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– Cat… -llamó en voz baja-. Cat, ¿estás ahí?

Al no recibir respuesta, se dirigió a la antecámara que daba paso al dormitorio de la reina, pero tampoco encontró a nadie allí. Quizá esté dormida, se dijo apartando la cortina para comprobarlo.

Lo que vio la dejó boquiabierta. La reina y Tom Culpeper yacían sobre la gruesa manta de pelo que cubría el lecho real. Una lámpara de aceite ardía junto a ellos y proyectaba una luz dorada que envolvía sus cuerpos entrelazados. Cat estaba completamente desnuda y Tom Culpeper sólo vestía una camisa de seda abierta. Durante un fugaz instante Nyssa vio los pechos redondos y colmados de la reina mientras su amante cambiaba de posición y se tendía entre sus piernas. Cat estaba sofocada y gemía de placer.

– ¡No te detengas, Tom! -la oyó decir Nyssa-. ¡Folíame, cariño! ¡Sigue, sigue! ¡Te necesito tanto! ¡Así, cariño, así!

– Disfruta, mi pequeña Cat -contestó Tom Culpeper-. Yo no soy ese viejo enfermo con quien te has casado. Te voy a follar bien, como he hecho otras veces y como espero hacer en el futuro.

Nyssa dejó caer la cortina y abandonó la tienda de la reina a toda prisa. No daba crédito a lo que sus ojos acababan de ver. ¡No podía ser! Debo de haber sufrido una alucinación, se dijo apoyándose en un árbol y cerrando los ojos. Las imágenes que acababa de presenciar se repetían una y otra vez. Abrió los ojos de golpe y se dijo que necesitaba tiempo para pensar qué iba a hacer… si es que podía hacer algo.

Cuando llegó a su tienda llamó a Bob, el mozo de establos, y le ordenó que ensillara un caballo.

– ¿Vais en busca de los hombres, señora?

– No -contestó Nyssa-. Quiero dar un paseo sola, a ver si se me pasa el dolor de cabeza. No me alejaré mucho, así que no es necesario que me acompañes.

El mozo corrió a cumplir sus órdenes y Nyssa entró en la tienda.

– Tillie, tráeme la falda de montar color verde y las botas -pidió.

– Estáis muy pálida, señora -advirtió su doncella-. ¿Os encontráis bien? ¿Por qué no os echáis un rato?

– No, Tillie. Necesito un poco de aire fresco. ¡Odio la corte y a sus gentes con todas mis fuerzas!

Tillie guardó silencio y ayudó a su señora a vestirse con una falda de terciopelo verde y un corpino color púrpura y dorado. Arrodillándose, le calzó las botas y se las abrochó.

– ¿Vais en busca de los hombres, señora?

– Voy a dar un paseo sola.

– Deberíais dejar que Bob os acompañara. El señor se enojará si se entera de que habéis salido sola. Estos caminos son muy peligrosos.

– Apuesto a que no son ni la mitad de peligrosos que la vida en la corte -replicó Nyssa, irritada-. He dicho que quiero estar sola y el señor no tiene porqué enterarse si nadie se lo dice. ¿Me has entendido, Tillie? -añadió golpeando cariñosamente el hombro de su doncella y saliendo de la tienda.

Montó el caballo que Bob había ensillado y partió a toda velocidad sin saber a dónde se dirigía. ¡El paisaje era tan aburrido! Todo cuanto se divisaba era cielo y colinas teñidas de los colores del otoño. Cabalgó hasta lo alto de una colina y decidió dar un respiro a su caballo. Desmontó y contempló el paisaje que se extendía a sus pies mientras se sumía en sus pensamientos.

Había sorprendido a la reina en flagrante adulterio y no sabía qué debía hacer. Enrique Tudor adoraba a Catherine y reprendía severamente a todo aquel que osaba a hablar mal de ella en su presencia. No puedo acusar a la reina sin pruebas, se lamentó Nyssa. Si lo hago, todo el mundo pensará que estoy celosa de ella y que deseo desacreditarla a ojos del rey para ocupar su lugar. Se volverá a hablar del turbio episodio de mi boda con Varian y me acusarán de Dios sabe qué. Aunque el adulterio y la traición me repugnan, debo guardar silencio. Ni siquiera estoy segura de que deba contárselo a Varian. Se lo dirá a su abuelo y el duque reprenderá a Cat. Ella se pondrá furiosa y se enojará conmigo por hablar demasiado. Será la palabra de una humilde mujer de campo contra la de la reina de Inglaterra. Debo guardar silencio por el bien de mi familia.

