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Aunque no había músicos, Cat tenía su laúd y mientras el grueso leño ardía en la chimenea la joven cantó villancicos navideños para sus amigas. Aquellos que no la conocían bien se preguntaban cómo era posible que una joven tan malvada poseyera una voz tan dulce y un rostro tan hermoso. Dos hombres habían muerto ya por su culpa.

Por la tarde se sirvió el pan de azúcar acompañado de cerveza. Cuando Cat lo vio, aplaudió como una niña.

– ¡Pan de azúcar! -exclamó-. Creo que no lo he comido desde que salí de Horsham. ¿Quién lo ha hecho? ¡Está delicioso! -aseguró con la boca llena.

– Lady Bayton y yo -respondió Nyssa-. Por eso no os he acompañado a buscar el tronco de Navidad. Me alegro de que te guste.

A medianoche Cat, sus damas y lady Bayton salieron al jardín. Hacía mucho frío pero el cielo estaba despejado y la luna las envolvía con su haz de luz plateada. El alegre repicar de las campanas de las iglesias vecinas e incluso las de la abadía de Westminster llegó a sus oídos. Aquella noche se celebraba el nacimiento de Jesús y las muchachas se dirigieron a la capilla, donde asistieron a la misa del Gallo.

Catherine Howard se empeñó en celebrar cada uno de los doce días de Navidad. Cada noche bailaban, ju gabán a la gallina ciega, a las prendas y a las cartas y charlaban hasta altas horas de la madrugada. Era lo único que podían hacer sin bailes de máscaras ni niños que cantaran villancicos a cambio de unas monedas o un pedazo de pastel. Por orden expresa de la reina, ninguno de los mendigos que llamó a la puerta pidiendo un poco de cerveza se marchó con las manos vacías. Lord Bayton sabía que Enrique Tudor se pondría furioso si se enteraba de que Catherine lo estaba pasando en grande, pero no se atrevía a negarle ningún capricho. Una noche, Nyssa se decidió a explicar a sus amigas la situación de Varian. Kate y Bessie se echaron a llorar.

– Una reacción muy propia de Enrique -dijo Cat-. Ni una sola de las personas encerradas en la Torre tiene la culpa de que yo le haya sido infiel. Imagino que mi tío el duque de Norfolk habrá huido.

– Naturalmente -contestó Nyssa con sequedad.

– Entiendo que me odies. Si yo no hubiera insistido hasta que el rey os obligó a venir a palacio estarías a salvo en Winterhaven con tu marido y tus hijos.

– No te odio, Cat, y tampoco puedo hacer nada por cambiar lo que ha ocurrido, pero no soy ninguna santa y estoy furiosa contigo por haber puesto en peligro la vida de mi marido y mis hijos con tu irresponsable comportamiento.

– Enrique no hará ningún daño a Varian -aseguró Catherine-. No es un Howard.

– Todos decís lo mismo, pero parecéis olvidar que es el único nieto de Thomas Howard.

Aquélla fue la última vez que las muchachas hablaron sobre el injusto encierro de Varian y cuando concluyeron las celebraciones todas se preguntaron qué iba a ocurrir. El 21 de enero el gobierno decidió tomar cartas en el asunto de Catherine Howard y las dos cámaras redactaron la sentencia de muerte que el rey debía firmar.

El arzobispo Cranmer decidió volver a Syon con la esperanza de arrancar a Catherine una confesión escrita. En realidad deseaba tranquilizar su conciencia, ya que temía condenar a una inocente.

– Thomas Culpeper y Francis Dereham han muerto por haber traicionado al rey -dijo-. ¿Estáis segura de que no deseáis tranquilizar vuestra conciencia?

– ¿Desde cuándo es pecado amar a un hombre? -replicó Cat volviéndole la espalda. Aunque estuvo a punto de desmayarse al escuchar cómo habían muerte sus amantes, se cuidó bien de no mostrar sus emociones delante del arzobispo-. Lady De Winter, acompañad al arzobispo a su barca, por favor -añadió a modc de despedida.

Nyssa tomó su abrigo y salió de la casa acompañada de Thomas Cranmer.

– ¿Sabéis cómo está mi marido? -preguntó ansiosamente.

