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– He empaquetado un poco de pan y queso y algunas manzanas por si les apetece comer algo durante el viaje -dijo Toby-. Los criados del rey dicen que su majestad desea llegar a Londres cuanto antes, así que supongo que la jornada a caballo será larga y fatigosa.

– ¿Habéis comido algo vosotros? -se interesó Va-rian-. La jornada será tan dura para nosotros como para nuestros criados.

– ¿Cuándo volveremos a casa, señora? -quiso saber Tillie.

– Confío en que el rey nos dé permiso para abandonar la caravana cuando lleguemos a Amphill testó Nyssa-. Me prometió que podríamos pasar las Navidades en casa. Nosotros también echamos mucho de menos Winterhaven.

El buen tiempo que les había acompañado durante su breve estancia en Hull había cambiado. Corría octubre y los días cada vez eran más cortos, húmedos y fríos. Los árboles cambiaban sus colores del verano por los ocres, marrones y dorados del otoño. La temporada de caza había finalizado y la caravana avanzaba a marchas forzadas hacia el sur en busca de los gruesos muros de piedra que les protegerían del frío del invierno.

El tiempo húmedo y desapacible empezaba a perjudicar la pierna enferma de Enrique Tudor, que montaba uno de los caballos que lady Ana de Cleves le había regalado y soportaba el frío, la lluvia y el dolor estoicamente. Ante la desesperación del conde de March, que deseaba recordarle su promesa de permitirles regresar a casa, las únicas personas con quienes consentía hablar eran su esposa y su bufón.

– No nos queda más remedio que esperar hasta que la caravana llegue a Windsor -suspiró resignado-. Ahora no hay manera de acercarse a él.

Nyssa se sintió descorazonada pero trató de ocultar su decepción. La caravana se detuvo un día en Kettleby para descansar y la reina aprovechó para iniciar los preparativos de las fiestas de Navidad.

– Las celebraciones se harán en Hampton Court y durarán doce días -dijo a sus damas-. ¡Adoro ese palacio! Vamos, Nyssa, juguemos una partida de cartas -propuso-. Últimamente siempre me ganas, así que exijo la revancha. Enrique dice que debería mejorar mi juego en vez de apostar tanto.

Nyssa estuvo tentada a recordar a Cat que no pensaba pasar las Navidades en Hampton Court pero decidió guardar silencio. Cat podía enojarse y predisponer al rey en su contra. Era mejor no contradecirla y esperar un momento más propicio. Volvió su atención a la partida de cartas y dejó ganar a Cat hasta que ésta hubo recuperado lo que había perdido en las últimas noches.

– Habéis sido muy astuta esta noche, lady De Win-ter -le susurró lady Rochford cuando se disponía a marcharse-. Es una lástima que no juguéis vuestras cartas con tanta habilidad cuando se trata de asuntos más delicados.

– No sé de qué estáis hablando -replicó Nyssa escudriñando el rostro inescrutable de la dama-. Lo siento, pero los jeroglíficos no se me dan nada bien.

Abandonó la tienda de la reina y se perdió en la oscuridad de la noche. Las tiendas ocupaban siempre la misma situación en el campamento y el camino estaba bien iluminado, así que rechazó la compañía del soldado que se ofreció a escoltarla. De repente, advirtió que alguien seguía sus pasos. Cuando se volvió, dos hombres la sujetaron por los brazos y la apartaron del camino principal.

– Si gritáis, os corto la garganta -amenazó una voz familiar.

¿Cómo voy a gritar si no puedo?, pensó Nyssa, paralizada por el miedo. ¿Quiénes eran aquellos hombres y qué querían de ella? Apenas llevaba joyas.

Aquella noche el campamento había sido levantado junto a las ruinas de un viejo monasterio y sus asaltantes la arrastraron hasta allí. En ese momento asomó la luna y Nyssa descubrió que se trataba de Tom Culpe-per y sir Cynric Vaughn. Emitió un suspiro de alivio y se volvió hacia ellos, furiosa.

– ¡Me han dado un susto de muerte, señores! -siseó-. ¿Cómo se atreven a asaltarme en mitad de la noche como si fueran salteadores de caminos?

Hizo ademán de emprender el regreso al campa mentó pero Tom Culpeper le hincó unos dedos como garras en el brazo.

– No tan deprisa, señora -espetó-. Vos y yo tenemos que hablar. Os habéis mezclado en un asunto que no es de vuestra incumbencia y por vuestra culpa hay una dama que está inquieta y confundida. Estoy aquí para asegurarme de que dejéis de meteros donde no os llaman.

