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«Estaba yo recién cortada y mis hermanas me lloraban cuando, de pronto, con un rápido batir de alas, el dulce soplo del céfiro me lleva a través de las nubes del éter y me deposita en el venerable seno de la divina noche Cypris. Y a fin de que yo, la hermosa melena de Berenice, apareciese fija en el cielo brillando para los humanos en medio de los innumerables astros, Cypris me colocó, como nueva estrella, en el antiguo coro de los astros.»

Hipatia había comenzado a salmodiar los últimos versos, mientras el son de la flauta seguía oyéndose a lo lejos. De nuevo subyugado, Amr exclamó:

– ¡Qué armoniosa leyenda está plasmada en tu cielo! Y diríase, dulce Hipatia, que en la escena celestial cada figura sigue desempeñando el papel que representaba en la tierra, entre sus cómplices o sus enemigos.

– Tienes razón -asintió la muchacha-. Apolo colocó su flecha en el firmamento, Dioniso depositó allí la corona de su esposa Ariadna, Zeus alojó en el cielo a su antigua amante Io, transformada en Osa por Artemisa…

Amr miró con aire ausente por encima del horizonte que se había vuelto casi negro. De pronto, en sus ojos brilló su cálida inteligencia y dijo:

– Nosotros, los beduinos, tenemos con frecuencia la bóveda estrellada como techo. Y en ninguna parte parece el firmamento más cercano a la tierra que en medio del desierto. El desierto nos invita al cielo. En la soledad y el silencio de las dunas, el espíritu que piensa siente en ocasiones la dilatación del infinito. Varias veces, antaño, junto a mi abuelo, sentí esa experiencia interior, casi mística… Veía, oía, adoraba la música del cielo en el silencio universal… -Calló unos instantes, como si escuchara una melodía perdida. Luego prosiguió con voz más firme-: Desde que me convertí a la palabra del Profeta, tengo por seguro que es preciso limitarse a la pura contemplación de las maravillas de Alá. Contemplar es recibir, recibir es ser recibido. Así pues, ¿para qué medir mil y una distancias celestiales, para qué los complicados cálculos de Aristarco y de Eratóstenes, para qué las minuciosas observaciones de tu Hiparco y de todos esos astrónomos? Mide simplemente la sinceridad y la piedad en tu corazón, y sabrás las distancias en el cielo. Por otra parte, si le hablo de astronomía, el califa Omar no dejará de preguntarme cómo el sabio estudio del cielo puede servir para propagar la fe del islam.

– Si así piensas, deja que te haga una simple pregunta, Amr. Cuando tú y tus hermanos musulmanes lleváis a cabo vuestras plegarias, ¿no debéis volveros hacia vuestra ciudad sagrada?

– Eso es cierto, pues el Corán dice: «Girad vuestros rostros hacia Él estéis donde estéis.» Al comienzo, como los judíos, los musulmanes oraban vueltos hacia Jerusalén, pero dos años después de la llegada del Profeta a Medina, éste nos pidió que volviéramos el rostro hacia la Kaaba, el sagrado templo que se remonta a la época del profeta Abraham, en La Meca.

– He podido observar que aquí, en Alejandría, muchos de tus hermanos no se ponen de acuerdo cuando se trata de extender en el suelo la estera de oración y orientarla hacia La Meca lejana…

– Te es muy fácil burlarte de la ignorancia de mis soldados, hombres simples y zafios, aunque animados por la verdadera fe. Sabe que, en todas las mezquitas de mi país, se ha construido en el muro una hornacina orientada con precisión hacia La Meca. A la hora de las oraciones, todos los creyentes se prosternan ante esa hornacina, la Mihrab, y todos están unidos en la misma dirección, la Qibla.

– Pero piensa en lo siguiente -razonó Hipatia sin desconcertarse en absoluto-. ¿No desea tu islam extender su poder sobre la tierra entera? ¿Has pensado entonces, Amr, lo difícil que sería hallar con exactitud la Qibla desde cualquier lugar de tan vasto mundo? Reconoce que el problema escapa del ámbito de la fe para entrar en el de la geometría y la geografía, y por ende en el de la astronomía.

