El arzobispo de Canterbury saltó al interior de si barca y emprendió el regreso a Londres. Nyssa le sigui‹ con la mirada río abajo hasta que le perdió de vista] sintió que se había quitado un peso de encima. Hast ahora no se había dado cuenta de que era una carga de masiado pesada para ser llevada por una sola personí El Consejo había condenado a Cat Howard antes d que ella decidiera confesarse con Thomas Cranmer le aliviaba pensar que Varían no corría ningún peligro.
El jueves 9 de febrero Thomas Howard se presentó de improviso en Syon acompañado de otros miembros del Consejo. Una criada que se encontraba en el jardín y vio venir las barcas dio la voz de alarma.
Catherine Howard saludó a los caballeros con una reverencia.
– Me habían dicho que estabais en Leddinghall -dijo a su tío.
– Estaba -respondió Thomas Howard-. El rey me pidió que regresara a palacio y, como subdito fiel que soy, me apresuré a obedecer.
– ¿Y cómo están mi tía de Bridgewater, el tío Wi-lliam y su esposa, mi hermano Enrique y su familia y mi primo Varían? -insistió ella con retintín-. ¿Se encuentra mejor la duquesa Agnes? He oído decir que estaba enferma.
– Eres muy descarada, jovencita -la reprendió el duque de Norfolk.
– No soy una jovencita, soy una mujer.
– Lo has demostrado con creces -replicó su tío-. Ahora cierra la boca y escúchame con atención: el 21 de enero se redactó tu sentencia de muerte, el 6 de este mes fue aprobada por las dos cámaras y el 7 se firmó. Lady Rochford morirá contigo.
– ¿Y Enrique? -quiso saber Cat-. ¿Ha firmado ya mi sentencia?
– Todavía no.
– ¡Entonces estoy salvada!
– No digas tonterías -gruñó su tío-. Has sido condenada a muerte y no hay vuelta atrás.
– ¿Cuándo se me ejecutará? -preguntó Catherine, muy pálida.
– Todavía no se ha decidido la fecha.
– Me gustaría que mi ejecución no se convirtiera en un espectáculo público -suplicó Catherine.
– Serás ajusticiada en la Torre en presencia de unos pocos testigos, como tu prima Ana. Como ves, el rey no desea pagarte con la misma moneda ni ser cruel contigo. Ahora, prepárate para dejar esta casa -anadie Thomas Howard-. Pasarás uno o dos días encerrad; en la Torre y luego serás ejecutada.
Dicho esto, hizo una reverencia y abandonó la ha bitación seguido del resto de los miembros del Conse jo y de lord Bayton.
– Enrique no permitirá que muera -murmun Catherine desesperada-. Le conozco; tiene motivo para estar enfadado, pero nunca me haría daño.
Aquella noche Kate Carey se refugió en brazos di lady Bayton.
– Mi tío no es un hombre compasivo -sollozó- Sin embargo, Cat está convencida de que la perdonará ¿Cómo es posible que le conozca tan poco habiendí estado casada con él? Mi tía Ana era inocente y muri‹ decapitada en la Torre. ¿Qué le hace pensar que est; vez será diferente?
– Tarde o temprano tendrá que aceptar que si muerte está próxima.
– Finge que todavía conserva esperanzas porque nc quiere que la veamos derrumbarse -intervino Nys sa-. Tenemos que ser valientes, Kate. Somos tod(cuanto tiene y no podemos abandonarla cuando má: nos necesita.
Lady Bayton preparó el escaso equipaje de Catheri ne mientras sus damas le hacían compañía y trataban di evitar que pensara demasiado en su ejecución. Sin em bargo, ninguna de ellas estaba preparada cuando lo miembros del Consejo llegaron al día siguiente par; llevarse a Catherine.
Cat había pasado una mala noche y acababa de des pertar cuando una de sus damas le anunció la llegada d los caballeros.
– ¡No! -gritó la joven cubriéndose la cabeza con las sábanas-. ¡Hoy no! ¡Es demasiado pronto!
Haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas, sus damas pusieron agua a calentar y la perfumaron con esencia de rosas, la favorita de Cat. Cuando el baño estuvo listo la ayudaron a bañarse, a lavarse el cabello y a vestirse.
¿Va a tardar mucho? -gruñó el duque de Suf-folk.
