que vengan de viaje con nosotros? Nyssa puede dejar a los niños al cuidado de una nodriza y regresar a palacio. ¡Tengo tantas ganas de verla! Quizá para entonces yo también esté embarazada -añadió con voz melosa-. ¿Quién mejor que Nyssa para explicarme todo cuanto debo saber sobre el embarazo y el cuidado de los niños?

– Está bien -accedió Enrique Tudor sentándola en su regazo-. ¿Es eso lo que quieres? Sabes que tus deseos son órdenes para mí.

– Eso es exactamente lo que deseo -aseguró Catherine besándole y acariciándole los labios con la punta de la lengua-. ¿Os gusta, señor?

Enrique Tudor le abrió el corpino y le acarició los pechos con una mano mientras deslizaba la otra bajo su falda.

– ¿Os gusta, señora?

La reina desabrochó los pantalones a su marido, se sentó en su regazo con las piernas abiertas y le mordió el lóbulo de la oreja mientras se movía sobre él.

– ¿Os gusta, señor?

– Voy a marcarte, pequeña -masculló el rey mientras le hincaba las uñas en las nalgas.

– ¡Sí! -gritó Catherine moviéndose cada vez más deprisa-. ¡Hazlo, Enrique Tudor! Ahhh… -gimió cuando el monarca se vació en su interior-. Enrique…

Por favor, Dios mío, dame otro hijo, rezó el rey mientras abrazaba con fuerza a su joven esposa. Habría dado todo cuanto tenía por un hijo de aquella encantadora muchacha que tanto alegraba sus días. ¡Se sentía un hombre tan afortunado! Sólo faltaba un hijo para culminar tanta felicidad.

– No olvides que me lo has prometido -dijo Catherine introduciéndole la punta de la lengua en la oreja-. Ordenarás a los condes de March que nos acompañen en nuestro viaje, ¿verdad?