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– Me siento halagado de que queráis incluirme en vuestras deliberaciones sobre la línea de banda, entrenador.

– Todavía no sabes lo que queremos preguntarte -dijo alegremente Beech.

– Me parece que hay un problema -dijo Mitch, sonriendo con recelo.

– Sí, eso es -confirmó Beech-. A lo mejor puedes ayudarnos a resolverlo. Necesitamos un poco de coordinación técnica.

– Es mi trabajo.

– Pero primero tienes que tomar una especie de decisión administrativa, Mitch. Es algo referente a Abraham.

– Abraham, sí -repitió Yojo- ¿A quién se le ocurrió la estupidez de ponerle ese nombre?

Cheech y Chong: como los protagonistas de aquella película sobre la marihuana de los primeros setenta, tenían un aire indolente, gruesos bigotes a lo Wyatt Earp y una mirada enfermiza, levemente vidriosa. Pero, como en el caso de Aidan Kenny, esa impresión provenía de su continuo trabajo frente a la pantalla y no de la afición a fumar droga. Mitch estaba seguro de eso. Cada vez que uno iba al lavabo en la Parrilla, el ordenador le analizaba la orina por si contenía rastros de droga. La Yu Corporation se tomaba muy en serio la medicina preventiva.

– Gracias por bajar, Mitch, te lo agradezco -dijo Aidan Kenny, carraspeando y frotándose nerviosamente los labios-. ¡Ojalá tuviera un cigarrillo, joder!

– En la sala de informática está prohibido fumar -dijo la educada voz inglesa del ordenador.

– ¡Cierra el pico, gilipollas! -soltó Yojo.

– Sí, gracias, Abraham -dijo Kenny-. Dime algo que no sepa. Siéntate aquí, Mitch, te voy a poner al corriente. Eh, Hideki, ¿podrías hablar mejor delante de mi hijo, colega?

– ¡No faltaba más, joder! ¡Vaya, lo siento!

Mitch se sentó frente al terminal libre y miró la imagen que se movía en la pantalla: parecía un enorme copo de nieve coloreado, y crecía continuamente.

– ¿Qué es eso? -preguntó, momentáneamente fascinado.

– Ah -dijo Yojo-, eso no es más que un salvapantallas. Hace que no se queme el tubo del monitor.

– Es bonito.

– ¿Verdad que sí? Un autómata celular. Damos al ordenador una figura de base y unas normas de desarrollo y del resto se encarga él. Venga, tócalo.

Mitch tocó la pantalla con el dedo y, como un verdadero copo de nieve, el autómata celular se fundió rápidamente. Cíentos de líneas de datos empezaron a evolucionar frente a sus ojos.

– Ahí tienes el problema -anunció Beech.

– Y es gordo -añadió Yojo.

Una apagada explosión emanó de la pantalla de Michael y, furioso, el niño dio un manotazo al brazo de la silla.

– ¡Cojones! -gritó, y luego-: ¡Joder, joder, joder!

Hideki Yojo lanzó una mirada a Kenny y dijo:

– No creo que tenga muchos tacos que enseñarle a tu hijo, Aid.

– No digas palabrotas, hijo. Si te vuelvo a oír un taco, puedes ir preparándote, con cumpleaños o sin él. ¿Está claro?

– Sí, papá.

– Y ponte los cascos, por favor.

– Bueno -añadió Kenny, dirigiéndose a Mitch-. Es un sistema autorreproductor, ¿vale?

Mitch asintió, indeciso.

– Un programa autorreproductor, multifuncional, que prevé con plena independencia las necesidades del edificio y la futura gestión comercial. Un sistema basado en la lógica difusa que utiliza una red nerviosa para mejorar sus prestaciones mediante el aprendizaje. Después de que la Yu Corporation ocupe el edificio durante cierto tiempo, el viejo Abraham habrá aprendido todo lo que haya que saber sobre la forma de trabajar de la empresa. Absolutamente todo, desde el plan de utilización de las oficinas hasta el modo en que la empresa piensa desarrollarse. Por ejemplo, utilizando la red electrónica de abonados, podrá estudiar el mercado inmobiliario local para comunicarles las oportunidades que existan en un sector determinado.

– ¿Ah, sí? -dijo Mitch-. A lo mejor me puede encontrar casa.

Aidan Kenny esbozó una leve sonrisa. Mitch se disculpó y, recostándose en el respaldo de la silla, adoptó una expresión más seria.