– Y vos habéis puesto en peligro la vida de esa dama

– replicó Nyssa-. Si la quisierais de verdad, dejaríais de verla inmediatamente. ¡Tom Culpeper, sois un egoísta y un oportunista! -acusó-. ¿No os dais cuenta de que.vuestra vida también corre peligro? Lady Rochford conoce vuestro secreto y la muy irresponsable alienta ese comportamiento. A cada día que pasa, el peligro de que el rey os descubra aumenta.

– Pero vos no se lo diréis, ¿verdad?

– ¿Yo? ¿Estáis loco? Nunca traicionaría a Cat ni me atrevería a dar una noticia tan desagradable al rey. ¡Naturalmente que no se lo diré! ¿Es eso lo que os preocupa? Tom Culpeper, sois un tonto.

– No os creo -replicó Tom Culpeper-. Si el rey no se hubiera casado con Cat, vos seríais su esposa. La reina me ha dicho que su tío, el duque de Norfolk, os obligó a casaros con lord De Winter para evitar que el rey os escogiera. Si mi señora cayera en desgracia, el rey volvería a fijarse en vos.

– Tom Culpeper, escuchadme con atención -dijo Nyssa escogiendo sus palabras con cuidado-. Yo nunca quise convertirme en la reina de Inglaterra, ¡nunca! Es cierto que me casé con mi marido porque el duque así lo ordenó, pero le quiero y también quiero a nuestros hijos. Creo que estoy embarazada de nuevo

– mintió-. No apruebo el comportamiento de Cat pero no seré yo quien la delate porque mi familia sufriría las consecuencias. Tampoco lo haré por principios porque soy consciente de que la gente implicada en este asunto desconoce el significado de esa palabra. ¡Y ahora, dejadme marchar! -ordenó-. Mi marido debe estar preguntándose dónde estoy y supongo que no os gustaría que os descubrieran aquí y empezara a hacer preguntas comprometedoras.

– Quizá estéis diciendo la verdad… o quizá no. ¿Quién me asegura que no tratáis de engañarme para que os deje marchar? Antes de eso, os enseñaré una muestra de lo que puede ocurrir si os vais de la lengua -añadió sujetándole los brazos a la espalda y levantándola en el aire-. Toda tuya, Sin. ¿Sabíais que mi amigo Sin os desea?

– Si me ponéis una mano encima, gritaré -amenazó Nyssa.

– Si lo hacéis, diremos que habéis sido vos quien nos ha citado aquí. Vamos, Sin, enséñale lo que es bueno.

Sin Vaughn avanzó y amordazó a Nyssa con un pañuelo de seda. Con una mano le acarició la mejilla mientras con la otra empezaba a desabrocharle el abrigo y el corpino. Le arrancó la ropa interior y le clavó las uñas en el pecho.

Nyssa se revolvió pero Tom Culpeper consiguió mantenerla inmóvil. Quiso gritar pero el pañuelo le impedía articular palabra. Su atacante sonrió y, sin soltarle un pecho, inclinó la cabeza y empezó a succionarle el otro pecho mientras le mordía el pezón. Lágrimas de dolor y humillación resbalaban por las mejillas de Nyssa y apenas podía respirar. Sir Vaughn le clavó los dientes en el otro pecho y la joven arqueó la espalda.

– Déjame seguir, Tom -pidió Sin a su amigo-. Ya sé que te he prometido esperar, pero no puedo. ¡Dios, es deliciosa!

– Ni hablar -replicó Tom Culpeper-. Si la fuerzas ahora, Cat me matará.

– Entonces déjame tocarla un poco más antes de soltarla -dijo levantándole la falda, sujetándosela en la cinturilla y arrancándole la ropa interior. Se arrodilló e introdujo la cabeza entre sus piernas.

Nyssa se dijo que no podía permitir que aquel atropello continuara. Se hizo hacia adelante y, cuando Tom Culpeper trató de enderezarla, descargó un fuerte rodillazo en la mandíbula de Sin Vaughn, que se quebró con un crujido. Sir Vaughn cayó al suelo hecho un ovillo y Tom Culpeper soltó a Nyssa para socorrer a su amigo. La joven se arrancó el pañuelo que le tapaba la boca y trató de recuperar la respiración mientras se bajaba la falda y cubría su desnudez. Cynric Vaughn había perdido el sentido.