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– ¿Hay algún modo de detener el programa de limpieza?

– ¿Sin pasar por Abraham, quiere decir? -Ellery puso la mano en el panel que recubría la pared del pasillo, junto a la puerta-.

Tengo la impresión de que aquí detrás hay algo que podría servirnos, pero primero tengo que comprobarlo en el portátil.

– Hágalo -le instó Curtis.

Ellery volvió corriendo a la sala de juntas. Se detuvo a medio camino, dio media vuelta y gritó:

– Si empieza el programa, dígale a Coleman que se tape bien los ojos.

– Vale.

Mitch inspeccionaba el modo en que el panel de revestimiento estaba fijado al muro.

– Tornillos de expansión. Voy a preguntar a Helen si ha encontrado un destornillador.

Curtis aporreó la puerta de los lavabos.

– ¿Nat? Estamos probando una cosa para sacarte de ahí, pero llevará unos minutos. Cuando se ponga en marcha el programa, procura taparte los ojos. El líquido contiene amoniaco. Puede que esté caliente.

– ¡Cojonudo, Frank! -dijo la voz detrás de la puerta-. Buscaré un cepillo, a ver si me puedo sacar la mugre de las uñas, ¿vale?

Curtis volvió corriendo a la sala de juntas. Allí encontró a Willis Ellery y a Mitch, que estaban estudiando un dibujo tridimensional.

– ¿Qué han encontrado? -preguntó impaciente, tratando de entender el luminoso dibujo verde.

Sin apresurarse, Mitch movió la bola del ratón para inclinar el dibujo de Intergraph a un lado y luego a otro.

– Cada lavabo funciona de forma independiente -explicó Ellery-. Detrás de ese panel están los empalmes de tuberías, conductos y cables conectados a las demás instalaciones del edificio. El agua entra en los aseos por la columna ascendente y luego el ordenador se encarga de calentarla, mezclarla con amoniaco para la limpieza, todo eso. Si logramos cortar la toma principal, podríamos detener el programa de limpieza.

– Perfecto. ¿Cómo lo hacemos?

– Un momento -repuso Ellery-. Déjeme ver.

Curtis echó una mirada alrededor. Bob Beech estaba encorvado frente al terminal. Arnon y Birnbaum habían extendido sobre la mesa un plano del edificio y discutían algo al tiempo que prestaban oídos al último incidente. Jenny estaba inclinada sobre el hombro de Mitch, mirando la pantalla del portátil. Al otro extremo de la mesa, Helen Hussey había colocado una selección de herramientas y otros objetos útiles, como si estuviese preparando una operación quirúrgica. Había un botiquín de primeros auxilios, una cuchilla de moqueta, un serrucho pequeño, un bisel, una rasqueta, una escofina, una talocha, unos alicates, una garlopa, unas tijeras, varios cuchillos y tenedores, un surtido de bulones, un par de destornilladores, un abrebotellas y una llave inglesa grande.

Curtis escogió un destornillador.

– ¿Dónde coño encontró todo esto? -preguntó, impresionado por la eficiencia de Helen.

– Se sorprendería de ver todo lo que los obreros dejan en los edificios cuando terminan el trabajo -contestó ella-. Había un saco de herramientas en los servicios de señoras, figúrese.

– Sí, pero será mejor que no vuelva a utilizar los aseos -le recomendó Curtis, alzando la voz-. Y ustedes tampoco. Abraham acaba de matar a Levine en los servicios de caballeros. Y ahora Nat se ha quedado allí encerrado.

– ¡Santo Dios!

– ¿Tienes ahí una llave inglesa, Helen? -preguntó Ellery.

A Helen nunca le había caído simpático Tony Levine. Siempre dando vueltas a su alrededor. Era peor que Warren Aikman. Pero lamentaba que hubiese muerto. Con un sobresalto, se dio cuenta de que ya no estaba segura de cuántas personas habían muerto en la Parrilla desde aquella tarde.

– No sé -dijo vagamente, mostrando algo que podía responder a la descripción.

