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– ¿Qué le has hecho, zorra? -espetó Tom Culpeper.

– Si vos o ese animal volvéis a ponerme la mano encima explicaré a mi marido el desgraciado incidente de esta noche -amenazó-. De momento guadaré silencio porque estoy segura de que no esperaría a mañana para mataros. ¿Cómo podría explicar su comportamiento sin delatar a Cat? Tampoco diré nada a la reina porque la muy ilusa cree haberse enamorado de vos y no me creería, pero os lo advierto: ¡alejaos de mí!

– Os recuerdo que tenéis dos hijos. Pensad en ellos •cada vez que os sintáis tentada a hacer una tontería.

– Atreveos a acercaros a mis hijos y os mataré con mis propias manos -prometió Nyssa con los ojos brillantes de ira. Si queréis libraros de mí convenced a Cat de que recuerde al rey su promesa de dejarnos volver a casa.

Después de pronunciar aquellas amenazadoras palabras regresó al campamento. Cuando se encontraba cerca, advirtió que había olvidado recoger su abrigo del suelo pero no se atrevía a volver sobre sus pasos. Tillie le preguntaría a la mañana siguiente dónde lo había dejado y también se daría cuenta de que su ropa interior estaba rota. Decidió contarle lo que había ocurrido y prevenirla contra Tom Culpeper y Cynric Vaughn. La pobre Cat, que sólo veía en Culpeper a un apuesto joven de ojos azules, no imaginaba qué clase de hombre se escondía detrás de aquella apariencia inofensiva.

La caravana continuó su marcha hacia el sur y, tras pasar de largo por Collyweston y Amphill, llegó a Wind-sor el 26 de octubre. La construcción del castillo de Windsor había sido iniciada por Guillermo el Conquistador. Sus muros de piedra sustentados por vigas de madera se levantaban en lo alto de una colina desde la que se divisaba el valle del Támesis. Los reyes que sucedieron a Guillermo I siguieron alojándose allí durante largas temporadas y disfrutando de la excelente caza de la zona. Enrique II sustituyó las murallas de madera por otras de piedra, más solidas, y Enrique III terminó de levantar los muros y añadió nuevas torres. Fue Eduardo III quien convirtió el castillo en una magnífica residencia tras fundar la Orden de la Jarretera, que dio origen a la leyenda del rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda.

Cuando Eduardo IV accedió al trono la capilla de palacio estaba prácticamente en ruinas y el monarca ordenó iniciar su reconstrucción, aunque nunca la vio terminada. Enrique VIII, el actual monarca, construyó el coro. Jane Seymour, su tercera esposa, estaba enterrada allí, y en numerosas ocasiones el mismo rey había expresado su voluntad de ser enterrado junto a ella. Enrique Tudor consideraba aquel castillo su verdadero hogar desde los años en que era un príncipe joven y apuesto que pasaba largas temporadas allí participando en todo tipo de competiciones y torneos. Aunque había llovido mucho desde entonces, el rey se sentía rejuvenecer cada vez que atravesaba aquellos sólidos muros. La corte asistió atónita al espectáculo del traslado de la cama de su majestad, un mueble que medía ¡más de tres metros cuadrados! El rey era incapaz de subir las escaleras que conducían a las habitaciones del piso superior y, cuando lo hacía, debía ayudarse de una soga y un sofisticado sistema de poleas.

Finalmente, el conde de March consiguió atraer la atención del rey durante el banquete que se celebró dos días después de la llegada de la caravana a Windsor.

– Sé que prometí a Nyssa que os permitiría regresar a casa antes de las Navidades -dijo Enrique Tudor, que había bebido demasiado y se había puesto un poco sentimental-. Señor, os suplico que os quedéis hasta el día de Reyes. Sé que vuestra esposa desea celebrar unas fechas tan señaladas en Riveredge pero también sé que si os dejo marchar ahora, no volveré a veros nunca más. Nyssa es un ratoncito de campo como su madre y como vos, Varian. Os ríe estado observando durante el viaje y he advertido que mirabais con más interés los rebaños de ovejas y el ganado que pastaba en los campos que los ciervos que perseguíamos. Si os quedáis con nosotros hasta el día de Reyes, no volveré a pediros que vengáis a palacio -prometió-. ¿Qué opinas tú, querida? -preguntó volviéndose hacia Cat y besándola en la boca.