– Señor, no habéis avisado de vuestra llegada -replicó Nyssa-. Cat ha dormido mal esta noche y se le han pegado un poco las sábanas. Siempre se baña por las mañanas. ¿Vais a negar ese capricho a una mujer a punto de morir?
Charles Brandon, duque de Suffolk, aceptó la regañina. Nyssa había hablado con tanta dulzura que se sentía incapaz de responderle airadamente.
– Y supongo que cuando termine de bañarse querrá comer -intervino el duque de Norfolk.
– Exacto -dijo Nyssa mirándole a los ojos.
Thomas Howard agachó la cabeza incapaz de sostener la mirada de Nyssa, cargada de reproches. Sabía que la joven le culpaba por haber permitido que su marido fuera encerrado en la Torre junto con el resto de los miembros de la familia Howard y la verdad es que se sentía culpable, pero era demasiado orgulloso para reconocerlo. ¿Por qué tenía que pedir perdón a aquella jovencita insolente?
A Cat se le sirvió el desayuno en su habitación pero estaba muy asustada y fue incapaz de probar bocado. Sus damas la vistieron con un vestido de terciopelo negro, una capa a juego con el cuello de piel y una caperuza francesa bordada en oro. Completaban el sencillo conjunto un par de guantes de piel forrados de pelo de conejo por dentro.
Cuando salió de su habitación y se enfrentó con los rostros severos de los caballeros que un día se había declarado sus fieles servidores y meses después la h; bían condenado a morir decapitada, el pánico se apc deró de ella.
– No pienso ir a ninguna parte -dijo entre diente
– Me temo que no os queda más remedio qi acompañarnos, señora -repuso el duque de Suffol ofreciéndole el brazo.
– ¡Fuera de aquí! -gritó Cat dando un paso atrá
– Recuerda que eres una Howard -la reprendió duque de Norfolk-. Intenta comportarte con la poc dignidad que te queda.
– ¡Dejadme en paz! -replicó Catherine arrojándc le los guantes a la cara-. ¡He dicho que no voy acompañaros a ninguna parte! ¡No podéis obligaran ¡Si he de morir, quiero que sea aquí y ahora! No piei so moverme de aquí, ¿me habéis entendido?
Thomas Cranmer y los obispos Tunstall, Sampso y Gardiner trataron de persuadirla de que abandonai Syon por las buenas pero Catherine no estaba dispue; ta a dar su brazo a torcer. Finalmente el duque de Sui folk tuvo que recurrir a la fuerza bruta. A una sen; suya, los guardias que le acompañaban arrastraron p‹ sillo abajo a la reina, que gritaba y se retorcía, y la obl garon a embarcar en el bote de color negro que debí conducirla a la Torre.
– Si cualquiera de las dos se derrumba ahora, le dai una bofetada -amenazó Nyssa a Kate y Bessie-. Ur mujer histérica es más que suficiente y si empezamos llorar y gimotear nos,obligarán a separarnos de ell; ¿Queréis que Cat pase sola sus últimas horas?
Las muchachas negaron con la cabeza y siguieron lady Bayton hasta el embarcadero, donde Cat, ya in¡ talada en la barca junto a su tío, el arzobispo Cranm y el obispo Gardiner, seguía sollozando y gritando pleno pulmón que quería quedarse en Syon. Las cuatro mujeres les ayudaron a calmar a Catherine mientras lord Bayton, el duque de Suffolk y el resto de los miembros del Consejo iniciaban el viaje en la barca que abría la marcha acompañados de varios soldados armados. En una tercera barca viajaban las doncellas de Cat, su confesor y otro grupo de soldados.
Cuando la comitiva pasó bajo el puente de Londres, Nyssa corrió las cortinillas de la barca disimuladamente para evitar que Cat viera las cabezas de sus amantes, todavía expuestas allí. Sir John Gage, el condestable de la Torre, salió a recibir a Catherine y, a juzgar por sus modales correctos y ceremoniosos, cualquiera habría dicho que nada había cambiado desde la última vez que la reina había realizado una visita de cortesía.
Catherine Howard, que no había dejado de llorar durante todo el trayecto, fue conducida a las habitaciones destinadas a la reina. Saber que su prima Ana había ocupado aquella estancia hacía algunos años no ayudó a que se sintiera mejor. Aquella noche, el obispo de Lincoln la visitó y escuchó su confesión pero ni siquiera eso hizo que Catherine se consolará.