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No le había costado mucho convencer a Catherine de que la acompañara a dar un paseo porque, pasada la novedad de la presencia de su amiga, la reina volvía a dar muestras de aburrimiento. Sabedora de que iba a tener que pasar las próximas semanas encerrada en una carroza y que el buen tiempo no volvería hasta la próxima primavera, se mostró encantada de salir a disfrutar por última vez del aire fresco y el sol.

– ¿Vas a decirme de una vez eso tan importante? – insistió.

– Sé lo tuyo con Tom Culpeper.

– No sé de qué estás hablando -replicó Catherine.

– No lo niegues, Cat. Os vi juntos -añadió enrojeciendo al recordar la escena-. Te juro que no estaba espiando. Fue el día que los hombres salieron a cazar y yo me quedé porque me dolía la cabeza. Cuando me sentí un poco mejor fui a proponerte que jugáramos a las cartas. Te llamé pero no contestaste así que, pensando que dormías, entré en tu habitación y os descubrí juntos. Lo siento mucho, Cat. Perdona mi indiscreción.

– Pídeme lo que desees -dijo la reina-. ¿Quieres oro o joyas? ¿O quizá prefieres un puesto de importancia en la corte para alguien de tu familia? Compraré tu silencio; no eres la primera que ha intentado sobornarme.

– ¡Te equivocas, Cat! -exclamó Nyssa, escandalizada.

– No te hagas la santita, Nyssa. Si no quisieras pedirme algo, no estaríamos teniendo esta conversación.

– Lo único que quiero es que dejes de comportarte como una irresponsable. Estás poniendo en peligro tu vida y la de mucha gente inocente. ¿ Cómo has podido caer tan bajo? Tienes un marido que te adora y que está pendiente de todos tus caprichos. Por el amor de Dios, Cat, ¡eres la reina de Inglaterra!

– ¿Y crees que eso es una ganga? -sollozó Catherine-. ¡Nyssa, nunca pensé que sería tan duro! Adoro las ropas caras, las joyas y tener a decenas de personas pendientes de mis deseos, pero si llego a saber lo que me esperaba, no me habría casado con Enrique Tudor. Ahora estoy atrapada. ¡Me desprecio a mí misma por haberme convertido en el juguete de un anciano! Quiero amar y ser amada como tú.

– Pero el rey te adora, Cat. Ni siquiera es capaz de contenerse en público. Lleváis meses casados y salta a la vista que cada día te quiere más. No me digas que estabas tan deslumbrada con los privilegios de ser reina que no te diste cuenta de que Enrique Tudor es un anciano, porque no me lo creo. Yo me pasaba el día rezando por que no me escogiera a mí. Me sentía incapaz de amarle como esposa y estoy segura de que a ti te ocurrió lo mismo.

– No tienes ni idea de lo que es ser una Howard

– replicó Catherine, dolida-. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años y mi padre estaba demasiado ocupado buscando a una viuda de buena posición para ocuparse de sus cinco hijos. Mis hermanas y yo fuimos enviadas a Horsham y nos criaron como a una carnada de gatitos o cachorros. Desde el primer momento, quedó muy claro que éramos los parientes pobres y me vi obligada a tomar sin rechistar lo que me daban y a dar las gracias constantemente. ¡Era tan humillante! No recibí ningún tipo de educación y recuerdo que solía esconderme en el aula donde estudiaban mis hermanos y mis primos. Apenas sé escribir mi nombre y no sé leer

– reconoció-. Nunca tuve un vestido que fuera mío hasta el día que llegué a la corte. Hasta entonces, todos mis vestidos eran heredados y, cuando se me quedaban pequeños, pasaban a mis hermanas. Algunos de aquellos vestidos estaban tan raídos que temía que se me rompieran en pedazos entre las manos, pero si no llegaban a Elizabeth o a María, recibía una paliza por descuidada.