– Me parece una idea excelente -asintió la reina-. Por favor, primo, quédate y pide a Nyssa que no se enfade conmigo por haberla obligado a cambiar de planes -añadió esbozando la sonrisa más encantadora de su repertorio. Varian empezaba a entender la adoración que Enrique Tudor sentía por su prima: Catherine parecía la viva imagen de la inocencia y la dedicación a su marido.

– Pido a Dios que no la descubran hasta que nos encontremos muy lejos de palacio -dijo Nyssa cuando Varían le informó que Catherine había conseguido que el rey rompiera su promesa. Saltaba a la vista que desconocía que su amante y el mejor amigo de éste habían tratado de abusar de ella en Kettleby. Si supiera algo me habría dejado partir, se dijo. Por lo menos, sus asaltantes no habían vuelto a molestarla. A la mañana siguiente Cynric Vaughn había aparecido con un impresionante hematoma de color negro azulado del tamaño de un limón y había dicho a todo el mundo que había tenido una pesadilla y se había caído de la cama. El tiempo mejoró un poco y el rey aprovechó para salir a cazar. Enrique Tudor, a quien nada le gustaba más que montar a caballo y perseguir cervatillos indefensos, se encontraba como pez en el agua. Cada noche se celebraba un banquete y él disfrutaba más que nadie con la comida, la bebida y el baile. Lady Ana decidió visitar a la corte. La verdad era que le habría encantado unirse a la caravana pero había decidido quedarse en Richmond para no poner a Catherine en una situación comprometida. Cuando vio a Nyssa, la estrechó efusivamente entre sus brazos.

– ¿Habéis tenido un bien fiaje? -preguntó-. ¡Qué enfidia me das!

– Habría cambiado gustosa vuestro lugar por el mío, señora -respondió la joven-. De buena gana me habría quedado en Winterhaven con mis hijos. Cuando nos marchamos en el mes de agosto, les habían salido dos dientes abajo y los de arriba empezaban a apuntar. Su majestad nos ha pedido que nos quedemos hasta el día de Reyes -suspiró-. Por tercer año consecutivo, no pasaré las Navidades en Riveredge.

– Si tu madre da su permiso y no le supone una gran molestia, me gustaría celebrar unas nafidades con fosotros -dijo lady Ana-. Siento curiosidad por conocer esa lugar tan marafillosa llamada Riveredge. Sin embargo, me temo que este año tendremos que con formarnos con Hampton Court. El año pasado nadie sabía muy bien cómo diriguirse a mí pero este año estaremos juntas. ¡Ya verás cuánto nos difertiremos!

Cuando los viajeros supieron que el trayecto de Windsor a Hampton Court iba a realizarse en barca, suspiraron aliviados. Llevaban cuatro meses cabalgando y empezaban a cansarse. Nyssa se llevó una desagradable sorpresa cuando descubrió que el duque de Norfolk les acompañaría en la travesía.

– Sé que detestas mi compañía, jovencita -dijo Thomas Howard a modo de saludo tras hacerle una reverencia-. Sin embargo, hace mucho que no veo a mi nieto y deseo hablar con él. Además, hay tantos invitados en palacio que no os queda más remedio que aceptar mi hospitalidad.

– Después de pasar más de tres meses recorriendo los caminos de Inglaterra, aceptaría la hospitalidad del mismísimo demonio -replicó Nyssa, que en su fuero interno reconocía que la oferta del duque era muy generosa. Si no hubiera sido por él, se habrían visto obligados a compartir habitación con otra pareja o a ser alojados en los hacinados dormitorios destinados a los hombres y las mujeres solteros.

– ¿Y cómo estás tan segura de que yo no soy el demonio?