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– Trata de averiguar qué ocurre -pidió a su esposa-. Hablaré con mi abuelo cuando confirmes tus sospechas y obtengas alguna prueba.

– Para eso tendré que pasar más tiempo con ella

– protestó Nyssa-. Preferiría quedarme aquí contigo

– añadió besándole y recorriéndole un muslo con un dedo-. Siempre nos hemos entendido bien en la cama.

– ¿Cómo puede tener tan poco sentido común?

– se lamentó Varian muy serio-. Si es verdad que tiene un amante y el rey les descubre, que Dios nos ampare.

– ¿Por qué dices eso? -quiso saber Nyssa-. Nosotros no somos Howards. ¿Por qué iba el rey a echarnos en cara los deslices de Catherine?

– Tú no conoces a Enrique Tudor, pero yo crecí en palacio y sé cómo se comporta cuando las cosas salen mal. Si descubre que Cat le ha traicionado no aceptará su parte de culpa. Nunca admitirá que un hombre de su edad no debería haberse casado con una muchacha en la flor de la vida y que mi prima no es una rosa sin espinas, como él asegura, sino una cabeza de chorlito que sólo piensa en su propia conveniencia. El rey acusará de traición a todos los que le rodean, especialmente a mi abuelo. Te recuerdo que mi madre era una Howard y que yo soy su único nieto. Cat nos ha puesto entre la espada y la pared al comportarse de una manera tan irresponsable.

– Trataré de sonsacarla -prometió Nyssa visiblemente inquieta-. Si es cierto que hay otro hombre, estoy segura de que se trata de un coqueteo sin importancia. Cat es incapaz de romper la promesa de fidelidad que le hizo al rey cuando se casó con él.

– Espero que tengas razón -suspiró Varian estrechándola entre sus brazos y besándola.

A partir de aquel día, y ante el regocijo de la reina, Nyssa se propuso no dejarla sola ni a sol ni a sombra. La joven estaba encantada con su compañía y daba gracias al cielo por que hubiera dejado de hablar de sus hijos a todas horas. ¡Las conversaciones sobre los hijos de las amistades le resultaban tan aburridas!

La caravana se trasladó al puerto de Boston para que el rey pudiera satisfacer otro de sus caprichos y la reina aprovechó para navegar por el río Witham y divertirse arrojando pétalos de flores a las barcas ocupadas por sus acompañantes. Cuando hubieron terminado, el río estaba cubierto por una espesa alfombra de vivos colores.

Días después llegaron a Yorkshire y Northumber-land e iniciaron la marcha hacia Newscastle, la última ciudad gobernada por Enrique Tudor. Varian de Winter decidió dejar a Nyssa con el resto de las damas con la esperanza de que conseguiría averiguar algo sobre la supuesta infidelidad de Catherine. Quizá su presencia intimidara a las comadres y les obligara a morderse la lengua.

Aunque Tom Culpeper pertenecía al servicio del rey, se había aficionado a la compañía de Catherine Howard. Sir Cynric Vaughn, uno de sus mejores amigos, se había fijado en Nyssa y la importunaba sin descanso.

– Ahora que tu marido ha dejado de seguirte a todas partes, los caballeros empiezan a revolotear a tu alrededor -dijo Cat a su amiga una tarde en que ambas se encontraban charlando con Kate Carey y Bessie Fitzgerald y recordando los viejos tiempos.

– No me gusta que me mire con tanto descaro -repuso Nyssa-. Debería recordar que soy una mujer casada. Apuesto a que un hombre apodado Sin1 se ha ganado el nombre a pulso.

1. Sin, pecado en inglés. Cyn (diminutivo de Cynric) se pronuncia igual (N. de la T.).

– He oído decir que es un mal bicho -sonrió Cat bajando la voz-. Tom asegura que su afición favorita es enamorar y seducir a mujeres casadas. Ten cuidado, Nyssa. Le ha dicho a Tom que está loco por ti.

– ¿Cómo sabéis todo eso? -preguntó Kate Carey-. Todos los caballeros de la corte os desean y en cambio a mí… Sé que acabaré casada con un tipo aburrido con el que nunca conoceré qué es abandonarse a la pasión.

