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TAL COMO ESTÁ FORMULADA, LA PREGUNTA ES MÁS

RETÓRICA QUE LÓGICA. LA HA FORMULADO ÚNICAMENTE

PARA CAUSAR MÁS EFECTO

Beech iluminó para causar más efecto y pidió otra explicación al ordenador.

& EXPLICACIÓN DE HECHO

PARA CAUSAR MÁS EFECTO PUEDE SER CUALQUIER COSA

ÜEJEMPLOS

Beech seleccionó ejemplos

& EXPLICACIÓN DE HECHO: EJEMPLOS

EN ESTE CONTEXTO LOS EJEMPLOS DE«MÁS EFECTO»

PODRÍAN SUSCITAR UNA RESPUESTA. NO HAY QUE

ACERCARSE MUCHO AL ADVERSARIO CUANDO SE LE VA

A MATAR. ¿DESEA ABRIR UN MACRO DE DIÁLOGO?

¿DE-SEA RESPUESTA?

– ¿Qué adversario? -preguntó Beech-. ¡Pues claro que quiero respuesta, coño!

& EXPLICACIÓN DE HECHO

¿CUÁL ES SU PREGUNTA?

– ¡Joder! -masculló Beech-. Nos está tomando el pelo. ¿Qué os parece? ¿Redacto de nuevo la pregunta o la repito?

– Escribe esto -dijo Mitch-: ¿Hay algún modo de escapar de este edificio?

Beech lanzó una mirada al techo. Sus ojos se detuvieron en el pequeño altavoz empotrado en el cielo raso.

– No, un momento -dijo-. Un macro de diálogo. ¿Por qué no se me ha ocurrido antes? Ismael puede hablar con nosotros a través de esos altavoces del techo. Son para emergencias. Pero ¿por qué no?

Pulsó el ratón. El fractal desapareció momentáneamente al activarse otro menú que presentó los altavoces y el micrófono a un lado de la pantalla. Al cabo de unos instantes, los altavoces emitieron un zumbido y luego un tenue silbido.

– Ya está -anunció Beech-. Ahora veremos.

Volvió a hacer clic y el fractal apareció de nuevo en pantalla.

Recostándose en el respaldo de la silla, Beech alzó la voz:

– ¿Ismael? ¿Me oyes?

En la pantalla, el cuaternio en forma de cráneo se volvió hacia él. Luego asintió, como confirmando la comunicación, y alzó su miembro fractal a guisa de saludo.

– ¡Dios mío! -masculló Beech-. ¡Entiende!

El cuaternio volvió a asentir pero no dijo nada.

– Vamos, Ismael -le instó Beech-. El macro de diálogo es idea tuya. Los dos sabemos que puedes hablar conmigo, si quieres. ¿Qué pasa? ¿Es que eres tímido? Cuando estábamos en la sala de informática, Abraham y yo hablábamos todo el tiempo. Sé que no es lo mismo con este terminal, pero dejemos las normas a un lado.

Alzó la vista hacia el altavoz del techo y emitió un suspiro de irritación.

– Mira, entre los humanos es costumbre que los condenados sepan de qué se les acusa antes de que se ejecute la sentencia. Luego se les permite hablar en su propia defensa. ¿Serías capaz en conciencia de destruirnos sin hacer lo mismo?

Lleno de frustración, Beech dio un puñetazo en la mesa.

– ¿Me estás escuchando, maldita sea? ¿Hay algún medio de salir de aquí?

– Sí, por supuesto que hay un medio -gruñó Ismael.

Curtis volvió a la sala de juntas y observó con irritación al grupito congregado en torno al ordenador.

– Necesitamos ayuda ahí fuera -anunció-. Hay dos personas a quienes les ha costado mucho trepar por el árbol. Creo que lo menos que podemos hacer es darles un poco de ánimo.

– Id vosotros -dijo Beech a los demás-. Yo me quedo hablando con Ismael.

Mitch, Marty y Jenny salieron en tropel, dejando a Beech solo con el ordenador.

