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– A tu padre no le gusta dejar Riveredge en esta época del año -explicó a su hija cuando ésta le preguntó por qué no la había acompañado Anthony Wyndham-. Hay que hacer jabón, preparar las conservas, confitar las frutas y fabricar la cerveza y la sidra. No puedo supervisar todas esas cosas desde aquí -se lamentó-. Además, Anthony tiene demasiado trabajo para ocuparse de las niñas. He decidido llevarme a Edmund y Sabrina a Riveredge conmigo. Sus nodrizas también pueden venir con nosotros y son tan pequeños que no extrañarán su nueva casa. El tiempo es excelente y el viaje es tan corto que no correrán ningún peligro. Me parece que es lo más sensato que podemos hacer.

– ¿Tú qué dices, Varian? -preguntó Nyssa volviéndose hacia su marido-. Creo que mamá tiene razón. Los niños estarán bien atendidos tanto en un sitio como en otro y papá la necesita en Riveredge. Ya que nosotros pasaremos algunos meses fuera, estoy segura de que no les importará compartir parte de la cosecha con nosotros.

– La nuera de la señora Browning parece una joven muy capaz -opinó Blaze-. Me quedaré a pasar la noche y le enseñaré todo cuanto debe saber para mantener la casa en condiciones y prepararla para el invierno. Así, Susan y Alice tendrán tiempo de hacer su equipaje y el de los mellizos. Enrique, Jane y Annie están encantados con la visita de sus sobrinos.

– Os felicito, señora -sonrió Varian-. Vuestro plan es excelente.

– Entonces, todo arreglado -contestó la condesa de Langford devolviéndole la sonrisa.

Al día siguiente, Nyssa tuvo que esforzarse para no hacer una escena cuando Blaze partió llevándose a los bebés, que aquel día cumplían cinco meses y, según su madre, se habían convertido en las criaturas más bonitas del mundo. Los dos habían heredado el cabello negro y brillante de su padre pero, mientras los ojos de Edmund eran azul violeta como los de su madre, los de Sabrina habían adoptado el color verde oscuro de los de su padre. A pesar de su corta edad, se adivinaba que tenían mucho carácter y que eran muy tozudos.

Nyssa les besó y trató de contener las lágrimas. Blaze advirtió lo duro que le resultaba separarse de sus pequeños y trató de consolarla. -¿Comprendes ahora cómo me sentí cuando tuve que abandonarte para acompañar a la tía Bliss a palacio?

– Sí -hipó la joven-. ¡Mamá, por favor, cuídalos bien! Volveremos a casa en cuanto podamos. ¡Si Catherine tuviera un hijo no se atrevería a pedirme esto!

Varían no se molestó en explicar a su mujer que las reinas no crían a sus hijos como el resto de las madres, que su misión se limita a dar herederos y que esos bebés son educados por sirvientes y nobles leales al rey. Cuando la carroza de la condesa de Langford se perdió en el horizonte, rodeó los hombros de Nyssa con un brazo y dejó que apoyara la cabeza en su pecho. Sabía que no podía hacer ni decir nada para consolarla y que tendrían que pasar meses antes de que se le olvidara el disgusto y volviera a ser la misma de siempre.

Dejaron Winterhaven para unirse a la caravana real dos días más tarde.

– ¿Estás seguro de que el rey nos permitirá regresar pronto? -preguntó Nyssa, inquieta, antes de subir a la carroza.

– Naturalmente -contestó Varían-. No somos ni importantes ni influyentes y, si hemos sido llamados, es porque Cat es una niña caprichosa y consentida. Entre los dos la convenceremos para que nos permita regresar pero para eso tenemos que aburrirla con nuestras historias… y para aburrirla necesitamos pasar algún tiempo con ella -añadió con un guiño malicioso-. Si se niega a entrar en razón hablaré con mi abuelo y él se ocupará de todo.

Advirtió que Nyssa torcía el gesto al oír el nombre de Thomas Howard y sonrió para sus adentros. Su testaruda mujercita seguía maldiciendo a su abuelo y la sola idea de pedirle un favor la ponía enferma.

– Ya encontraré yo la manera de convencer a Cat-refunfuñó la joven-. ¡No pienso rebajarme a pedir nada a ese hombre!

