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Richardson se encogió de hombros.

– Claro. ¿Por qué no? Y lo de joderla es cosa tuya, colega.

– Espero que lo que falle sea sólo el feng shui.

– ¿Qué coño significa eso? Tranquilo, ¿quieres? Todo irá bien, estoy seguro. Este trabajo me da buena espina. La buena suerte es una simple cuestión de trabajar mucho y estar preparado. Mi inspección previa a la entrega es el viernes, ¿no? Con todo el equipo de proyecto en la obra. El edificio en acción, por decirlo así, una demostración real. Apretar algunos botones.

Mitch decidió pulsar otro botón.

– Ese poli quiere que revise los ascensores -soltó de pronto-. Dice que es posible que tengan algo que ver con la muerte de Sam Gleig.

Richardson frunció el ceño.

– ¿Quién coño es Sam Gleig?

– ¡Venga, Ray! El guarda jurado. El que mataron.

– Pero creía que ya habían detenido al culpable. Uno de esos manifestantes de los cojones.

– Sí, pero lo volvieron a soltar.

– Esos ascensores no tienen nada malo. Son los más perfectos de California.

– Eso mismo le dije al poli. Que funcionan muy bien. Pero quiere que vengan los de Otis a echarles un vistazo.

– ¿Y dónde está ahora ese tío? El que detuvieron.

– En libertad, supongo.

– ¿Libre para ponerse a la puerta de mi edificio y distribuir octavillas?

– Supongo que sí.

– ¡Inútiles cabrones! -Richardson cogió el teléfono y llamó a su secretaria- ¡Gilipollas de mierda…! Shannon, ponme con Morgan Phillips, ¿quieres? -Hizo una mueca y sacudió la cabeza-. ¿A su casa? Sí, ¿dónde, si no? Es domingo. -Colgó y asintió-. Arreglaré esto en cinco minutos.

– ¿Estás llamando al teniente de alcalde? ¿Un domingo? ¿Qué te propones, Ray?

– No te apures, seré de lo más diplomático.

Mitch enarcó una ceja.

– Tranquilo, Morgan es amigo mío. Jugamos juntos al tenis. Y me debe muchos favores, créeme… Voy a hacer que saquen a esos mamones de la plaza. Os los voy a quitar de encima. Iba a hacerlo de todos modos: lo que nos hace falta es que estén fuera cuando Yu venga a la inspección de entrega.

– ¿Por qué molestarse? -repuso Mitch, alzando los hombros-. Sólo son una pandilla de crios.

– ¿Por qué molestarse? ¡Por el amor de Dios, Mitch, uno de ellos te rompió el parabrisas! ¡Te podría haber matado!

– En aquel momento yo no estaba dentro del coche, Ray.

– Eso es lo de menos. Además, uno de ellos es sospechoso en una investigación de asesinato. Una vez que vean que los putos ascensores marchan perfectamente, los polis tendrán que volver a detenerlo. Puedes estar seguro.

– ¿Alison? Soy Allen.

Alison Bryan emitió un suspiro de impaciencia.

– ¿Qué Allen?

– Allen Grabel.

Alison dio un buen mordisco a la manzana que tenía en la mano y dijo:

– Bueno, ¿y qué?

– Trabajo con Mitch. Donde Richardson.

– Ah -repuso Alison, en tono aún más frío-. Pues me alegro por usted. ¿Qué desea?

– ¿Está Mitch?

– No -contestó ella secamente.

– ¿Sabe dónde está?

– Pues claro que sé dónde está. ¿Qué se cree, que no sé dónde está mi marido? ¿Qué clase de esposa piensa que soy?

– No, no me refería a eso… Mire, Alison, necesito ponerme en contacto con él. Es muy urgente, de verdad.

– Pues claro. Siempre es muy urgente con ustedes. Está en casa de Richardson. Parece que tienen que hablar de trabajo. Como si no se vieran lo suficiente durante la semana. Puede llamarle allí, supongo. ¿Quién sabe? A lo mejor los pilla juntos en la cama.

– No. No, prefiero no llamarle allí. Oiga, ¿podría decirle que me llame? ¿En cuanto llegue a casa?

– ¿Tiene algo que ver con ese edificio estúpido de la Parrilla?

Alison tenía la costumbre de llamar estúpidos a los edificios inteligentes, sólo para molestar a Mitch.

– En cierto modo, sí.

– Hoy es domingo. Día de descanso, por si lo ha olvidado. ¿No puede esperar a mañana?

– Lo siento, pero no. Y preferiría no llamarle al estudio. Sería mejor que me llamara él. Dígale… Dígale…

– ¿Que le diga qué? ¿Que le quiere? -Se rió de su propia broma- ¿Que se marcha en un avión de reacción? ¿Qué?

Grabel respiró hondo.

– Oiga, no deje de darle el recado, por favor. ¿De acuerdo?

– No faltaba más.

Pero Grabel ya había colgado.

– ¡Gilipollas! -dijo Alison, dando otro mordisco a la manzana. Cogió un bolígrafo y lo mantuvo unos momentos sobre un cuaderno. Luego lo pensó mejor. Ya era bastante lamentable que Mitch trabajase en domingo. Hablaba con sus colegas todos los días en el estudio. Dejó el bolígrafo a un lado.

Mitch tardó dos días en atreverse a plantear a Jenny Bao su penosa misión. No sería fácil convencerla de que se aviniese a los deseos de Richardson. Estaba seguro de que le quería, pero eso no significaba que la tuviese en el bolsillo. Salió temprano de casa, compró flores en una estación de servicio de la Freeway, y a las ocho y cuarto ya estaba a la puerta del chalé de madera gris. Se quedó diez minutos sentado en el coche, buscando justificaciones para lo que iba a hacer. Al fin y al cabo sólo se trataba de un certificado provisional. Sólo para unos días. No había nada malo en eso.

Era una bonita mañana y la casa de Jenny tenía un aspecto limpio y bien cuidado. Dos naranjos en macetas de barro flanqueaban los escalones de la puerta de caoba. Mitch se preguntó si otra asesora de feng shui habría previsto buenos auspicios para su misión matinal.

Bajó del coche, llamó al timbre y encontró a Jenny ya vestida, con camiseta y pantalones. Se alegró de verle, pero él notó su recelo por las flores. Nunca le llevaba flores.

– ¿Te apetece un té? -le dijo-. ¿Otra cosa?

Normalmente, el «otra cosa» los habría llevado a hacer el amor. Pero Mitch pensó que, dadas las circunstancias, irse a la cama no estaría bien. Aceptó el té y la vio prepararlo con su particular estilo chino. En cuanto tuvo en las manos la tacita de porcelana, fue derecho al grano, disculpándose por tener que pedírselo y reconociendo que la ponía en una situación difícil, pero recalcando el hecho de que la mentira sólo duraría dos o tres días como máximo. Jenny le escuchó hasta el final, llevándose la taza a los labios con ambas manos, casi ceremonialmente y, cuando hubo terminado, asintió con la cabeza sin decir palabra.

– ¿Eso es que sí? -preguntó Mitch, sorprendido.

– No -suspiró ella-. Aunque lo pensaré, por deferencia hacia ti.

Bueno, ya era algo, pensó él. Había esperado que le diera un no tajante. Jenny tardó dos o tres minutos en volver a hablar.

– El kanyu, o feng shui como lo conocéis vosotros, es un elemento religioso. Forma parte del Tao. El concepto fundamental del taoísmo es lo absoluto. Poseer la plenitud del Tao significa estar en armonía con la naturaleza original. Lo que me pides rompería esa armonía.

– Lo entiendo -dijo él-. Te estoy pidiendo mucho, lo sé.

– ¿Es verdaderamente tan importante esa inspección de entrega?

– Mucho.

Guardó silencio otro minuto. Luego le rodeó con los brazos.

– A primera vista me inclino a decirte que no, por las razones que te he mencionado. Pero como eres tú, y porque te quiero, no voy a decepcionarte. Dame veinticuatro horas. Entonces tendrás mi respuesta.

– Gracias -dijo Mitch-. Comprendo lo difícil que debe ser esto.

Jenny sonrió y le besó en la mejilla.

– No, Mitch, no creo que lo entiendas. Si lo entendieses, nunca me lo habrías pedido.

– Pero no irás a abandonar ahora -dijo el japonés-. Seguro que…

– Ya lo creo que voy a abandonar -afirmó Cheng Peng Fei.

– ¿Por qué? Ya estabas cogiendo la idea.

– Han tratado de colgarme el asesinato de un guarda jurado de la Yu Corp.