– Noble sabio -dijo a guisa de preámbulo-, todos conocemos tu reputación como astrónomo. Dicen también que dominas a la perfección el arte de la previsión…
Tolomeo tardó un rato antes de contestar, en aquel tono sentencioso y profesoral que en él se había hecho habituaclass="underline"
– La astronomía permite conocer las posiciones relativas que el Sol, la Luna y los planetas adoptan, en todo momento, entre sí y con respecto a la Tierra. La astrología, merced al análisis de los caracteres propios de estas configuraciones, nos hace detectar los cambios que provocan en todo lo existente.
– Muy bien, ¿pero cuál de estas dos vías te parece la más segura para conocer la realidad de la naturaleza?
– La astronomía tiene el estatuto de ciencia cierta, pues la regularidad y la eternidad de los movimientos de los cuerpos celestes, analizados gracias al instrumento ya probado que son las matemáticas, garantizan su fiabilidad. La astrología tiene el estatuto de ciencia conjetural, porque estudia el efecto producido por las configuraciones de los astros sobre nuestro mundo sublunar. Sometida a una infinidad de variables, la realidad de la naturaleza está supeditada al juego de las fuerzas opuestas.
Marco Aurelio permaneció largo rato silencioso, tratando de asimilar los difíciles pensamientos del sabio.
– En Roma -dijo con brusquedad-, convoqué a mis magos y mis astrólogos. Les indiqué la hora de mi concepción y la de mi nacimiento, y me comunicaron lo siguiente: tendré un hijo varón y su fecha de nacimiento merecerá ser recordada, pues, por primera vez desde que Augusto tomó el poder, un futuro emperador nacerá en el seno del poder imperial. ¿Tú qué dices, confirmas este pronóstico?
Tolomeo vaciló antes de responder, visiblemente incómodo.
– Gran señor -acabó diciendo con prudencia-, sólo puedo desear la realización de este oráculo, que sin duda te convertiría en el más feliz de los hombres. Sin embargo…
– ¿Sin embargo? -repitió el cónsul con cierta inquietud.
– Sin embargo, soy incapaz de confirmar la predicción.
– No lo comprendo… ¿No dicen de ti, acaso, que eres el príncipe de los astrólogos?
– Señor, tampoco voy a confirmar estas palabras, pero te hablaré con toda sinceridad. ¿Cómo pudieron establecer tus astrólogos la carta astral de una criatura que no ha nacido aún, por lo que ignoran las configuraciones de los planetas y del zodíaco en el momento exacto de su nacimiento?
Este argumento pareció desconcertar al cónsul.
– A decir verdad -masculló-, no me hablaron demasiado de conjunciones astrales. Adquirieron esta convicción consultando las entrañas de los animales.
Tolomeo esbozó una sonrisa de conmiseración.
– La verdadera astrología debe elaborar sus conjeturas a partir de los movimientos celestes descritos por la astronomía. Yo diría de ella que es una dama muy hermosa, pero que aunque parece poseer los más altos secretos del mundo… por desgracia se ve suplantada por una prostituta.
– ¿Quieres decir con ello que mis astrólogos son unos charlatanes? -dijo el cónsul pasmado.
– Digo simplemente que muchos individuos, atraídos por las ganancias, engañan al profano ejerciendo so capa de astrología otro arte que de hecho sólo aspira a obtener beneficios. Engañan a quienes les consultan al fingir llevar a cabo numerosas previsiones.
– ¿Y tú, gracias a tu superior conocimiento de los astros, no te equivocas nunca?
– No tengo esta pretensión. A veces, el astrólogo más ducho y más concienzudo puede confundirse, a causa de la propia naturaleza del tema y de la cortedad de su inteligencia comparada con la grandeza del mensaje.
Marco Aurelio reflexionó de nuevo. Fascinado poco a poco por el implacable poder de razonamiento de su interlocutor, en este momento le apetecía más hablar de filosofía que de sórdidas cuestiones de paternidad.
