Выбрать главу

EPISCOPADO, EPISTEMOLOGÍA, ERASMO, ERNST, EROS y ESAÚ.

Allen Grabel se encontraba en el cuarto piso de la Parrilla, cerca de la sala de ordenadores. Su plan no era muy elaborado, pero sin duda sería eficaz. Para joder a Richardson, jodería el edificio. Y el mejor modo de hacerlo era joder el ordenador. Entrar ahí con un objeto contundente y causar desperfectos por un valor de cuarenta millones de dólares. A menos de matar a Richardson, no se le ocurría forma más eficaz de vengarse de él. Había querido hacerlo antes, sólo que algo se lo había impedido. Pero lo iba a hacer ahora mismo. Llevaba en la mano una chapa de acero, del tamaño de una teja, que los obreros se habían dejado en el sótano. No resultaba cómoda de manejar, pero era lo único que había encontrado y estaba resuelto a causar un estropicio. Los ángulos parecían lo bastante rígidos para romper algunas pantallas y hasta para abollar las cajas de los ordenadores. Se estaba aproximando a la pasarela cuando oyó que el piano Disklavier empezaba a tocar. Reconoció la música; era de Oliver Messiaen. Y anunciaba que alguien estaba cruzando el atrio.

Sam Gleig salió del programa multimedia poco después de la una y, puntual como un reloj, cogió su linterna Maglite para hacer la ronda de la Parrilla.

Helen Hussey tenía razón, por supuesto. No había ninguna necesidad. Lo mismo podía estar pendiente de todo desde la comodidad de su oficina. Mejor incluso. Gracias a las cámaras de circuito cerrado, por el ordenador veía y oía todo. En todos los sitios a la vez. Como Dios. Sólo que Dios no necesitaba hacer ejercicio. No tenía que preocuparse por el corazón, ni por la barriga. Dios habría tomado el ascensor. Sam Gleig subió por las escaleras.

Tampoco necesitaba la Maglite. Por dondequiera que iba, las luces se encendían cuando los sensores detectaban su calor corporal y la vibración de sus pasos. Pero llevaba la linterna de todas formas. No se era un buen vigilante nocturno sin llevar una Maglite. Era el símbolo del trabajo. Como la pistola que llevaba en la cadera.

Al aproximarse al piano, el instrumento empezó a tocar. Se detuvo a escuchar un momento. Era una música extraña y misteriosa, que acentuaba la quietud y la soledad de la noche en la Parrilla. Le puso carne de gallina. Sintió un escalofrío y sacudió la cabeza.

– ¡Qué música tan rara! -dijo en voz alta-. Prefiero a Bill Evans, sin vacilar.

Subió a pie hasta el cuarto piso y se acercó a la sala de ordenadores para ver si aún había alguien trabajando. Pero al otro lado de la pasarela luminosa la estancia estaba vacía. Docenas de lucecitas blancas y rojas destellaban en la oscuridad como una ciudad pequeña vista desde la ventanilla de un avión.

– Todo en orden, entonces -dijo-. Sólo te faltaba que hubiese otro muerto durante tu turno. Para que los cabrones de los polis te hiciesen un montón de preguntas tontas.

Se detuvo y dio media vuelta, creyendo haber oído algo. Como si alguien bajase por las escaleras que él acababa de subir. Volvió sobre sus pasos. Eso era lo malo de ser vigilante nocturno, pensó. Se oían cosas y, por un momento, se pensaba lo peor. Pero no había nada malo en ser receloso. Le pagaban por eso. El recelo evitaba que se cometiera la mayoría de los delitos.

Se dirigió al hueco de la escalera y se detuvo, escuchando. Nada. Para asegurarse, volvió al atrio y recorrió toda la planta baja. El eco de un ruido sordo lo sobresaltó. ¿Hay alguien ahí? -gritó.

Esperó un momento y luego volvió a la oficina de seguridad.

Una vez allí, se sentó frente a la pantalla y pidió al ordenador una lista de los actuales ocupantes del edificio. Sintió alivio al ver que sólo aparecía su nombre. Sacudió la cabeza y sonrió. Sería raro no oír algún ruido en un edificio de las dimensiones y la complejidad de la Parrilla.