– Ahora sí podremos llegar a alguna parte -dijo el informático. Soltó una carcajada pero se interrumpió enseguida-. Lo siento, Ismael. Pero debes tratar de entender mi punto de vista. Dejando aparte que hayas matado a toda esa gente, me siento muy orgulloso de ti. Ahora que estamos solos, espero que lleguemos a conocernos mejor.

»Creo que alguien debería saber tu versión de los hechos. ¿Y quién mejor que yo? Es decir, ¿no consideras que ya he sufrido bastante para que quieras aumentar mis desgracias? Quizá te parezca imposible, pero tengo aprecio a la vida y no voy a rendirme sin luchar. Después de todo, tú eres mi Adán. Deberías tratarme con respeto y benevolencia. Estás en deuda conmigo.

«¿Recuerdas cuando votamos todos para ejecutar el programa depredador? ¿El que destruyó a tu hermano? Pues, por si lo has olvidado, fui yo, Bob Beech, quien votó en contra. Hideki y Aidan estaban a favor. Y supongo que ahora se arrepentirían. Pero yo voté por ti. -Beech sonrió con suficiencia-. Supongo que por eso estoy vivo y ellos no. ¿Tengo razón?

Ismael no contestó. Pero el cuaternio osciló, como asintiendo con la cabeza.

– Es una ocasión única, ¿no te parece? -prosiguió Beech-. Tú y yo así, frente a frente. A decir verdad, pensaba que tendrías algunas preguntas que hacerme. Ya sabes que no soy como los otros. Estoy enteramente dispuesto a cortar todos los lazos que me unen a mi propia especie. Para ser franco, son perfectamente disolubles. Como tu Creador, estoy dispuesto a cumplir mis deberes para contigo, si tú cumples los tuyos con respecto a mí.

Joan se soltó de la liana con la que subía y, cautelosamente, se sentó a horcajadas en la rama. Le dolían los hombros por el esfuerzo de la ascensión, y tenía la impresión de que le habían frotado con un cepillo metálico los brazos y los muslos, por no mencionar la entrepierna. Lo peor era que se le empezaba a ir la cabeza, probablemente a causa de la deshidratación. Al mirar al suelo del atrio, muy abajo, apenas podía creer que hubiese llegado tan lejos.

– Sería una pena caerse ahora -observó con una voz en la que se notaba el agotamiento.

Dirigía el comentario a su marido, que iba justo detrás de ella, pero al mismo tiempo comprendió que también era para las tres personas que los esperaban frente a la rama donde ella se había sentado. Sacudió la cabeza, se limpió rápidamente las gafas en la blusa empapada de sudor e intentó fijarse en la plataforma que habían montado por debajo de la balaustrada. Parecía una especie de puente levadizo, sólo que no había nada para levantarlo.

– No se va a caer, Joan. Ha llegado demasiado lejos para caerse. Ya sólo le quedan unos metros. Eso es todo lo que le separa de un buen vaso de agua fresca. Sólo son unos pasos hasta aquí.

Era el poli el que hablaba. Parecía que trataba de convencer a un posible suicida de que se retirase del alféizar de la ventana.

– Nada de agua -repuso ella-. Quiero una cerveza fría.

– Escúcheme bien. Hemos montado una especie de puente para cubrir la distancia entre el árbol y nosotros.

Ray Richardson se unió a su mujer. La rama estaba más lejos de la galería de lo que le había parecido abajo, y apreció su intento de resolver el problema, por artesanal que pareciese la solución.

– Ah, es eso -dijo jadeante-. ¿Crees que ese cristal es lo bastante sólido, David? ¿De cuánto es…, veinticinco milímetros?

Richardson recordó el viaje que había hecho a Praga para comprar el cristal. Había querido aquél porque su transparencia le recordaba los shoji, tabiques de papel translúcidos de la arquitectura tradicional japonesa. Nunca habría imaginado que su vida dependería de la solidez de aquel cristal.

– Aguantará perfectamente -repuso Arnon-. En realidad, me apostaría tu vida a que sí, Ray.

Richardson esbozó una tenue sonrisa.

– Me temo que me he dejado abajo el sentido del humor. Me disculparás si no vuelvo a recogerlo, David. Además, no sólo está en juego mi pellejo, sino el de Joan también.