– Se encuentra perfectamente -la tranquilizó el arzobispo-. Sin embargo, él y los demás miembros de la familia Howard han sido acusados de ser cómplices át traición y todas sus posesiones han sido confiscadas.

– ¡Pero eso no es justo! -protestó Nyssa-. Mi marido no ha tenido nada que ver con la traición cometida por la reina.

– Lo sé, querida, pero el rey está furioso y dolido y desea vengarse de los Howard.

– Mi marido no es un Howard -replicó la joven De repente, tuvo una idea. Catherine Howard estaba £ punto de morir y no podía salvarla, pero sí a Varian Nyssa se había dado cuenta de que el arzobispo deseabí obtener una confesión por escrito a toda costa y que temía cargar con la muerte de una inocente sobre su conciencia. A menos que…-. Señor, quiero confesarme.

– ¿Aquí? -preguntó el arzobispo, extrañado-; Ahora?

– Sí.

Thomas Cranmer adivinó que Nyssa deseaba decirle algo pero que quería protegerse bajo el secreto de confesión. Debía ser algo importante y saltaba a la vista que pretendía intercambiar esa información por la libertad de su esposo.

– Todo cuanto puedo hacer por vos es daros la absolución.

– Lo sé, señor, pero aun así deseo confesarme -insistió Nyssa-. Si me lo permitís, no me arrodillaré para no llamar la atención de los demás. Perdonadme, padre, porque he pecado -empezó.

– ¿Qué pecados habéis cometido, hija mía?

– Este verano sorprendí a la reina en la cama con Tom Culpeper mientras el rey estaba de caza pero no me atreví a comunicar un hecho tan grave a las autoridades.

El arzobispo no daba crédito a sus oídos.

– ¿Por qué callasteis? -preguntó-. ¿No os dais cuenta de que podríais ser acusada de encubridora?

– Temía que no me creyeran. Recordad que apenas hace unos meses el corazón de Enrique Tudor estaba dividido entre Catherine Howard y Nyssa Wyndham. Todo el mundo habría dicho que estaba celosa de Cat y que quería ocupar su lugar. Además, el rey estaba tan enamorado de su esposa que me habría castigado severamente por calumniar a Cat. Ni siquiera me atreví a contárselo a mi marido y, cuando llegamos a Hull, decidí decirle a Cat que sabía que tenía un amante. Le rogué que dejara de jugar con fuego, pero no me escuchó.

– Hicisteis bien -asintió el arzobispo-. La reina debería haber aceptado vuestro consejo. ¿Qué ocurrió después?

– La reina contestó que amaba a Tom Culpeper y que no pensaba dejar de verle. Le repetí que no sólo es taba poniendo en peligro su vida, sino también la de toda su familia y le advertí que podía quedar embarazada pero fue inútil. Una noche, Tom Culpeper y su amigo Cynric Vaughn me asaltaron y trataron de forzarme. Cuando sir Cynric se agachó para levantarme la falda le di un rodillazo en la barbilla y cayó inconsciente. Tom Culpeper me soltó para ocuparse de él y me amenazó con hacer daño a mis hijos si le delataba. No me atreví a contárselo a mi marido por miedo a que organizara un escándalo. No sabía qué hacer -sollozó-. Yo sólo soy una humilde mujer de campo y temía por la vida de mis hijos. Además, Cat estaba siendo tan indiscreta que estaba segura de que acabaríar descubriéndola. Mientras tanto, hice todo lo posible por obtener el permiso del rey para regresar a casa antes de que se descubriera el pastel, pero Cat no estab. dispuesta a dejarme marchar tan fácilmente. No temái; condenar a una inocente, señor -concluyó-. Catherine Howard es culpable y, en cuanto a mi pecado d‹ omisión, ruego por que Dios me perdone.

– Yo te absuelvo, hija mía -dijo Thomas Cfanmei haciendo la señal de la cruz-. Habéis hecho bien confesándoos conmigo. No os prometo nada, pero quiz; pueda ayudaros. Os agradezco que me hayáis ayudadc a tranquilizar mi conciencia. Aunque estaba casi segu ro de que Catherine es culpable, temía condenar a un; inocente. ¡Es tan difícil averiguar la verdad cuando si trata de un asunto tan delicado!