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– ¿Qué hay, Tom? -saludó.

– No hay duda, majestad -contestó Thomas Cranmer-: Catherine Howard dio palabra de matrimonio a Francis Dereham antes de venir a palacio. Vuestro matrimonio deberá ser anulado.

– Lo sé -replicó el rey tendiéndole la carta de la reina-. Aquí lo confiesa todo. Me da lástima deshacerme de ella -se lamentó-. Es una muchacha encantadora… la más alegre y bonita de todas las esposas que he tenido. Pero tenéis razón: hay que anular este matrimonio inmediatamente.

– Me temo que todavía hay más, majestad.

– ¡Basta, Tom! -le interrumpió Enrique-. No deseo saber nada más. He querido mucho a esta mujer, más que a ninguna otra, pero nuestra historia de amor debe terminar. Estoy satisfecho con los resultados, así que se acabó la investigación.

El rey regresó a Hampton Court y celebró un gran banquete en el que se hizo acompañar por veintiséis de las damas más hermosas de la corte. No quiso ver a su mujer y se mostró tan alegre y galante con las mujeres como en sus mejores tiempos.

Dos días después, abandonó palacio diciendo que iba a cazar pero en realidad se dirigió a Whitehall, donde celebró una reunión secreta con su Consejo que duró hasta altas horas de la madrugada. Se acostó, comió un poco y reanudó el encuentro, que se prolongó durante el resto del día.

Por su parte, Thomas Cranmer estaba convencido de que podía probar que la reina había cometido adulterio durante los meses que había durado su matrimonio con Enrique Tudor. No tenía nada en contra de Catherine Howard, pero sentía escalofríos cada vez que pensaba que la joven habría podido engendrar un hijo bastardo que algún día habría ocupado el trono de Inglaterra. Logró convencer a la mayoría del Consejo (casi todos enemigos de Thomas Howard) de que era necesario proseguir con la investigación hasta descubrir toda la verdad y de que la reina debía recibir su merecido. El rey, que no deseaba hacer sufrir a Catherine, se opuso, pero acabó accediendo a la petición del Consejo.

Horas después, llegó la corte proveniente de Hamp-ton Court. El duque de Norfolk estaba contrariado porque la reina no había obtenido permiso para abandonar su encierro. Cuando Catherine Howard supo que toda la corte había abandonado palacio dejándola sola volvió a asustarse. A la mañana siguiente recibió la visita del arzobispo Cranmer.

– Exijo saber por qué me han dejado aquí sola -dijo en cuanto le vio.

– No permaneceréis mucho tiempo aquí -replicó Thomas Cranmer-. Pronto seréis trasladada a Syon, hasta que el Consejo decida cuál será vuestra residencia definitiva.

– ¿A Syon? -exclamó Catherine, estupefacta-. ¡Pero si eso está en el campo! ¿Es que no podré volver a vivir en palacio? ¿Qué ha dicho su majestad sobre la carta que le escribí? ¿No me va a perdonar? ¿Es este mi castigo: el exilio en una aburrida casa de campo? ¿Cuánto tiempo deberé permanecer allí?

– Señora, no puedo responder a vuestras preguntas. Todo cuanto puedo deciros es que pronto dejaréis palacio. Se os permitirá viajar acompañada de cuatro don celias y dos criadas y recibiréis trato de reina. Debéis estar preparada para partir dentro de dos días.

– Dos días es muy poco tiempo -protestó la reina-. ¿Cómo voy a hacer el equipaje sin la ayuda de mis damas?

– No es necesario que llevéis todas vuestras pertenencias; encontraréis ropa nueva en Syon. Sir Thomas Seymour se ocupará de vuestros vestidos y los meterá en los baúles junto con las joyas para devolvérselos a su majestad.

Al oír esto, lady Rochford contuvo la respiracióri y la reina abrió unos ojos como platos.

– En cuanto a vos, lady Rochford -añadió el arzobispo-, seréis llevada a la Torre, donde seréis interrogada. Sospecho que no nos habéis contado todo cuanto sabéis sobre el comportamiento de vuestra señora durante estos últimos meses.

– Si os lleváis a lady Rochford, ¿quién me hará compañía? -gimoteó Catherine-. ¿Me quedaré completamente sola?

– Están vuestras camareras.

– ¿Podré escoger a las damas que me acompañarán a Syon?

– Me temo que no, señora.

– ¡Sólo a una, por favor! -suplicó-. ¡Deseo que Nyssa de Winter, la esposa de mi primo Varían venga conmigo! ¡Por favor!

– Veré qué puedo hacer para complaceros -prometió el arzobispo.

Finalmente, Catherine Howard pudo escoger a tres de las cuatro damas que debían acompañarla. La cuarta era lady Bayton, esposa del chambelán de la reina. Catherine eligió a Nyssa de Winter, Kate Carey y Bessie Fitzgerald.

Varían de Winter montó en cólera cuando supo que su prima se llevaba a su esposa a Syon, pero Nyssa salió en defensa de la reina:

– Cranmer está buscando una excusa para condenarla a muerte y acabará encontrándola, aunque para ello tenga que deformar la verdad -aseguró-. Durante los últimos meses he aprendido que aquí todo el mundo acaba obteniendo lo que desea. Tu abuelo y eL obispo Gardiner deseaban que la sucesora de lady Ana fuera católica ortodoxa y lo consiguieron. Ahora Cranmer quiere deshacerse de Catherine y no desistirá hasta lograr su propósito. La muy cabeza de chorlito ha firmado su propia sentencia de muerte. El Consejo no tardará en encontrar pruebas de su adulterio y ése será el fin de Catherine Howard. ¡Si el rey se hubiera conformado con divorciarse de ella quizá le hubiera perdonado la vida! -se lamentó-. Enrique Tudor ha querido a Cat más que a cualquiera de sus otras esposas, pero los reformistas no permitirán que tenga compasión de ella. Cat está condenada a muerte y, aunque se niega a admitirlo, lo sabe. Por eso quiere que sean sus mejores amigas quienes la acompañen en sus últimos momentos. Me siento orgullosa de haber sido escogida pero todavía estoy furiosa con ella por habernos metido en un lío tan gordo y haber puesto en peligro nuestras vidas.

– ¿Qué voy a hacer sin ti? -protestó Varían-. Nunca hemos estado separados desde que nos casamos. Me había acostumbrado a dormir acompañado -añadió estrechándola entre sus brazos y besándola en la frente-. ¿Quién sabe cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a vernos?

– Recuerda que el rey todavía no ha arremetido contra los Howard. Debes permanecer quieto y callado como el conejo en su madriguera cuando el zorro acecha.

– No te preocupes; me desharé del viejo zorro y esperaré impaciente tu regreso.

El duque de Norfolk entró en la habitación y se dirigió a Nyssa: -No lleves mucho equipaje. A la reina sólo se le permite llevar seis vestidos pero ninguna joya, así que escoge tu vestuario con igual discreción. Tu doncella personal puede acompañarte pero es posible que tampoco se permita al servicio entrar y salir de la casa.

– Quiero que me prometáis que Tillie será enviada de vuelta a Riveredge si a Varían o a mí nos ocurre algo -pidió Nyssa.

– Os lo prometo, pero no tenéis nada que temer. Tú y Varían sois De Winter, no Howard.

– Voy a hacer el equipaje -murmuró Nyssa a modo de despedida haciendo una reverencia y dirigiéndose a la puerta.

– ¡Espera! -la detuvo el duque de Norfolk-. Quiero decirte que eres una mujer muy valiente, Nyssa. Empiezo a pensar que hice un gran favor a mi nieto cuando arreglé vuestro matrimonio -añadió. Aquellas palabras eran lo más parecido a una disculpa que Tho-mas Howarad diría jamás.

– Me considero una mujer muy afortunada -replicó Nyssa-. Varían me ama y yo he aprendido a quererle.