– Gracias por tu comprensión, digno Amr. Y puesto que ahora estás dispuesto a pedir a tu califa que no arremeta contra la Biblioteca, háblanos del tal Omar. Si le conocemos mejor, podremos ayudarte mejor a torcer su voluntad.
– Omar no es sólo un barbudo con manto, aunque adopte esa apariencia. Cuando era un miembro poco importante de una tribu de segundo orden, se opuso, al principio, a la predicación del Profeta, para aliarse con las poderosas tribus de La Meca. Luego, advirtiendo que el viento cambiaba, se convirtió en uno de sus más fervientes adeptos. Él mismo cuenta, sin embargo, una historia muy distinta, como si quisiera forjar su propia leyenda. Afirma que, en su juventud, robaba por necesidad en los puestos de los mercaderes dátiles y fruta para alimentar a su pobre familia. Hasta el día en que, llamando por azar a la puerta de una casa donde se hallaban algunos devotos, había oído recitar una sura. Y se había convertido de inmediato en el más piadoso de los musulmanes…
– Recuerdo nuestro primer encuentro, Amr -dijo Filopon-, cuando tú ibas vestido como un mercader y no con la armadura de un guerrero. Me dijiste que el Corán, como una columna sonora que se eleva desde el día en que Mahoma recibió su revelación, no estaba hecho para ser leído sino para ser recitado en voz alta…
– Siendo así -dijo Rhazes en tono acerbo-, no veo cómo Omar podría ser disuadido de quemar los libros, puesto que sólo concede importancia a lo oral en detrimento de lo escrito.
– Se dice incluso -prosiguió Amr- que destruyó el testamento del Profeta que designaba como sucesor a su yerno Alí, favoreciendo así la elección de Abú Bakr a la muerte de Mahoma. Y naturalmente, cuando Abú murió a su vez, él ocupó su lugar. Desde entonces, Omar ha salido de la sombra y ha querido que todas sus acciones fueran espectaculares. Nos ha lanzado a la conquista de naciones extranjeras, ha hecho construir ciudades en Arabia. Él escogió la hégira, el año de la emigración del Profeta a Medina, como inicio del calendario musulmán. [7] También se proclamó primer comendador de los creyentes. Pero, aunque él ha mantenido una apariencia humilde y modesta, ha visto con espanto cómo a su alrededor se establecía un lujo inaudito. Las primeras conquistas del islam hicieron que las riquezas del mundo afluyeran a Medina. Toda una aristocracia se divierte hoy en un ambiente de boato y placer. Sabed que Suqayna, la propia nieta del Profeta, tiene abierto un salón en el que se reúnen más poetas y cantores que imanes especializados en teología musulmana…
– ¡Tu islam no es tan severo, pues! -Hipatia sonrió.
– Claro, pero lamentablemente Omar no representa el verdadero espíritu del islam. Frío, calculador, austero en su vida, exigiendo a los demás tanta virtud como él, lleno de temor ante el Muy Benevolente, y también ante el peligro y la muerte, no puede admitir que aquí abajo se sienta placer. Elimina con ferocidad todas las oposiciones. Nadie puede discutir sus órdenes, ni siquiera los más antiguos compañeros del Profeta que deberían prevalecer sobre él…
– Ya me has dicho bastante -concluyó Filopon-. Este hombre ha sufrido tantas humillaciones durante la primera parte de su vida que quiere ahora tomarse la revancha. Quiere dejar su impronta en la Historia y superar incluso a tu Profeta. Ah, si no temiera tanto por la suerte de nuestros libros, me alegraría de que tu secta tenga semejante guía.
– ¿Y por qué?
– Porque a causa de su intransigencia, de su estrechez de miras, de su imposibilidad de escuchar una opinión contraria a sus deseos, muy pronto los hombres de su país y de su culto se levantarán contra él. Y antes de mucho tiempo no habrá ya sólo un islam, sino dos, diez, veinte. Es decir, ninguno. Eso mismo estuvo a punto de ocurrirle a la Iglesia cristiana hace dos siglos. Y sin embargo el obispo de Alejandría, Cirilo, al revés que tu califa, no era en absoluto de extracción modesta. Pero dejaré que sea Hipatia la que te cuente mañana esta historia. Le concierne un poco.
Convénceme, hermosa Hipatia, pensó Amr, convénceme definitivamente y yo mismo iré a hincar el hierro en las entrañas de ese perro de Omar.