– Al cabo de un tiempo, la versión 3.0 escribe la versión 3.1. O, si lo prefieres, Abraham engendra la siguiente generación del programa: Isaac. ¿Quién podría hacerlo mejor? Esa versión mejorada de Abraham, Isaac, es aún más capaz de gestionar las futuras necesidades de expansión de la Yu Corporation. A partir de entonces, ya con Isaac funcionando a un nivel superior de capacidad, y una vez cumplidos sus deberes paternos, Abraham se queda estéril y primero reduce su actividad a un simple servicio de mantenimiento para luego desactivarse totalmente cuando Isaac engendre la siguiente generación del programa, o cuando la versión 3.1 escriba la versión 3.2, si lo prefieres.

Mitch cruzó las manos y asintió con aire paciente.

– Todo eso ya lo sé -repuso Mitch-. ¿Quieres ir al grano, por favor?

– Muy bien. Entonces, el caso es que parece…

– ¿Parece? -terció Beech-. Nada de parece, tío. La puñetera realidad.

– Resulta que Abraham ya ha iniciado su propio programa de autorreproducción. Lo que significa…

– Lo que significa -le interrumpió Mitch- que tiene en cuenta un nivel de ocupación absolutamente insignificante. Es decir, nosotros. No la Yu Corporation, como debería ser.

– Te dije que Mitch lo entendería -le dijo Beech a Yojo.

– Eso es, exactamente -confirmó Kenny-. O sea que, si únicamente nos tiene en cuenta a nosotros y a un puñetero grupo de obreros, no tiene sentido que Abraham evolucione a un nivel superior de capacidad y engendre a Isaac.

– Pero ¿eso es lo que ha pasado? -inquirió Mitch-. ¿Que ya existe Isaac?

Aidan asintió con aire afligido.

– ¿Y qué dice Abraham de todo esto? -preguntó Mitch.

– No lo preguntarás en serio, ¿verdad? -dijo Beech.

– No sé. -Mitch se encogió de hombros-. Tú dirás.

Bob Beech sonrió y, extendiendo el pulgar y el índice, se atusó las guías del impresionante bigote.

– Mira, somos los mejores, pero aún estamos en el siglo XX, Mitch. Para explicar algo primero hay que entenderlo.

– No si la pregunta se formula del modo adecuado -arguyó Mitch.

– Sí, buena idea -observó Hideki Yojo-. Si hubiésemos llegado a un nivel tan alto de perfección. A pesar de nuestros progresos, sólo hemos conseguido superar la vieja lógica binaria de «verdadero o falso», ¿comprendes? La lógica difusa abarca la lógica binaria, pero permite la hipótesis de que algo forme parte de dos conjuntos diferentes.

– De modo que algo puede ser en parte verdadero o en parte falso.

– Eso es. O del todo verdadero, en determinadas condiciones.

– He leído algo sobre eso -dijo Mitch-. ¿No se habló acerca de la forma en que un ordenador debería definir a los pingüinos?

– Ah, eso. -Beech asintió, con aire de fastidio-. Sí, un ordenador convencional sabe que los pájaros vuelan. Pero si se le dice que los pingüinos no vuelan, insiste en que un pingüino no es un ave. Los ordenadores programados con lógica difusa soslayan esa dificultad reconociendo que no todos los pájaros vuelan, aunque sí la mayoría.

– Y, de modo semejante -terció Aidan-, en lo que se refiere al control de los sistemas de gestión, el controlador difuso, Abraham, en este caso, permite cierta interpolación entre los tipos de datos suministrados por los sensores.

– Escuchad un momento -intervino Yojo-. ¿Podemos dejar de utilizar la palabra «difuso» y emplear el término adecuado, por favor? Me pone enfermo. Estamos hablando de un ordenador adaptable analógico, Mitch, algo que funciona como un cerebro humano. Es decir, tiende a la adaptación antes que a la precisión y utiliza valores relativos en vez de absolutos. ¿Vale?

– Mirad, chicos -intervino Kenny-, lo que tenemos que discutir…

– Tiene que haber pasado algo con la «desdifusificación» -continuó Beech, que, al ver la mueca de fastidio e irritación de Yojo, le hizo un gesto obsceno con el dedo-. Una especie de fallo en la salida de la información difusa, que se ha transmitido como valor único…