– Debes ser muy prudente, Philip, y pensar dos veces antes de hablar -insistió Bliss.
– Sí, tía -contestó el muchacho obedientemente mientras fingía no ver el guiño cómplice que le dirigía su tío.
A última hora de la tarde Bliss dio de cenar a los niños y les acompañó a sus habitaciones.
– Aunque la princesa de Cleves tardará unos días en llegar, presiento que ésta será la última noche que podréis dormir a pierna suelta -dijo antes de desearles buenas noches.
Los cuatro primos compartían una habitación y Nyssa ocupaba un dormitorio en el que apenas cabían una cama y su equipaje. Su doncella personal dormiría a los pies de la cama.
– No es una habitación muy grande -comentó la joven Tillie, una muchacha bajita y desenvuelta de semblante agradable, ojos castaños y cabello liso recogido en una larga trenza, mirando a su alrededor-. Los perros de mi padre tienen más espacio en sus casetas. -El padre de Tillie era el guardabosques de Riveredge.
– Pronto nos marcharemos de aquí -prometió Nyssa.
– La condesa ha dicho que debéis estar en palacio a primera hora de la mañana para presentar vuestros respetos al rey y saludar a la dama encargada de seleccionar a las camareras de la reina. Será mejor que preparemos ahora vuestras ropas; mañana todo serán prisas.
Nyssa asintió. Tillie era una muchacha práctica y eficiente. Sólo hacía diez meses que Heartha, doncella de su madre y tía de la muchacha, la había escogido entre todas las sirvientas para atender a la joven señora de Riveredge.
– Es importante que causéis una buena impresión -dijo Tillie poniéndose manos a la obra-. Necesitamos algo elegante pero discreto… -murmuró pensativa-. ¿Qué tal el vestido color borgoña? No… ¿Y el verde manzana? No, ése tampoco.
– ¿Y el azul que hace juego con mis ojos? -propuso Nyssa-. Todo el mundo dice que es el que mejor me sienta.
– Es cierto, pero temo que llaméis demasiado la atención, señora -repuso Tillie frunciendo el ceño-. ¡Ya lo tengo! ¿Qué os parece el de terciopelo melocotón? Quedará precioso con la falda de damasco beige y dorada. Voy a sacarlos del baúl y a quitarles las arrugas. Estaréis preciosa, señora, y daréis la imagen de una dama bella y discreta. Id a dormir -ordenó-. Mañana os espera un día muy duro: tendréis que bañaros por la mañana y después yo os arreglaré el cabello. Dejad que os ayude a desvestiros y cuando estéis en la cama me ocuparé de vuestras ropas.
Nyssa creía que los nervios no le permitirían dormir en toda la noche, pero estaba tan cansada que cayó rendida en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. Cuando Tillie la despertó a la mañana siguiente todavía no había amanecido y la habitación estaba helada. Nyssa hundió la cabeza bajo las mantas mientras su doncella tiraba de ella para obligarla a levantarse.
– Tenéis el baño preparado, señora. Si no os dais prisa se os enfriará el agua.
– No me importa -gruñó Nyssa dando media vuelta y acurrucándose entre las sábanas calientes-. ¡No! -gritó cuando Tillie tiró de las mantas y las arrojó al suelo-. ¡Tengo frío!
– A la bañera ahora mismo -ordenó la muchacha-. No pienso permitir que deshonréis el nombre de los Wyndham al presentaros delante del rey con toda la mugre del camino. Maybelle, la doncella de vuestra tía Bliss, es una chismosa y no tardaría en ir con el cuento a mi tía Heartha. ¿Y qué creéis que haría ella? Vendría hasta aquí aunque tuviera que hacerlo a pie y me tiraría, de las orejas hasta ponérmelas coloradas como tomates. Y vos no deseáis que nadie haga daño a vuestra fiel Tillie, ¿verdad? -añadió con voz melosa-. Yo siempre os servido lo mejor que he sabido y…
– Está bien, está bien -rió Nyssa saltando de la cama-; tú ganas.
Se quitó el camisón y se metió en la pequeña bañera redonda llena de agua caliente mientras un escalofrío le recorría la espalda. A veces Tillie hablaba como su tía Heartha pero otras veces era realmente divertida.