Nyssa escuchaba el relato de Cat boquiabierta. ¡Qué diferente había sido su infancia! Ella había crecido mimada por sus padres, abuelos y tíos y rodeada del cariño de su familia. Los Howard eran un clan rico y poderoso, pero no sabían nada sobre la educación y la crianza de los niños. Las desgraciadas infancias de Ca-therine y Varían tenían numerosos puntos en común. Sin embargo, aquélla no era excusa para cometer adulterio.

– Precisamente porque tuviste una infancia tan desgraciada tu comportamiento me resulta todavía más incomprensible. El amor de tu marido debería haberte hecho feliz.

– ¡Pero él no me quiere! -protestó Cat-. Dice que me ama pero sólo me quiere para lucirme delante del rey Francisco I de Francia y del emperador romano. Lo único que le importa es presumir de esposa joven y bonita. Además, como amante es terrible -añadió naciendo un mohín de disgusto-. ¿No te habló tu madre de él? Después de todo, fueron amantes.

– Una madre no suele comentar con su hija las habilidades de su amante, Cat.

– Quizá estuviera más delgado cuando era joven -continuó Cat-. ¡Pero ahora está tan gordo que no puede montarme como un hombre normal! ¡Tengo que sentarme en su regazo con las piernas abiertas, arrodillarme sobre la cama o echarme hacia adelante y apoyarme en una mesa mientras él me penetra por detrás! Si se echara sobre mí me aplastaría. Gruñe y suda como un cerdo hasta que satisface su deseo. Si yo no tuviera tanta facilidad para satisfacer el mío, me quedaría a medias la mayoría de las veces.

Nyssa cerró los ojos. No quería seguir escuchando los secretos de alcoba de los reyes y lo peor era que Cat parecía no comprender la gravedad de la situación.

– Por muy decepcionada que te sientas, eres la esposa de Enrique Tudor hasta que la muerte os separe y debes comportarte como tal -dijo armándose de paciencia-. No tienes elección. Si se descubre que eres culpable de adulterio pagarás con tu vida. Tu prima Ana tenía un carácter muy rebelde pero no era culpable de los crímenes que se le imputaban. Aunque todo el mundo lo sabía, nadie se atrevió a salir en su defensa y murió decapitada. Tú sí eres culpable, Cat, y arrastrarás en tu caída a todos los Howard, incluido Varían, el único nieto de Thomas Howard. Si hieres el orgullo del rey, se revolverá como una serpiente y acabará con todos nosotros.

– ¡Pero Tom y yo nos queremos! -repuso la obstinada reina.

– Si Tom Culpeper te quiere de verdad, entenderá tus razones -replicó Nyssa-. Debes hacerle comprender que está poniendo en peligro la vida de mucha gente. Si quiere terminar sus días bajo el hacha del verdugo, allá él, pero si te quiere hará todo cuanto esté en su mano para protegerte. ¿Has pensado que podrías quedar embarazada? ¿Serías capaz de colocar a un bastardo en el trono de Inglaterra?

– ¿Cuántas veces tengo que decirte que sé cómo evitar un embarazo? -contestó Catherine. El viento soplaba con fuerza y la reina se envolvió en su abrigo mientras un escalofrío le recorría la espalda-. Volvamos al campamento. Tengo frío.

– Quiero que me prometas que vas a terminar con esta locura -insistió Nyssa-. Si tu tío el duque se entera de qué está ocurriendo te delatará para salvar el pellejo. Él fue el primero en abandonar a Ana Bolena a su suerte.

– No sabrá nada si tú mantienes la boca cerrada. ¡No sé cómo explicártelo para que lo entiendas! Tom es la única persona en el mundo que me hace feliz.

– ¿Quién más sabe lo vuestro, Cat? -inquirió Nyssa, inquieta-. Estoy segura de que no puedes mantener esos encuentros secretos sin la ayuda de un cómplice. ¿Quién te está haciendo chantaje? ¿No te das cuenta de que estás metida en un lío muy gordo? Es un milagro que todavía no os hayan descubierto, pero ¿qué ocurrirá en palacio?