– Mejor que mejor -comentó Ellery, entusiasmado-. Es de las que se ajustan a la presión del mango.

Cuando el agua empezó a entrar a raudales, Coleman casi sintió alivio, porque ni estaba caliente ni parecía contener amoniaco. Pero el nivel aumentaba a cada momento. Cuando Curtis volvió al otro lado de la puerta, ya había más de diez centímetros. Coleman habría probado a contener la inundación, sólo que el agua entraba por todos los sitios imaginables: por los aspersores de alta presión del techo, por los grifos del lavabo, hasta por las cisternas de los retretes. Poco a poco, en la mente del policía empezó a abrirse paso la idea de que Abraham pretendía ahogarlo.

– ¡Aquí hay un escape de cojones, Frank! -gritó-. Esto se está llenando de agua. Nada de amoniaco. A lo mejor Abraham ha cambiado de planes después de que le destrocé el altavoz.

Eso le dio una idea. Volvió a desenfundar la pistola.

– ¡Oye, Frank! Apártate, voy a ver si hago unos cuantos agujeros en la puerta. Me parece que pronto me harán falta más desagües. ¿Frank?

– ¡No, es inútil, Nat! -gritó a su vez Curtis-. Acaban de decirme que la puerta es de acero. Necesitarías un bazuka del cincuenta para atravesarla. Trata de mantener la calma. Estamos buscando el modo de desconectar el módulo de los servicios de la toma principal de agua.

– De acuerdo, Frank. Lo que tú digas. Pero no tardéis mucho. Nunca me han gustado las películas de submarinos.

Coleman enfundó la pistola y, con el agua casi a las rodillas, volvió a sentarse en el retrete.

Inclinándose hacia delante, cogió agua con las manos y bebió.

– Por lo menos no me moriré de sed.

Curtis quitó el último tornillo, dejando que el panel se desprendiera de la pared y cayera al suelo. En el hueco había un gran tubo rojo en forma de codo, otra tubería más pequeña de conexión con los aseos, unas válvulas circulares de cerámica y, dentro de un cajetín con material aislante, los cables eléctricos que regulaban el funcionamiento de los servicios.

Willis Ellery indicó una junta de la tubería de derivación.

– Creo que para cortar el agua lo único que tenemos que hacer es apretar ahí.

– Espere un momento -objetó Curtis-. ¿No será peligroso tocar esa tubería? ¿Qué me dice de todos esos cables eléctricos? ¿Suponga que Abraham ha conectado la tubería a la corriente?

– Tiene razón, Will -intervino Mitch, que ya estaba tecleando en el portátil el código estampado en el cajetín-, cacoas 21. El diagrama de la instalación quizá nos diga cómo abrir la puerta.

En la pantalla, el menú pidió la versión deseada del esquema de conexión, Rápida o Técnica. Mitch seleccionó Rápida y observó el programa Intergraph, que trazaba una línea por cada cable en vez de una línea por cada hilo.

Willis Ellery irguió la cabeza por encima del hombro de su colega y estudió el diagrama durante unos momentos.

– Ninguna tubería está conectada a la instalación eléctrica -aseguró al fin. Luego, golpeando la llave inglesa sobre la palma de la mano, añadió-: Bueno, vamos allá.

Se preparó para cortar el agua y, ajustando las dentadas mandíbulas de la llave a la junta que abrazaba la cañería de derivación, empezó a apretar la tuerca.

– De momento parece que no hay peligro.

Mitch seguía estudiando el esquema de conexión. Curtis miraba por encima de su hombro.

– ¿Qué es eso?

– Cajetín de Conexiones Aseos número 21 -contestó Mitch-. Cables para cada tipo de instalación del edificio. Éste es de la luz. Para disminuir o aumentar la iluminación. Ése, del aire acondicionado. Ese otro, de TI: telecomunicaciones básicas y datos a baja velocidad. Parece que el cable del aire acondicionado es el que acciona la puerta. ¿Lo ve? El cajetín del techo, encima de la puerta, y esas dos barras verticales a los lados. Si lo desacoplamos, la puerta debería abrirse.