– Tendré que lavaros el cabello -advirtió Tillie-. Está sucio y enmarañado -añadió y, antes de que Nyssa pudiera protestar, vertió un cubo de agua caliente sobre la cabeza de su señora-. Cuanto antes empecemos, antes terminaremos.
– ¡Date prisa! -siseó Nyssa temblando de frío. La habitación estaba helada y los hombros y la cabeza mojados aumentaban la desagradable sensación. Tomó la pastilla de jabón y se lavó mientras Tillie le friccionaba la cabeza y vertía otro cubo de agua.
– Será mejor que salgáis o pillaréis una pulmonía -dijo cuando el agua se hubo enfriado. Tillie envolvió a su señora en una toalla y se apresuró a secarle el cabello con otra.
Nyssa se acurrucó en la toalla y se frotó los brazos para entrar en calor antes de regresar a la cama.
– Seguid secándoos el cabello, señora -ordenó su doncella alargándole una toalla-. Voy a buscaros algo de comer.
Nyssa se cubrió con las mantas y frotó con la toalla la húmeda melena de color castaño. En un rincón de la habitación las enaguas, el corpino y la falda que debía ponerse descansaban sobre una silla y ofrecían un aspecto impecable. ¡La pobre Tillie no debe haber pegado ojo en toda la noche!, se dijo empezando a sentirse culpable. ¡Con razón dice mamá que una buena doncella es un tesoro!
– ¡Ni en sueños imaginé lo que he visto en esa cocina! -exclamó la joven sirvienta, que acababa de entrar en la habitación trayendo una bandeja-. Ahí abajo hay una mujer con un solo ojo que asegura ser la cocinera. En un santiamén ha preparado una bandeja con un tazón de gachas, pan recién horneado, mantequilla, miel y un vaso de vino rebajado con agua -añadió dejando la bandeja sobre las rodillas de Nyssa-. Coméoslo todo. Maybelle dice que quizá no podáis comer nada más hasta la noche.
– ¿Y tú? -preguntó Nyssa a su doncella mientras tragaba una cucharada de gachas-. ¿Has comido algo?
– Comeré cuando os hayáis ido, señora -respondió Tillie-. Maybelle dice que se os permitirá regresar a dormir aquí hasta que la reina llegue a palacio. Es lo que suelen hacer las damas con casa y familia en el pueblo. Maybelle dice que…
– Veo que Maybelle es una fuente de información de lo más fiable -la interrumpió Nyssa esbozando una sonrisa traviesa.
– Está verde de envidia -contestó Tillie con una risita-. Todo el mundo sabe que el puesto de dama de honor está muy bien considerado entre los miembros de la corte. Y su señora, por muy condesa que sea, nunca ha servido a la reina. La pobre Maybelle no sabe si volverme la espalda o aconsejarme sobre cómo serviros. Después de todo, soy tan joven e inexperta como vos.
– Sácale toda la información que puedas y procura hacerte amiga de otras doncellas -ordenó Nyssa-. Sabes bien que es la primera vez que salgo de mi casa y que debo andar con pies de plomo si quiero sobrevivir en la corte. Mamá dice que es una oportunidad excelente que no debo desaprovechar.
– No os preocupéis, señora -dijo Tillie apoyando una mano en el hombro de Nyssa-. Ya veréis como todo saldrá bien. Ahora acabaos el desayuno antes de que vuestra tía suba a regañarnos por retrasarnos.
Nyssa se tragó el último bocado de pan y saltó de la cama. Seguía haciendo frío en el dormitorio, pero se sentía mucho mejor ahora que se había bañado y había comido algo. Tillie le puso una combinación de lino con el cuello de encaje, unas medias de lana fina, un corsé de seda y una enagua rematada por un fino alambre antes de ceñirle una falda con el fondo beige bordada con libélulas y margaritas doradas que asomaba entre las aberturas del vestido de terciopelo de color melocotón. Un corpino escotado del mismo color y bordado con encaje dorado, perlas y topacios completaba el conjunto.
La última moda de la corte era que las muchachas llevaran el cabello suelto y peinado con la raya en medio. Para que pareciera más elegante, Tillie le recogió la melena en una redecilla dorada. Cuando hubo terminado, se agachó para poner a su señora unos zapatos 'de punta redondeada de color beige. Finalmente, se puso en pie y contempló su obra satisfecha.