La mujer y el obispo
(Ultimo canto de Hipatia)
Cuatro siglos habían transcurrido desde que Filón partiera hacia Roma para defender su causa. El Templo de Jerusalén había sido destruido, el pueblo judío dispersado, los bárbaros del norte habían invadido el extremo de Occidente, y Bizancio, convertida en Constantinopla, prevalecía sobre Roma. El emperador Constantino se había declarado cristiano y con él todos sus notables, que fueron imitados por sus familias, clanes y servidores hasta el último de sus esclavos. Siempre es más fácil bajar que subir.
No obstante, en ningún lado aparecía la sencillez de las palabras de Cristo, si es que fueron tan sencillas a fin de cuentas. En Alejandría, en Atenas, en Pérgamo nacieron escuelas filosóficas, o más bien teológicas. Decididamente, la historia no hace más que repetirse, es de suponer que en algunos lugares sopla siempre el espíritu, ya esté limpio el cielo o esté cubierto de negras nubes. El tema religioso suscitaba acerbos debates. El individuo que emitiera una idea nueva o no conforme con el canon se arriesgaba, en el mejor de los casos, al exilio; en el peor, a la muerte. Olvidando su pasado de mártires, los cristianos hacían sufrir a otros, que sin embargo nunca habían sido sus verdugos, lo que ellos habían sufrido. Ahora los mártires eran los judíos y los espíritus libres, sabios y filósofos. Así ocurre con todas las religiones y me temo que los hijos de Israel, perseguidos durante tanto tiempo, vayan a actuar del mismo modo cuando en el futuro hayan recuperado su poder. Perseguirán a su vez a sus antiguos verdugos, su afán de venganza se extenderá a pueblos apacibles que sólo piden vivir en sus tierras y compartir sus beneficios.
Pero volvamos a la historia, pues ya veo que Rhazes está a punto de enfadarse. Durante la expansión cristiana, Alejandría seguía siendo un remanso de tolerancia, al menos en el barrio de los palacios. No se destruyen así como así siglos de mezcla, de intercambio, de saber cosmopolita. Y además el mar protegía Egipto de las invasiones bárbaras que habían ocupado Occidente y rompían como olas a los pies de Constantinopla. En el Museo, la filosofía era la materia más importante. Es cierto que las ciencias habían gozado de un renovado esplendor cuando el cristianismo no dominaba aún la ciudad. Tolomeo y Galeno habían sabido satisfacer a los poderosos, a los filósofos y sacerdotes de todas las confesiones. Como al primero no le preocupaba en absoluto la religión y el segundo creía en una muy vaga divinidad universal, la Iglesia cristiana adoptó la considerable obra de ambos sabios desaparecidos; lo mismo había hecho con Filón en materia de filosofía. En realidad, a la Iglesia cristiana no le interesaba estudiar la naturaleza ni su funcionamiento, ni tampoco intentaba desvelar sus misterios a fin de poder mitigar el sufrimiento humano. ¿Para qué? El fin de los tiempos está cerca, decía la Iglesia. Las teorías de Galeno y Tolomeo le convenían. A su entender, habían descrito el mundo y la naturaleza humana de un modo definitivo, como los Evangelios habían hecho con Dios.
Por consiguiente no se investigaba, no se inventaba ya; se recopilaba. He ahí el signo del final de un mundo.
Los estudiosos procedían a resumir los descubrimientos del pasado universalmente admitidos, mejorándolos un poco, adornándolos a menudo, sin nunca intentar discutirlos ni ponerlos en duda y mucho menos superarlos. Eso es lo que hicieron Herón, Diofanto y Papo con la mecánica, las matemáticas y la astronomía. Eso hizo Teón, nombrado director del Museo por el emperador Teodosio, pues ya había periclitado el título de sumo sacerdote. Bajo su férula, la gran escuela alejandrina de Euclides, Aristarco y Apolonio recobró algo de su lustre. Pero Teón pasará a la posteridad por haber sido el padre de la mujer más sabia de la historia: Hipatia de Alejandría. Hablo, en efecto, de mi homónima, pues nació hace ahora doscientos cincuenta años. [8] Por lo demás, vio la luz bajo armoniosos auspicios, puesto que su padre, ferviente adepto de los sistemas que mezclan astronomía y música, le dio el nombre del sonido más grave que, a su entender, emite la Tierra en el centro del Universo, en el melodioso coro de la música de las esferas.(14)