Se miró en el espejo y vio que su rostro estaba recobrando algo de color.
– Un lavabo debe parecer un lavabo, no un puñetero ordenador personal -masculló.
Abrió el grifo, se echó agua fría en la cara y bebió un poco.
De pronto se le ocurrió que se estaba comportando casi del mismo modo que Kay Killen poco antes de encontrar la muerte. Volvió a sentir náuseas al comprender que estaba tan en peligro como ella lo había estado.
Abraham controlaba los servicios, igual que la piscina.
Ellery no quiso tocar el grifo para cerrarlo ni secarse las manos en el aparato de aire caliente, por miedo a electrocutarse. Corrió a la puerta y, al ver que se abría con toda facilidad, soltó una carcajada.
Tony Levine casi se dio de bruces con él.
– Pero ¿qué coño te pasa, hombre? -rezongó Levine-. ¡Joder, qué susto me has dado!
– Es que me ha entrado miedo, Tony -dijo Ellery, sonriendo avergonzado-. Estaba pensando en Kay. No creo que se haya ahogado. En realidad, estoy completamente seguro. Richardson lo creyó porque se la encontró flotando, nada más.
– ¿Y entonces qué le pasó, teniente Colombo?
– Se me acaba de ocurrir ahora mismo. Abraham administra los productos químicos que se mezclan con el agua de la piscina. Creo que la asfixió con gas.
Levine frunció la nariz con expresión de asco.
– Desde luego, se habría asfixiado si hubiera entrado aquí. Soltó una sonora carcajada-. ¡Vaya, qué pestazo, peor que en el resto del edificio! ¿Qué has almorzado, Willis, comida para perros?
Levine apartó de un empujón a Ellery y entró.
– Cabrón de mierda -masculló Ellery. Se quedó un momento mirando la puerta y luego volvió en silencio a la sala de juntas.
El seco chasquido que hizo la puerta al cerrarse tras Levine sofocó el ruido, más discreto, de la esclusa neumática, lo que indicaba que el ordenador se disponía a cambiar el fétido aire de los servicios.
– Cuanto más complejo es un sistema -explicaba Mitch-, menos previsible es y más probabilidades hay de que empiece a actuar según sus propias prioridades. Mirad, por muy inteligentes que os consideréis, por mucho que creáis saber de un sistema algorítmico, siempre tendréis resultados que no hayáis previsto. Desde el punto de vista de un ordenador, el caos no es más que una forma diferente de orden. Preguntáis por qué ocurre todo esto. Pero lo mismo podríais preguntar por qué no debería suceder.
– Pero ¿cómo puede estar viva una máquina? -dijo Curtis con cara de asombro-. Venga, pongamos los pies sobre la tierra. Fuera de los tebeos, nadie cree que sean posibles esas cosas.
– Todo depende de lo que se entienda por vida -arguyó Mitch-. La mayoría de los científicos concuerdan en que no existe una definición universalmente aceptada. Aunque se afirmase que la capacidad de reproducirse es una condición fundamental del ser viviente, esa definición no podría excluir los ordenadores.
– Mitch tiene razón -convino Beech-. Incluso un virus informático cumple todas las condiciones del ser vivo. Es un hecho al que quizá no nos guste enfrentarnos, pero poseer un cuerpo no es una condición necesaria de la vida. La vida no es una cuestión de materia, sino de organización, un proceso dinámico de la física, y puede enseñarse a algunas máquinas a que reproduzcan esos procesos dinámicos. De hecho, puede decirse que algunas máquinas prácticamente tienen vida.
– Yo prefiero considerar que parecen vivas a que tienen vida -declaró Jenny Bao-. Para mí la vida sigue siendo sagrada.
– Para ti todo es sagrado, cariño -murmuró Birnbaum.