– Quizá los hombres empiecen a fijarse en ti cuando seas una mujer casada -intervino Bessie haciéndole un guiño picaro-. Saben que jugar con una muchacha virgen puede traerles muchos problemas.

– Eso es verdad -asintió la reina-. Pero no es menos cierto que los hombres son tan impacientes que a menudo no se fijan si la mujer con quien acaban de acostarse es virgen o no. ¡Es tan fácil engañarles!

Nyssa no daba crédito a sus oídos. ¡Aquélla no era su Cat! La dulce muchacha a quien había conocido un año y medio antes se había convertido en una mujer cínica y amargada. Sin embargo, decidió morderse la lengua por miedo a ser acusada de mojigata.

– ¿Estáis segura de lo que habéis dicho, majestad? -inquirió la curiosa Kate Carey-. Cuando Nyssa se casó con lord De Winter, mi tío, el rey, ordenó que a la mañana siguiente le fuera presentada la prueba de que el matrimonio había sido consumado. Esa prueba era un sábana con las manchas de sangre que probaban que la novia era virgen. ¿Qué habría ocurrido si no hubiera habido sangre? Su marido habría concluido que Nyssa había estado con otros hombres antes.

– No seas tonta, Kate -replicó Cat-. Conozco a más de una mujer que ha conseguido engañar a su marido en su noche de bodas con la ayuda de una bolsita llena de sangre de cualquier animal.

– Pero la mujer puede quedar embarazada si permite que su amante se tome demasiadas libertades -insistió Bessie.

– Os aseguro que existen maneras de estar con un hombre sin quedar embarazada -afirmó Catherine bajando la voz y esbozando una sonrisa traviesa.

Nyssa la miraba boquiabierta y se preguntaba si la reina había adquirido todos aquellos conocimientos durante el último año o había puesto en práctica aquellas artimañas antes de casarse con Enrique Tudor.

– ¡Vamos a bailar! -exclamó Catherine poniéndose en pie-. Kate, ve a buscar a los músicos -ordenó-. Di a todos los caballeros que encuentres en el campamento que deseo que se unan a nosotras.

Minutos después, los músicos tocaban alegres melodías, las damas bailaban y los criados servían vino dulce y barquillos. Sir Vaughn, que observaba con atención las evoluciones de las damas, se dijo que la condesa de March era la mujer más hermosa que había visto nunca. Su frialdad para con los extraños y su ac titud de mujer orgullosa y respetable la hacían todavía más atractiva a sus ojos. Cynric Vaughn era un joven alto y delgado a quien todas las damas tenían por un caballero encantador. Cada vez que se sumía en sus pensamientos entornaba sus ojos grises hasta casi borrarlos de su rostro y su abundante y rizado cabello castaño estaba salpicado de hebras doradas que brillaban bajo el sol. Un gracioso hoyuelo adornaba su barbilla cuadrada y hacía sonreír a las damas cuando éstas le hablaban.

Cuando el baile hubo terminado, tomó una copa de vino y se acercó a Nyssa. Su compañero de baile olió el peligro y se apresuró a desaparecer.

– Señora… – dijo tendiéndole la copa. Nyssa tenía las mejillas arreboladas y respiraba con dificultad.

– Gracias, sir Vaughn – sonrió ella tomando la copa. Sabía que no tenía más remedio que ser amable con él. Era amigo de Tora Culpeper y éste compartía con él todos sus secretos. Nyssa había advertido que el joven músico aprovechaba las frecuentes ausencias del rey para rondar a Catherine. Tanto él como la reina se comportaban correctamente, pero habría jurado que se traían algo entre manos. ¿Eran imaginaciones suyas o alguien más se había dado cuenta? -. ¿No os gusta bailar, señor? – preguntó.

– No se me da muy bien – contestó él tomando una mano de Nyssa entre las suyas -. Pero sé hacer otras cosas…

– ¿Estáis coqueteando conmigo?

Cynric Vaughn enarcó las cejas, sorprendido. La mayoría de las mujeres solían derretirse ante sus atenciones en lugar de replicarle con mordacidad.

– Me temo que sí -contestó -. ¿Os molesta?