Выбрать главу

Se preguntaba quién había delatado a la reina. Ella hubiera preferido esperar hasta que la reina quedara embarazada. Lady Catherine le había confesado que últimamente el rey no era el de siempre en la cama y Enrique Tudor no habría tardado en sospechar que él no era el padre del hijo que su esposa esperaba. Entonces tendría que delatarla o reconocer a un hijo bastardo, lo que le causaría un terrible sufrimiento. Pero alguien se le había adelantado y había dado al traste con sus planes. ¿Quién lo había hecho y por qué? ¿Qué sabía? Le asustaba pensar que quien conocía el secreto de la reina podía acusarla de cómplice.

– Macedme caso, señora -dijo tomando una mano helada de la reina entre las suyas-: negad todo. Recordad que no sabemos quién os ha delatado y qué información posee. Es su palabra contra la vuestra pero el rey os adora y os creerá a pie juntillas. Lo importante es conservar la calma.

– Recuerdo los últimos días de mi prima Ana -susurró Catherine estremeciéndose-. ¡No quiero morir, lady Rochford!

– Entonces guardad silencio y negad todas las acusaciones que se formulen contra vos -aconsejó la dama-'. Si jugáis vuestras cartas con habilidad, saldréis bien parada. No existen pruebas contra vos. -Aunque no tardarán en inventarlas, añadió para sus-adentros. Así lo había hecho Enrique Tudor cuando había decidido deshacerse de Ana Bolena, pero el rey estaba ena morado de Catherine Howard. Tendría que sobornar a uno de los carceleros para averiguar el nombre del delator de la reina.

Nyssa abandonó la habitación de la reina y corrió a buscar a su marido, a quien encontró en compañía del duque de Norfolk.

– ¡El rey ha ordenado encerrar a Cat y a lady Rochford en sus habitaciones! -dijo casi sin respiración-. El arzobispo Cranmer ha sido encargado de investigar algunos detalles del pasado de Catherine.

– ¡Que Dios nos ayude! -exclamó Thomas Howard-. ¿No sabéis de qué se acusa a mi sobrina? El rey la adora y me consta que no hay otra mujer.

– ¿Estáis preocupado por Catherine o por salvar el pellejo? -espetó Nyssa, furiosa.

– El día que tu esposa se muerda la lengua morirá envenenada -dijo el duque a su nieto.

– ¡Os he hecho una pregunta! -gritó la indignada joven-. ¡Dejad de actuar como si fuera invisible! Varían y yo estamos en palacio porque así nos lo ha pedido vuestra sobrina pero daríamos cualquier cosa por regresar a Winterhaven con nuestros hijos. Si la reina que vos aupasteis al trono ha caído en desgracia, ¿quien nos asegura que no nos arrastrará a todos en su caída?

– Tienes toda la razón, Nyssa -admitió Thomas Howard clavando la mirada en los ojos de la joven.

Al ver el rostro serio e inquieto del duque, Nyssa se compadeció de él.

– Tengo motivos para pensar que la reina va a ser acusada de adulterio, señor -dijo bajando la voz-. Lo que no comprendo es cómo se ha enterado el arzobispo.

– ¿Qué…?

Varían rodeó los hombros de Nyssa con un brazo mientras ella relataba al duque de Norfolk lo ocurrido durante el viaje.

– ¿Por qué no he sido informado antes? -preguntó Thomas Howard cuando Nyssa hubo concluido.

– Porque no habríais dudado en delatarla para salvaros -respondió Nyssa-. Le advertí que tarde o temprano la descubrirían pero no quiso escucharme. Esperaba que el día que eso sucediera, Varían y yo nos encontraríamos muy lejos de palacio y escaparíamos de la ira del rey.

Thomas Howard sonrió y asintió. Como él, Nyssa Wyndham había aprendido a desarrollar el instinto de supervivencia y era capaz de hacer cualquier cosa por proteger a su familia.

– Me temo que si abandonáis palacio ahora el rey creerá que huís porque tenéis algo que ver en este asunto. No os queda más remedio que aguantar el chaparrón aquí, como el resto de los cortesanos.

– Lo sé -dijo Nyssa-. Pero nunca os perdonaré si a Varían o a mis hijos les ocurre algo por culpa de los ambiciosos Howard.

– Me lo imagino -suspiró Thomas Howard-. Eres una de esas mujeres que perdonan pero no olvidan. Te aconsejo que no hables de este asunto con nadie; puede que el rey haya ordenado encerrar a Cathe-rine por otro motivo. Hablaré con el arzobispo Cranmer y trataré de sonsacarle -añadió poniéndose en pie.

– ¿Y nos diréis de qué se trata o utilizaréis esa información para salvar vuestro pellejo? -quiso saber Nyssa.

– Os mantendré informados -prometió el duque antes de abandonar la habitación.

– ¿En qué lío se habrá metido ahora? -se preguntó Varían mientras servía dos copas de vino-. ¿Qué habrá hecho para que el rey haya ordenado encerrarla?

Se acercó a la chimenea, tendió una copa a Nyssa y se acomodó en un sillón.

– Cat me hablaba de su infancia a menudo -susurró Nyssa-; Decía que la duquesa Agnes apenas controlaba a las sirvientas y que dos caballeros trataron de seducirla. Le dije que si se sinceraba con el rey antes de la boda, nadie utilizaría esa información en su contra, pero temía que Enrique Tudor se enfureciera y se negara a casarse con ella.

– Entonces, es posible que alguien esté tratando de aprovechar esa información para desacreditarla a ojos del rey. ¿Quién puede estar interesado en arruinar la reputación de la pobre Catherine? -se preguntó Varían-. Tiene la cabeza llena de pájaros pero es una buena chica. Nyssa, nadie debe sospechar que sabemos lo que está ocurriendo. Si alguien descubre que conocemos los secretos de la reina acabaremos envueltos en el escándalo.

– Tienes razón -asintió ella-. Si Dios nos ayuda, pronto se aclarará todo y podremos regresar a Winter-haven.

El arzobispo Cranmer no tardó en volver a llamar a John Lascelles y a María Hall y permitió que el duque de Norfolk presenciara el interrogatorio. Cuando hubo terminado, se volvió hacia él y le pidió su opinión.

– ¿Qué decís ahora, señor?

Thomas Howard estaba muy pálido y parecía preocupado. La descripción de la vida en el palacio de Lam-beth que acababa de escuchar de boca de María Hall era casi increíble. La mayoría de las jóvenes de la familia Howard habían sido criadas por la duquesa allí. Hasta mis perros de caza se habrían ocupado mejor de ellas, se lamentó.

– Es sólo una criada -respondió-. Me gustaría hablar con la duquesa Agnes y darle la oportunidad de defenderse.

– Yo también deseo formularle algunas preguntas -asintió Thomas Cranmer-. Me cuesta creer que haya sido tan negligente e irresponsable.

– A mí también -gruñó el duque.

Thomas Howard corrió al castillo de Lambeth para entrevistarse con su madrastra. Los rumores respecto al pasado de Catherine habían llegado a oídos de la duquesa y la dama sabía que sería severamente castigada si se demostraba que había descuidado la educación de las jóvenes hermanas Howard. Cuando su hijo llegó al castillo, la encontró revolviendo entre las cosas que Catherine había dejado allí y tratando de deshacerse de cualquier prueba incriminatoria.

– ¡Tom! -exclamó disimulando el temblor que sacudía su voz-. ¡Qué sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?

– ¿Por qué no me hablaste del comportamiento de Catherine cuando te dije que planeaba hacer de ella la reina de Inglaterra? -espetó él.

– Yo no sabía nada -se defendió lady Agnes-. Además, no es culpa mía; me enviaste a esas muchachas para que las convirtiera en mujeres refinadas capaces de hacer un buen papel en la corte, no para que les diera educación moral.

– Entonces, ¿es cierto que esas chicas corrían por tu casa como cabras sin cencerro? -exclamó Thomas Howard, incrédulo-. ¡No puedo creerlo! ¿Has perdido la cabeza? ¿No se te ocurrió pensar que el escándalo acabaría estallando? ¡Me importa un bledo lo que les ocurra a las otras, pero Catherine…! ¡Es la reina de Inglaterra!