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El rey de Francia no pudo reprimir una sonrisa maliciosa cuando entregó la misiva al embajador inglés, sir William Paulet.

– ¡Menuda fierecilla debía ser esa tal Catherine Howard! -comentó haciendo un gesto obsceno.

El 22 de noviembre el Consejo Real decidió retirar el título de reina a Catherine Howard y dos días después redactó la acusación contra ella, un documento en el que se le imputaba «haber llevado antes de su matrimonio una vida licenciosa y abominable basada en los placeres de la carne y el vicio, de comprometer su reputación con varios caballeros como una vulgar prostituta y de haber engañado a su familia adoptando una falsa apariencia de modestia y castidad». También se la inculpaba de haber engañado al rey y de haber puesto en peligro la legitimidad de la casa Tudor.

Catherine, que escuchó la lectura de la acusación en su encierro de Syon, no dio muestras de desolación al saber que ya no era reina de Inglaterra.

– ¿Voy a morir? -preguntó a Nyssa cuando los miembros del Consejo se hubieron retirado.

La pregunta era tan clara y directa que lady Bayton dio un respingo y Kate y Bessie rompieron a sollozar.

– Si te declaran culpable, me temo que sí -respondió Nyssa-. Sabes perfectamente que la traición al rey se castiga con la muerte.

– Ya… -musitó Cat-. Sólo cuentan con el testimonio de mis camareras y yo soy una Howard -añadió para animarse-. ¡Lo negaré todo!

– Lady Rochford, Francis Dereham y Tom Culpe-per son los testigos más importantes y todavía no han sido llamados a declarar -repuso Nyssa-. ¿Cómo pudiste confiar en lady cara de comadreja sabiendo cómo se portó con tu prima Ana? Siempre me he preguntado por qué Thomas Howard no le dio su merecido.

– Porque es una mujer tan débil y vulnerable que puede manipularla a su antojo -contestó Cat-. ¿Conque lady cara de comadreja, eh? -rió-. ¡Qué mote tan acertado!

– Así es como la llamaban mis hermanos.

– ¿Cómo está Giles? -preguntó Catherine, cambiando de tema-. ¿Sigue siendo paje de lady Ana?

– Sí.

– Nyssa, si no nos apresuramos las Navidades se nos echarán encima. He visto un magnífico grupo de árboles detrás de la casa, en dirección norte. Lady Bayton, ¿creéis que podemos arrancar unas cuantas ramas para adornar las habitaciones? También necesitaremos velas y un gran árbol de Navidad.

¡Así que Cat daba por zanjada la cuestión de su traición al rey y su posible muerte! Como de costumbre, cambiaba de tema cuando llegaba el momento de tratar cuestiones desagradables, pero Nyssa sabía que su amiga era consciente de todo cuanto ocurría a su alrededor y del peligro que corría su vida. Aquellas serían sus últimas Navidades juntas y no había nada de malo en hacer de esos días los más felices de la corta vida de la reina.

– Y una gran jarra de cerveza con especias y frutas y manzanas asadas -dijo-. Las manzanas asadas nunca faltan en Riveredge en Navidad.

– Me gustaría comer jabalí servido con una manzana en la boca -intervino Kate Carey-. ¡Ofrece un espectáculo tan impresionante en la mesa!

– Pues yo quiero música -añadió Bessie.

– ¡Tienes razón, la música no puede faltar! -exclamó Cat.

– ¿Ha perdido el juicio? -preguntó lady Bayton, asombrada por el entusiasmo mostrado por Catherine a la hora de organizar los preparativos-. ¿No se da cuenta de que su reputación está arruinada, de que el rey se va a divorciar de ella y de que es una mujer condenada a muerte?

– Ya lo creo que se da cuenta -respondió Nyssa-. Pero es demasiado orgullosa para mostrar miedo o inquietud delante de sus damas. Además, Cat es de esas personas que huyen de los problemas en lugar de enfrentarlos y me temo que es demasiado tarde para hacerla cambiar. Mientras duren los preparativos y las fiestas se sentirá feliz; después… ¿quién sabe?