– Nunca he visto una mirada tan seria en los ojos de una mujer -dijo una voz familiar sacándola de sus cavilaciones. Nyssa se volvió y descubrió que se trataba de Cynric Vaughn-. Un penique por vuestros pensamientos, mi querida condesa de March.

– Pienso en mis hijos y en cuánto me gustaría estar en Winterhaven -mintió la joven-. Adoro la vida del campo y detesto la corte -confesó.

– Cuando os he visto abandonar el campamento a todo correr, he creído que ibais a encontraros con vuestro amante.

– ¿Cuántas veces tendré que deciros que mi marido es mi único amante? -replicó Nyssa, irritada.

– Muy original, pero un poco aburrido. No vale la pena esforzarse por explicar a este hombre qué significa la palabra amor, se dijo.

– ¿Por qué no habéis acompañado a los hombres, señor? -preguntó.

– Al rey le encanta cazar, pero yo lo encuentro un deporte estúpido -contestó Cynric Vaughn-. Decidme, señora, ¿qué estaríais haciendo en estes momentos si estuvierais en vuestra casa?

– Preparar conservas y sidra; y en octubre, fermentar la cerveza.

Cynric Vaughn estalló en carcajadas y su caballo se revolvió inquieto.

– Creía que eso lo hacían los criados.

– En efecto, pero ese trabajo debe ser supervisado por alguien. Mi madre siempre dice que la única manera de conseguir que los criados hagan bien su trabajo es instruirles adecuadamente.

– ¿Y qué me decís de los mayorales y las amas de llaves? ¿Tampoco os ayudan?

– Nos ayudan y en ocasiones nos sustituyen, pero no pueden ocupar nuestro lugar. Las haciendas sin patrón no prosperan porque hace falta una mano firme que llame al orden a los empleados de vez en cuando.

– Comprendo -murmuró sir Vaughn-. Ahora entiendo por qué mi hacienda va de mal en peor. El problema es que necesito a una mujer rica para ponerla en condiciones y no puedo cazar ninguna mujer rica sin una hacienda en condiciones -rió-. Mientras decido cómo solucionar mi problema, permanezco en la corte y disfruto de los placeres de la vida.

– ¿Dónde se encuentran vuestras tierras? -preguntó Nyssa montando de nuevo y emprendiendo el camino de regreso al campamento.

– En Oxfordshire -contestó él siguiéndola-. Creo que os gustarían. Poseo una casa en ruinas y varios cientos de acres de tierra poblada de maleza y matorrales.

– ¿Por qué no habéis contratado a arrendatarios que cuiden de ellas? -inquirió Nyssa, extrañada-. ¿No criáis ganado ni ovejas?

– Veo que sois una verdadera mujer de campo

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– no el.

– La tierra y las gentes que la trabajan son la mayor riqueza de Inglaterra -aseguró la joven-. Preguntádselo al rey y veréis cómo está de acuerdo conmigo.

– Acepto la regañina con humildad -sonrió Cyn-ric Vaughn agachando la cabeza-. Quizá vos podríais enseñarme todo cuanto necesito saber para convertirme en un granjero modélico.

– Os burláis de mí.

– Nada más lejos de mi intención, señora -protestó él fingiéndose ofendido.

– Entonces, ¿habéis decidido volver a las andadas?

– inquirió Nyssa mientras se preguntaba si Tom Cul-peper habría confiado su secreto a Cynric Vaughn. Si lo había hecho, Cat se encontraba en una situación muy comprometida. Debía averiguarlo-. ¿Estáis coqueteando conmigo otra vez?

– Me parece que sois vos la que está coqueteando conmigo.

– ¿No fuisteis vos quien me aconsejó que me olvidara de Tom Culpeper?

– Os advertí que tiene una amante muy celosa -replicó Cynric Vaughn acercando su rostro al de Nyssa.

– Me pregunto a qué se debe tanto interés por mi vida privada -sonrió Nyssa. Nunca se había comportado de una manera tan descarada, pero no tenía tiem po que perder. Si no conseguía hacer entrar en razón a Cat antes de que la caravana regresara a Londres, corría el peligro de ser descubierta con las manos en la masa.