– El Yu-5, o Abraham, está proyectado para ser autónomo -prosiguió Beech-. Está concebido para aprender y adaptarse. Para pensar por sí mismo. ¿De qué os sorprendéis? ¿Por qué es tan difícil creer que Abraham tiene capacidad de pensar? ¿Que sea menos capaz de pensar que Dios, por ejemplo? En realidad, tendría que ser mucho más fácil de aceptar. O sea, ¿cómo podemos decir que Dios conoce, que Dios oye, que Dios ve, que Dios siente, que Dios piensa, y que Abraham no? Si estamos dispuestos a pasar por alto lo intrínsecamente absurdo que es creer en un Dios sensible, ¿por qué nos resulta difícil hacer lo mismo con un ordenador? La raíz del problema está en el lenguaje. Como es imposible que las máquinas se adapten más al comportamiento humano, está claro que los humanos tendrán que adaptarse más al comportamiento de las máquinas. Y el lenguaje es el ámbito donde deberá realizarse esa armonización. Los ordenadores y las personas tendrán que empezar a hablar el mismo lenguaje.
– Hable por usted -objetó Curtis.
Beech sonrió.
– Mire, hace mucho que se viene escribiendo de estas cosas. La historia de Pigmalión. El Golem de la leyenda judía. Frankenstein. El ordenador del 2001 de Arthur C. Clarke. Y esa fantasía a lo mejor se ha hecho ya realidad: un ser artificial, una máquina se ha hecho cargo de su propio destino. Aquí mismo, en Los Ángeles.
– Los Angeles ya está lleno de seres artificiales -intervino Arnon-, Ray Richardson, por ejemplo.
– ¡Fenómeno! -dijo Curtis-. Hemos hecho historia. Esperemos seguir con vida para que podamos contárselo a nuestros nietos.
– Oiga, todo esto es muy grave, lo sé. Ha habido asesinatos y lo lamento profundamente. Pero al mismo tiempo soy un científico, y no puedo menos de sentirme, cómo decir…, privilegiado.
– ¿Privilegiado? -repitió Curtis con desdén.
– No es la palabra justa. Pero, para un científico, lo ocurrido tiene un enorme interés. Lo ideal sería tener tiempo para estudiar adecuadamente este fenómeno. Investigar cómo ha podido suceder. Así podríamos reconstruir las circunstancias para poderlas reproducir en otra parte, en condiciones controladas. Es decir, que sería una pena cargárselo. Y hasta inmoral. Porque, en el fondo, Jenny tiene razón. La vida es sagrada. Y quien crea vida se convierte en una especie de dios, lo que conlleva ciertas obligaciones vis à vis de lo creado.
Curtis dio un paso atrás, moviendo la cabeza con aire confuso.
– Espere un momento. Sólo un momento. Eso que acaba de decir. Ha dicho que sería una pena cargárselo. ¿Se refiere a que podría poner término a todo esto? ¿Qué puede destruir el ordenador?
Beech se encogió de hombros, con indiferencia.
– Cuando construimos el Yu-5 consideramos, naturalmente, la posibilidad de que pudiera acabar compitiendo con sus creadores. Al fin y al cabo, una máquina no reconoce los valores sociales normales. Por eso incluimos un tutorial en la arquitectura básica de Abraham. Un modelo electrónico llamado GABRIEL. Para hacer frente a una hipotética desconexión.
– ¿Una hipotética desconexión?
Curtis agarró a Beech de la corbata y lo lanzó violentamente contra la pared.
– ¡Gilipollas de mierda! -gruñó-. Después que nos estamos rompiendo los cojones para tratar de salvar a tres personas encerradas en un ascensor controlado por un ordenador asesino, ¿me viene ahora conque podía haberlo desconectado desde el principio?
Su rostro se crispó aún más, y parecía a punto de golpear a Beech cuando Coleman le contuvo.
– Tranquilo, Frank -le instó Coleman-. Todavía le necesitamos para desconectarlo.
Beech dio un tirón de la corbata, liberándola de la presa de Curtis.
– ¡De todos modos, ya estaban muertos! -gritó-. Usted mismo lo ha dicho. Además, nadie que esté en sus cabales tira a la basura un soporte informático de cuarenta millones de dólares sin comprobar su arquitectura de subsunción. Una cosa es un accidente. Y otra que Abraham sea culpable de estar vivo.