Mientras tanto, los miembros del Consejo, que deseaban dar a Catherine su merecido antes de que el rey se echara atrás, pusieron el sello real a la sentencia de muerte de la reina y escribieron las palabras Le roy le veut1 para ahorrarle el dolor de firmar con su nombre la sentencia de muerte de su adorada Catherine. Al día siguiente anunciaron a las Cámaras que el rey había dado su consentimiento y se fijó la fecha de la ejecución de Catherine Howard y Jane Rochford.
1. El rey lo ordena.
La Iglesia prohibía que las ejecuciones se llevaran a cabo en domingo, así que Catherine pudo disfrutar unas horas más de vida. El domingo por la noche recibió la visita de John Gage.
– Seréis ejecutada mañana por la mañana -dijo con voz suave-. Debéis estar lista a las siete. Si deseáis desahogaros os aconsejo que lo hagáis con vuestro confesor… y si hay algo que pueda hacer por vos no tenéis más que pedírmelo.
Las cuatro mujeres que la acompañaban cerraron los ojos temiendo que Catherine sufriera otro ataque de nervios.
– ¿Podríais traerme el tajo sobre el que seré ajusticiada mañana? -pidió Cat-. Deseo pasar la noche practicando cómo apoyar la cabeza en él para no ofrecer una mala impresión cuando llegue el momento. Eso es todo lo que deseo y os doy las gracias por vuestra generosidad.
– Ordenaré que os suban inmediatamente lo que habéis pedido -dijo John Gage cuando se hubo recuperado de la impresión.
– ¡Pero Cat! -exclamó Bessie Fitzgerald cuando el condestable se hubo retirado. La joven había abierto unos ojos como platos y se sentía incapaz de pensar que dentro de pocas horas su amiga estaría muerta. ¡Eran muy jóvenes y los jóvenes no deben morir!-. ¿Te has vuelto loca?
– Mi prima Ana murió haciendo gala de una gran dignidad y elegancia -repuso Cat-. Yo también soy una Howard y ya es hora de que empiece comportarme como tal.
– ¿Qué será de nosotras cuando todo haya terminado? -preguntó Kate Carey a lady Bayton.
– Seréis enviadas de vuelta a casa -contestó la dama1-. Una corte sin reina es un lugar peligroso para tres jóvenes como vosotras. Los hombres se vuelven rudos y maleducados.
– Enrique no tardará en volver a casarse -dijo Catherine-. Es uno de esos hombres que necesitan a una mujer a su lado constantemente. He oído decir que ha estado consolándose con Elizabeth Brooke y nuestra buena amiga Ana Basset.
– ¿Quién os ha metido esas tonterías en la cabeza? -quiso saber lady Báyton.
– Las criadas de Syon sabían todo cuanto ocurría en palacio y se lo contaban a mis doncellas. Yo sólo tenía que preguntar.
– Elizabeth Brooke es conocida por meterse en la cama con cualquiera que se lo pida -dijo la indignada dama, quien, aunque se negaba a admitirlo, se había encariñado con Cat-. En cuanto a Ana Basset, ¿qué se puede decir de una mujer que acepta regalos de un hombre casado? Un día se meterá en un lío tan gordo que no podrá salir de él.
– ¡Estaba tan orgullosa del caballo y la silla que el rey le había regalado! -recordó Nyssa-. Se sentía superior a todas nosotras. Su hermana es una buena chica, pero ella es insufrible.
– Pronto volverás a casa -sonrió Cat-. Estás contenta, ¿verdad? Tus hijos deben haber crecido mucho. ¿Qué edad tienen? ¿Quién cuida de ellos? -preguntó-. Yo nunca tendré hijos y me alegro de que sea así. Mira a Bess, la hija de mi prima Ana. Está sola en el mundo y crecerá rodeada de las intrigas de palacio. Me pregunto qué será de ella.
– ¡Basta de preguntas, Cat! -rió Nyssa-. El 1 de marzo los gemelos cumplirán un año. Están en Rive-redge con mi madre, la única persona en quien confío. ¡Daría todo lo que tengo por poder regresar al valle del Wye! Si logro convencer al rey para que deje libre a Varían estaremos en Winterhaven la próxima primavera.
– Siento haberte causado tantos problemas -murmuró Catherine, avergonzada.
– Es cierto que me has dado muchos disgustos pero te quiero como si fueras mi hermana, Cat -añadió-. Estoy orgullosa de que me consideres tu mejor amiga.
– No me olvidarás, ¿verdad? -preguntó la muchacha con los ojos llenos de lágrimas-. ¿Rezarás por mí?
– Rezaré por ti -prometió Nyssa abrazándola-. Y nunca te olvidaré, Catherine Howard. ¿Cómo podría hacerlo después de todas las aventuras que hemos vivido juntas?
– Eos Howard no nos hemos portado tan mal contigo. Mi tío te regaló un marido maravilloso y te apartó de las atenciones de Enrique Tudor -contestó Catherine-. Ahora me doy cuenta de que eres una mujer muy afortunada. El amor no ha pasado de largo por tu lado. El rey no me amaba; sólo me deseaba y le encantaba presumir de esposa joven y bonita delante de los demás príncipes europeos. Enrique Manox y Francis Dereham sólo querían acostarse conmigo. Quizá Tom Culpeper haya sido el único hombre que me ha querido un poco, pero estoy segura de que también pretendía aprovecharse de mí. Me pregunto si alguien me ha querido desinteresadamente.
Antes de que Nyssa pudiera responder a la pregunta de Catherine, los guardias entraron trayendo el tajo pedido por la antigua reina y lo dejaron en el centro de la habitación. Catherine Howard clavó la mirada en el pedazo de madera sobre el que debía morir.
– Quiero que lady Báyton y Nyssa de Winter me acompañen hasta el momento de la ejecución -dijo acariciando la lisa superficie-. Kate y Bessie, no tenéis que venir si no queréis, aunque sé que no os negaríais si os lo pidiera. Ahora, ayudadme, por favor.
Las tres jóvenes la ayudaron a arrodillarse. Cat apoyó la cabeza sobre el bloque de madera y se dijo que no era tan desagradable como había imaginado y que todo pasaría tan deprisa que apenas se daría cuenta. Repitió la operación unas cuantas veces y finalmente se puso en pie.
– Llamad a sir John y decidle que vamos a cenar -ordenó-. Quiero ternera asada, tarta de pera con crema de Devon como postre y una botella del mejor vino de las bodegas de su majestad.
El condestable les envió bandejas repletas de gambas cocidas con vino blanco, capón con salsa de limón y jengibre, la ternera que Catherine había pedido, alcachofas asadas con mantequilla y limón, pan, mantequilla y queso y, como postre una enorme tarta de pera cubierta de crema. Aunque bebieron mucho, no se emborracharon y pasaron toda la noche recordando los tiempos en que eran damas de honor de Ana de Cleves y haciendo llorar de risa a lady Bayton con sus historias.
Cuando quisieron darse cuenta, ya eran las seis de la mañana. Las doncellas trajeron una bañera y las damas ayudaron a Cat a bañarse y a ponerse un vestido de terciopelo negro con sobrefalda de satén negro y dorado al que habían arrancado el cuello. Le recogieron el cabello en un moño alto y le calzaron un par de zapatos de punta redonda. No llevaba joyas.
Todas vestían de negro. Lady Bayton se cubría la cabeza con una caperuza bordada con cuentas de oro y perlas y Kate y Bessie se tocaban con sendas cofias de terciopelo adornadas con perlas y plumas de garceta. Nyssa se recogió el cabello en una redecilla dorada, como le gustaba a Cat.
El que había sido confesor de Cat mientras ésta todavía era reina de Inglaterra acudió a escuchar su última confesión. Ambos se encerraron en la habitación y salieron al poco rato. En ese momento llamaron a la puerta y Nyssa cedió el paso a todos los miembros del Consejo excepto el duque de Suffolk, que había caído enfermo la noche anterior, y el duque de Norfolk, que a última hora se había sentido incapaz de presenciar la ejecución de su sobrina.
– Ha llegado la hora, señora -dijo el conde de Southampton.
A Nyssa el corazón le dio un vuelco y el pulso se le aceleró, pero se tranquilizó cuando vio que Cat se disponía a obedecer.
– Estoy lista -dijo antes de abandonar la habitación seguida por el Consejo, sus cuatro damas y su confesor.