– Por mi parte -murmuró tras un largo silencio-, las lecciones de Epicteto me han convencido de que la sabiduría consiste en adecuarse a la naturaleza, recobrando la unidad de uno mismo con el mundo.
– Es raro oír palabras tan sabias en boca de los monarcas -dijo Tolomeo algo obsequioso-. El ser humano ha sido en efecto modelado en el seno del gran todo que es la naturaleza. Por consiguiente, sólo una serie de causas naturales hacen posible la previsión del propio destino. Supón que un hombre haya adquirido un conocimiento preciso de los movimientos de todos los astros, del Sol y de la Luna, de modo que no ignora ni el lugar ni el momento de todas las configuraciones; supón también que haya aprendido, gracias a las investigaciones realizadas continuamente desde hace siglos, a discernir la naturaleza general de estos astros. ¿Qué impide a ese hombre conocer el temperamento de cada individuo, analizando el estado del cielo en el momento de su nacimiento? Podría afirmar, por ejemplo, que su cuerpo y su espíritu están hechos de este o aquel modo; y predecir también acontecimientos en momentos dados, puesto que determinada configuración de los astros favorece determinado temperamento que tiende a la felicidad, mientras que otra le hace propenso a la desgracia.
– Algunos filósofos opinan que si el astrólogo predice por error enojosos acontecimientos hará que el hombre se angustie inútilmente y sea desgraciado. Y si los predice favorables y se equivoca, hará que el hombre, también inútilmente, se sienta infeliz y decepcionado.
– Hay que considerar, más bien, que el carácter inesperado de los acontecimientos suele provocar inquietudes excesivas y entusiasmos delirantes, mientras que el conocimiento del porvenir habitúa y apacigua el alma, preparándola para aceptar el futuro como si fuera presente e induciéndola a acoger con calma y serenidad cualquier suceso.
Marco Aurelio permaneció de nuevo pensativo. Aquella discusión le recordaba las lecciones de Epicteto que había escuchado con fervor en su juventud, lecciones que le habían convertido a la filosofía estoica.
– Creo -prosiguió por fin en un tono profundamente convencido- en la autonomía del individuo. Le creo libre por su capacidad de razonar. Creo en un dios interior, presente en cada uno de nosotros, al que concibo como un guía y que nos hace libres frente a las vicisitudes externas. ¿Acaso no contradice eso a la astrología? Porque ella supone que el carácter de un individuo está determinado por las configuraciones celestes en el momento de su nacimiento o de su concepción. Pero si todos los acontecimientos de la vida de un hombre están determinados por los astros, ¿dónde está su libre albedrío?
– La verdadera astrología no es la de los horóscopos. Evitemos creer que todo lo que le sucede al hombre es efecto de una causa llegada de arriba, como si todo hubiera sido dispuesto desde el principio para cada individuo y ocurriera irremediablemente, sin que ninguna otra causa pueda constituir un obstáculo. En verdad, si el movimiento de los cuerpos celestes se realiza desde toda la eternidad en virtud de un destino divino e inmutable, el cambio de las cosas terrenales está, por su parte, sometido a un destino natural y variable, cuyas causas primeras le vienen de arriba según el azar. Las leyes variables propias de nuestro mundo sublunar modifican las influencias llegadas del cielo. Así, en el caso de los grandes desastres como las guerras, la condición general prevalece siempre sobre el destino individual.
– Por consiguiente -razonó el cónsul-, antes de determinar el destino de un individuo, los astros ejercerán su influencia en primer lugar sobre el entorno general del hombre, sobre el clima, los países, las regiones y las ciudades, ¿no es verdad?
– La astrología, en efecto, determina el carácter general de cada pueblo. De ello podría deducir, señor, que el arte de la astrología es de gran utilidad política. Un monarca prudente, que conozca las previsiones astrales, más que aplastar a los pueblos a los que quiera dominar, debería analizar antes su temperamento, para comprender sus fuerzas y sus debilidades, y de ese modo gobernarlos mejor.