– Vaya, como era de esperar, insistes en glorificar el genio de tu Euclides.

– Te engañas, pues esta vez la solución no la puede dar la geometría plana de Euclides, sino la geometría esférica de Hiparco.

– Parece que la cosa se complica.

Amr lo dijo bromeando, para evitar deslizarse hacia una discusión que no deseaba. A decir verdad, no tenía en aquel momento la cabeza para razonamientos geométricos, ni siquiera para defender la verdadera fe. Sencillamente, la muchacha despertaba su sensualidad más que su intelecto. Hipatia lo advirtió, pero eso no le impidió proseguir implacablemente:

– Al igual que hay relaciones que se refieren a las magnitudes de un triángulo trazado sobre una hoja plana, hay otras relaciones más complicadas que vinculan a las magnitudes de un triángulo trazado en una esfera. Hiparco calculó todo esto. Estableció unas tablas de números que permiten hacer mediciones rectas a lo largo de líneas circulares.(11)

– Perfecto. Pero ¿qué relación existe entre esas áridas matemáticas y la observación de las estrellas?

– La relación se llama astrolabio. Un instrumento inventado por Hiparco que mide la posición de las estrellas en el cielo. Esta posición, en un momento dado, depende de las coordenadas geográficas del lugar desde el que se hace la observación. Y, de un modo recíproco, el conocimiento del lugar permite saber la hora. ¿Me oyes, Amr? ¡La hora! ¿Cómo lo haréis tú y tus hermanos musulmanes cuando, en los países lejanos que hayáis conquistado, tengáis que saber las horas exactas en las que debéis prosternaros para la oración? ¡Sólo el astrolabio podrá salvaros!

– ¿Te atreves a afirmar que la expansión del islam precisa del astrolabio?

– ¡Es evidente! -afirmó Hiparla con una mezcla de convicción y regocijo-. En el futuro, los sabios de tu país podrán incluso perfeccionar el instrumento y encontrar para él mil usos más, en los que ni el propio Hiparco ni sus discípulos pensaron nunca. Por lo demás, yo misma soy bastante experta en astrolabios -añadió no sin vanidad- y los he construido con mis propias manos. En cuanto a mi tío Filopon, ha dado de ellos descripciones muy minuciosas. Te traeré mañana, valeroso general, ese pequeño instrumento que cabrá en la palma de tu mano. ¡Un modelo del Universo entero! Todos los conocimientos sobre el Cielo y la Tierra reunidos en un disco de metal que lleva grabados curvas, ábacos, cifras y símbolos. ¿No es un instrumento que alaba la gloria del Creador? Y todo inventado por Hiparco, de quien te burlas. Al igual que se burlaron de él, en vida, los espectadores de un anfiteatro cuando le vieron, en pleno verano, vestido con un pesado manto y tocado con el petaso, porque había predicho una tormenta.

Amr se relajó y se echó a reír diciendo:

– ¿Debo hablarle también de ese hombre extraordinario a mi califa?

– Sin duda -respondió Hipatia más aplacada-, pues al hablar de Hiparco citarás a uno de los más preclaros hombres de Alejandría. Y no te he hablado aún de su mayor título de gloria.

– ¿Hay algo más?

– Hiparco descubrió la precesión de los equinoccios…

– ¿Qué es ese nuevo horror? La joven fingió no haber oído el sarcasmo y prosiguió en un tono profesoraclass="underline"

– Se creyó durante mucho tiempo que el eje del mundo (que atraviesa la Tierra en su centro, la mantiene en equilibrio y sirve para la rotación del Cielo) permanecía siempre fijo en el mismo lugar, sin moverse un ápice. Pues bien, Hiparco encontró una pequeña diferencia entre la posición de Spica, la estrella más brillante de Virgo (dada por Aristilo y Timocaris, unos astrónomos que habían trabajado en Alejandría en tiempos de Euclides) y la que él mismo había medido.

– ¿Y es eso grave, doctor?

La muchacha soltó un suspiro levantando los ojos al cielo, como hastiada por la observación de un inútil. Prosiguió su demostración pronunciando claramente las palabras: