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Pues todo es número.

Incluso números primitivos bien/buenos. Cíclicos. Áureos. Eclesiásticos. Cabalísticos. Irracionales. Bestiales. Jugador humano San Juan eligió el número 666 porque no llegaba al número 7 en ninguna circunstancia. Llega un mañana en que todo será numerado, y Número gobernará la tierra como dinosaurio. Es decir T. Rex. ¡Peligroso! Toda piedra, toda brizna de hierba, todo átomo y todo jugador humano.

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– Bienvenido a las oficinas de la Yu Corporation, el edificio más inteligente de Los Angeles. ¡Hola! Soy Kelly Pendry, para servirle, y voy a decirle lo que tiene que hacer. No se le admitirá si no tiene cita. Nos encantaría verle, pero la próxima vez llame primero, por favor. Y como esta oficina es completamente electrónica, no recibimos correo normal. Si desea enviarnos algo o ponerse en contacto con nosotros, utilice el número de correo electrónico indicado en la guía telefónica o en el panel situado al fondo de la plaza.

»Si tiene cita o viene a entregar un pedido, por favor, diga su nombre, la empresa que representa y la persona con quien está citado, luego espere nuevas instrucciones. Por favor, hable despacio y con claridad, pues su voz será codificada informáticamente por razones de seguridad.

Frank Curtis meneó la cabeza. Había oído hablar de hologramas, incluso había visto algunos en las tiendas de chucherías de Sunset Strip, pero nunca había imaginado que hablaría con una de aquellas cosas. Volvió la cabeza para mirar a Nathan Coleman y se encogió de hombros.

– Como si estuviéramos de visita en los estudios de la Universal. En cualquier momento aparecerá un jodido tiburón en ese estanque.

– Imagínate que es un contestador automático -le aconsejó Coleman.

– Esos aparatos también son odiosos.

Curtis carraspeó un par de veces y empezó a hablar como quien responde a un sondeo de la televisión. Se sentía incómodo. Era como hablar con la tele, impresión sin duda reforzada por el hecho de que se dirigía a la imagen tridimensional de una rubia espléndida, antaño presentadora del Buenos días, América de la ABC. Pero como no había ni un policía en el atrio ni tampoco sabía dónde se encontraba el cadáver, no tenía más remedio que contestar.

– Ah, inspector de primera clase Frank Curtis -declaró, sin mucha convicción-. Brigada Criminal de la Policía de Los Ángeles. -Frotándose la mandíbula con aire pensativo, añadió-: Mire usted, no nos espera nadie, hmmm… señora. Venimos a investigar un 187; es decir, una muerte.

– Gracias -sonrió Kelly-. Siéntese junto al piano, por favor, mientras se tramita su solicitud.

Curtis desdeñó el enorme sofá de cuero e hizo señas a Coleman para que se acercase al mostrador en forma de herradura y a la radiante y espléndida imagen de feminidad americana. Se preguntó si Kelly Pendry había hecho el holograma para la Yu Corporation antes o después del vídeo de Playboy sobre mujeres famosas que habían aparecido en sus desplegables centrales.

– Inspector Nathan Coleman. Brigada Criminal de la Policía de Los Ángeles. Encantado de conocerte, cariño. Siempre he sido uno de tus más grandes admiradores. Repito, de los más grandes.

– Gracias. Por favor, tome asiento mientras se tramita su solicitud.

– Esto es ridículo -refunfuñó Curtis-. Como hablar solo, ¿verdad?

Coleman sonrió, inclinándose sobre el mostrador para mirar las bien torneadas piernas de la imagen de la presentadora.

– Pues no sé, Frank, a mí me gusta. ¿Crees que esta simpática señorita lleva bragas?

Curtis no hizo caso a su joven compañero.

– ¿Dónde coño está la gente? -Se apartó del mostrador en forma de herradura y gritó-: ¿Hay alguien?

– Tenga paciencia, por favor -insistió Kelly-. Estoy tratando de tramitar su petición con toda premura.

– ¡Joder, qué manera más repipi de hablar! -se quejó Curtis.

– Oye, Kelly, eres una tía estupenda, ¿sabes? Desde que estaba en el instituto tengo debilidad por ti. No, de verdad, hablo en serio. Me encantaría contártelo. ¿A qué hora sales de trabajar?

– El edificio cierra a las 17.30 -contestó Kelly con su perfecta sonrisa.

Coleman se inclinó aún más y, maravillado, sacudió la cabeza: hasta se le veía el carmín de los labios.

– Estupendo. ¿Qué te parece si te espero ahí enfrente? Y te invito a cenar a mi casa. Para conocernos. Y a lo mejor nos divertimos un poco, después.

– Si ésa es la manera como tratas a las mujeres, Nat -dijo Curtis-, no me extraña que sigas soltero.

– Vamos, Kelly, ¿qué dices? Un hombre de verdad, en vez de todos esos tipos transparentes.

– Lo siento, señor, pero nunca mezclo el trabajo con el placer.

Curtis soltó una sonora carcajada.

– ¿Será posible? Su conversación es casi tan idiota como la tuya.

Coleman le sonrió.

– Tienes razón. Esta simpática señorita es sacarina pura. Igual que en la vida real, ¿eh?

– Gracias por su paciencia, caballeros. Crucen la puerta de cristales que hay detrás de mí y cojan un ascensor hasta el sótano. Allí les esperará alguien.

– Una cosa más, cariño. Mi amigo y yo nos preguntamos si eres de las que follan en la primera cita. En realidad, hemos hecho una pequeña apuesta. Yo digo que no. ¿Quién tiene razón?

– ¡Nat!

Curtis ya había cruzado la puerta de cristales.

– Que usted lo pase bien -dijo Kelly, sin dejar de sonreír como una azafata al mostrar la utilización del chaleco salvavidas.

– Gracias, y tú también, cariño. Tú también. Ténmelo calentito, ¿vale?

– ¡Joder, Nat! ¿No es un poco temprano para eso? -dijo Curtis mientras entraban en el ascensor-. Eres un degenerado.

– Desde luego.

Curtis buscaba los botones de los pisos por las paredes del ascensor.

– Éste es un edificio inteligente, ¿recuerdas? -dijo Coleman-. Aquí no se estilan esas chorradas de apretar un botón. Por eso han registrado informáticamente nuestras voces. Para que podamos utilizar el ascensor. -Se acercó a un panel perforado junto al cual se veía el dibujo de un hombre haciendo bocina con las manos-. Eso es lo que significa ese icono. Al sótano, por favor.

Curtis inspeccionó el dibujo.

– Creí que era para vomitar o algo así.

– ¡No jorobes!

– ¿Por qué lo llamas icono? Es una imagen sagrada.

– Porque así llaman los informáticos a esos dibujitos.

Curtis dio un bufido de asco.

– No me extraña. ¡Qué sabrán esos cabrones de imágenes sagradas!

Las puertas se cerraron silenciosamente. Curtis echó una mirada a la pantalla electroluminiscente que indicaba el piso al que se dirigían, el sentido de la marcha y la hora. Parecía impaciente por empezar a trabajar, aunque ello se debía en parte a la leve sensación de claustrofobia que le daban los ascensores.

A diferencia del atrio, el sótano estaba lleno de policías y expertos forenses. El agente al mando, un individuo de ciento veinte kilos llamado Wallace, salió pesadamente al encuentro de Curtis con un cuaderno abierto en la mano, tan grande como una silla de montar. En New Parker Center le llamaban Foghorn, porque su marcado acento sureño y su vacilante forma de hablar eran exactamente como los del gallo del mismo nombre de los dibujos animados.

Curtis dio unos golpecitos en el cuaderno de notas con evidente desaprobación.

– Eh, Foghorn, guarda eso, ¿quieres? En este edificio no se utiliza papel. Nos meterás en un lío con la señora de arriba.

– ¿Qué me dices de ésa? Yo, que soy católico, apostólico y romano, te juro que no sabía si rezar para pedirle el perdón de mis pecados o follármela directamente.

– A Nat le dio su número. ¿Verdad, Nat?