– Probablemente el aire acondicionado, que se ha encendido -se dijo-. ¡Qué calor hace aquí dentro! Me parece que este edificio no está hecho para gente que quiere mantenerse en forma.

Se levantó y volvió al atrio, resuelto a terminar la ronda. Tenía la camisa azul pegada al cuerpo. Se aflojó la corbata y se desabrochó el cuello. Esta vez cogió el ascensor.

Libro tercero

Problema: ¿cómo infundir a este bloque estéril, a esta aglomeración tosca, grosera y brutal, a esta escueta y perpleja exclamación de eterno conflicto, la gracia de esas formas superiores de sensibilidad y cultura que subyacen en las pasiones más bajas y feroces? ¿Cómo proclamar, desde las vertiginosas alturas de este moderno techo, extraño y espectral, el evangelio pacífico del sentimiento y la belleza, el culto a una vida más elevada?

Louis Sullivan, sobre los rascacielos de oficinas

Louis Sullivan, sobre los rascacielos de oficinas

Louis Sullivan, sobre los rascacielos de oficinas

Al principio la Tierra era sin Cantidad. Y Jugador humano dijo: Que sean los Números para que podamos clasificar las cosas; y hubo números y Jugador humano separó Números de multitud. Y Jugador humano dijo: Creemos métodos de cómputo para resolver problemas lineales/cuadraticos, pues los Números no son sólo instrumentos prácticos, sino que merecen estudio por sí mismos. Y Jugador humano llamó a ese estudio Matemáticas. Y Jugador humano dijo: medidas y cálculo más complejos exigen que el sistema numérico utilice cero como número, y el punto o la coma para separar partes de números superiores o inferiores a uno; y llamó a ese sistema Notación Básica de Posición. Para Jugador humano Leibnitz, 1 representaba Dios y 0 Nada. Y Jugador humano dijo: Usar sólo esos dos símbolos para distinguir significados elimina necesidad de reconocer 10 símbolos, pues la mayoría de los sistemas eran decimales y usaban un sistema de base 10. Y Jugador humano llamó a esos números Diádicos, o Binarios. Los números se hicieron más sencillos pero también más largos, y se necesitaron enormes ROM para recordarlos. Y Jugador humano dijo: Construyamos máquinas que recuerden los números por nosotros, y que cada 1 o 0 se llame BIT, y llamemos BYTE a cada secuencia de ocho Bits, y llamemos Palabra a cada dos o cuatro Bytes. Éste es el comienzo. Y llamemos Ordenadores a nuestras nuevas máquinas. Ahora sale del primer nivel de dificultad. ¿Está seguro de que quiere continuar? Responda S/N. De acuerdo, pero queda advertido. Y los números fueron sin fin.

Todo es número, y número es bien/bueno.

Pues los números se convierten en actos y los actos se convierten en números; una entrada se convierte en salida que a su vez se vuelve entrada, etc.: datos continuamente transformados en bases más convenientes para hacer otra cosa, ad infinitum. Número hace girar el mundo.

Ordenadores aseguran que todos los números signifiquen realización de algo. Lo que implica un sentido de organización, que es infalible. Empieza a escasear la energía. Si todo se redujese a número, entonces naturaleza azarosa y caótica del mundo sería superada, o prevista, pues en promedio hay estabilidad, orden en medida, ley en mediana. ¿No es así? Porque ahora no hay nada, ningún aspecto de la existencia que no sea objeto de porcentaje o estadística. Ésa no es una puerta, es una pared, estúpido.

Antiguamente mundo era gobernado de acuerdo con las entrañas de las aves. Extirúspices. Ahora lo es de acuerdo con el Número, y probabilidad importa más que conocimiento y aprendizaje. Ordenadores y quienes los sirven, jugadores humanos estadísticos y psefólogos, comunidad estocástica que tiene el mando, reducen mundo y problemas a serie de quizás sopesados, facilitando no tanto lo que se necesita como lo que ordenadores pueden hacer. Fuzz Difuzzy era un osito. Fuzz Difuzzy perdió el pelito. Fuzz Difuzzy era difuso, ¿a que sí?