– Dicen que el rey va a volver a casarse con lady Ana de Cleves -dijo la mujer del chambelán bajando la voz-. A mí me parece una buena idea; lady Ana es una dama encantadora y muy discreta.

Lady Bayton sentía predilección por Nyssa. Como ella, estaba casada, tenía hijos y hacía gala de un gran sentido común. Kate y Bessie le parecían buenas chicas, pero eran demasiado jóvenes e ingenuas.

– No creo que su majestad vuelva a casarse con lady Ana -replicó Nyssa-. Son buenos amigos y se tienen un gran respeto, pero no se llevan bien como pareja.

– ¡Qué lástima! -se lamentó lady Bayton sin atreverse a contradecir a Nyssa. Sabía que una gran amistad la unía a la anterior reina y que su hermano menor era uno de sus pajes.

– ¿Sabéis cuándo piensa el Consejo interrogar a lady Rochford?

– Mi marido asegura que lo harán mañana. No comprendo cómo una dama de su edad y experiencia no supo aconsejar mejor a esta jovencita. ¡Cualquiera diría que la empujó a echarse en brazos de su amante! Las camareras aseguran que no hizo nada por evitar esos encuentros y yo las creo. ¡Yo, en su lugar, estaría muerta de miedo!

Pero lady Rochford no temía a los miembros del Consejo. Los días pasados en soledad le habían ayudado a recuperar la cordura y el dominio de sí misma. Se presentó ante el Consejo vestida con sus mejores galas: un vestido de terciopelo negro y una cofia bordada con perlas. Se sentó ante ellos muy rígida y fijó la mirada en el vacío.

– Parece una cuerda de laúd a punto de romperse -susurró lord Audley a sir William Paulet, que había regresado a Inglaterra para entregar a Enrique Tudor la carta del rey de Francia. Sir William miró a lady Rochford y asintió.

– ¿Podríais decir al Consejo cuándo empezó Ca-therine Howard a ser infiel al rey, señora?

– La pasada primavera -respondió ella sin vacilar.

– ¿Fue Catherine Howard quien buscó la compañía de Tom Culpeper o ocurrió al revés?

– Al principio era él quien buscaba la compañía de la reina. Siempre estuvo loco por ella y cuando eran unos niños hablaban de casarse, pero Enrique Tudor dio al traste con el idilio. Sin embargo, Tom es un joven muy testarudo y nunca dejó de importunarla. La reina solía echarle con cajas destempladas pero cuando su majestad cayó enfermo y la echó de su lado, empezó a sentirse sola.

– ¿Estáis segura de que ocurrió la pasada primavera? -insistió el duque de Suffolk.

– Sí. Si no recuerdo mal, corría el mes de abril.

– ¿Dónde se producían los encuentros secretos?

– En mis habitaciones -contestó lady Rochford sin poder contener una sonrisa-. Yo hacía guardia en la puerta para evitar que fueran sorprendidos.

– Está completamente loca -susurró el conde de Southampton.

– Pues yo la veo muy tranquila -replicó el duque de Suffolk-. Además, su declaración tiene sentido. Cualquiera diría que se siente orgullosa de ser cómplice de esta traición. Podéis continuar, señora -invitó.

– Como bien han dicho las camareras, mi misión era hacer de correo entre los amantes. ¿Sabíais que la reina llamaba a Culpeper «mi pequeño tontito»? ¡Ella sí que se estaba comportando como una tonta! Cada vez que Culpeper se negaba a complacerla le recordaba que había otros esperando ocupar su lugar. ¡Se volvía loco de celos!

– ¿Sabéis si Catherine Howard y Tom Culpeper mantuvieron relaciones?

– Desde luego que sí -asintió lady Rochford-. Este verano, mientras viajábamos hacia el norte, no siempre podía abandonar mis habitaciones sin despertar sospechas, así que fui testigo de su pasión en numerosas ocasiones.

El duque de Norfolk estaba aturdido como si hubiera recibido un mazazo en la cabeza.

– ¿Por qué permitisteis que mi sobrina siguiera adelante con esa locura? -espetó-. ¿Por qué no vinisteis a contarme lo que estaba ocurriendo?