– Entonces, ¿no eres feliz conmigo? -inquirió Varían-. ¿Te arrepientes de no haber anulado nuestro matrimonio cuando tu padre te lo propuso? Creo que debemos parte de nuestra felicidad a mi abuelo; si no hubiera sido por él, no estaríamos casados.

– Tú siempre has dicho que a tu abuelo le importaba un comino lo que me ocurriera. Si no te hubieras ofrecido a llevar a cabo su plan, habría encargado a cualquier desalmado que lo hiciera por ti. ¿Y qué habría sido de mí? -siseó furiosa-. ¡Le odio!

– Pero todo salió bien -replicó Varían-. Nos casamos y ahora tenemos dos hijos preciosos. ¿No crees que es hora de que le perdones? Es un anciano y no tiene quien le quiera. En el fondo me da pena. ¿Quién en su sano juicio envidiaría a un Howard inmerso en las intrigas de palacio? Doy gracias a Dios por ser un De Winter, vivir en el campo y tener una esposa maravillosa.

Nyssa no replicó. Todavía guardaba rencor al poderoso duque de Norfolk y le daba rabia pensar que nunca podría llevar a cabo su venganza. Varían le había preguntado si era feliz a su lado y la verdad era que sí lo era. Quería a su marido y estaba orgullosa de él y adoraba Winterhaven y a sus hijos, pero no podía perdonar al hombre que había cambiado su destino al tomar una decisión que le correspondía tomar a ella.

Volvió sobre sus pensamientos y abrió unos ojos como platos. ¡Se había confesado que amaba a Varían! ¿Desde cuándo venía ocurriendo? Su relación no había sufrido ningún cambio significativo en todo aquel tiempo. Simplemente, no podía imaginar su vida sin él y sus hijos. Le miró de reojo. Era muy guapo y Ed-mund y Sabrina habían heredado su rostro alargado y su nariz recta. Su madre había asegurado que se puede aprender a amar a una persona, pero ella no se había molestado en prestar atención a sus palabras. ¡Mamá tenía razón!, se dijo alborozada. Se puede aprender a amar a un hombre, sobre todo cuando se trata de un hombre tan bueno y cariñoso como Varían de Winter. Tímidamente, tiró de la manga de su chaqueta y él le preguntó qué quería.

– Te quiero -murmuró Nyssa ruborizándose. El efecto que sus palabras produjeron en Varían hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas: su marido la miraba con auténtica adoración pero ella se sentía avergonzada y en absoluto digna de un amor tan desprendido y generoso.

– ¿Y desde cuándo viene ocurriendo eso, señora? -inquirió él tomándole una mano y besándola.

– Acabo de darme cuenta -contestó la joven-. Estaba pensando en cuánto odio a tu abuelo y de repente me he sorprendido a mí misma diciéndome que no podría vivir sin ti. ¡Te quiero tanto!

Varian besó a Nyssa y ella le devolvió sus besos con más pasión que nunca.

– Sé que te ha costado un gran disgusto, pero me alegro de que hayas dejado de criar a los niños -le susurró al oído mientras deslizaba una mano dentro de su escote y le acariciaba un pecho-. Ahora estas preciosidades vuelven a ser mías y de nadie más.

– Yo también me alegro -confesó Nyssa ruborizándose. Le abrió la camisa y le recorrió el pecho con la mano para sentir los latidos de su corazón. Se inclinó sobre él y le recorrió el pecho y el estómago con la punta de la lengua. Fuera, la lluvia golpeaba el techo de la carroza con fuerza.

– Siéntate en mi regazo -pidió Varían mientras se desabrochaba los pantalones.

– ¡El cochero! -replicó Nyssa, escandalizada-. ¿Y si nos ve?

– Tiene orden de no detenerse hasta llegar a la posada. No verá ni oirá nada.

Nyssa se sentó sobre las rodillas de su esposo, se abrió el corpino y, apoyando las manos en los hombros de Varian, empezó a moverse sobre él. Nunca habría dicho que las mujeres hicieran el amor con sus maridos en una carroza, pensó divertida. Varian le levantó la falda y le clavó las uñas en las nalgas mientras Nyssa se decía que daría cualquier cosa por detener el tiempo en aquel instante. Sin embargo, ambos estaban tan excitados que terminaron enseguida. Se tendieron en el asiento y trataron de recuperar la respiración.