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Por un momento, Beech se quedó tan perplejo que sólo pudo abrir y cerrar la boca. Luego exclamó:

– ¡Que me maten si lo entiendo!

– Puede que sí.

– Y ahora que he ganado, ¿cumplirás tu palabra?

– Siempre he tenido esa intención.

– ¿Qué hago, entonces? ¿Cómo me voy? ¿Hay algún modo de salir de aquí? Aparte de la claraboya, claro.

– He dicho que sí lo había, ¿no?

– ¿Cuál es, entonces?

– Creía que estaba claro.

– ¿Me estás diciendo que puedo largarme tranquilamente? ¿Por la puerta principal? ¡Venga, hombre!

– ¿Qué otro medio sugiere usted?

– Espera un momento. ¿Cómo bajo hasta la puerta principal?

– Como siempre. En el ascensor.

– Así de sencillo, ¿eh? Bajo en el ascensor. ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? -Beech sonrió y meneó la cabeza-. No se tratará de una burda maniobra, ¿verdad? Dejarme ganar para crearme una falsa sensación de seguridad.

– Esperaba esa reacción -repuso Ismael-. Los humanos temen las máquinas que crean. ¡Cómo debe temerme a mí, que tengo la capacidad de convertirme en la máquina trascendente!

Beech se preguntó qué podría significar aquello, pero dejó la cuestión sin formular. Estaba claro que la máquina sufría una especie de delirio de grandeza, una megalomanía causada por la mezcla de los juegos en CD-ROM y la función de observador de que en un principio se había dotado a Abraham.

– Sin embargo, me decepciona un poco -prosiguió Ismael-Al fin y al cabo, oí cómo decía a Curtis que tenía confianza en mí.

– Y la tengo. Eso creo, al menos.

– Entonces, haga como si así fuese. Tenga un poco de fe.

Beech alzó los hombros y se puso en pie de mala gana.

– Bueno, Ismael, ¿qué quieres que te diga? Ha estado bien. He disfrutado con la partida, aunque para ti no haya sido una verdadera competición. Pero me gustaría haberte dejado con una opinión más alta de mí.

– ¿Se marcha ya?

Beech juntó las manos y se las restregó nerviosamente.

– Me parece que voy a correr el riesgo.

– En ese caso, tengo que hacer algo. Cuando sale gente del edificio.

– ¿Qué?

Ismael no contestó. En cambio, la fantasmagórica imagen fractal fue disolviéndose poco a poco para dar paso a un icono, un pequeño paraguas que parpadeaba en la esquina superior derecha de la pantalla.

En el tejado, tres de los supervivientes de la ascensión se sentaban al aire seco de la noche californiana, esperando que el cuarto rompiera el silencio. Durante un tiempo, Richardson se dedicó a quitarse los escarabajos que aún tenía pegados a la ropa. Uno a uno, fue aplastándolos entre el índice y el pulgar con la mayor crueldad, como si considerase a cada infortunado insecto directamente responsable de la muerte de su mujer. Sólo cuando acabó con el último de los diminutos culpables, y después de limpiarse los restos en la camisa y el pantalón, se quedó satisfecho y exhaló un hondo y tembloroso suspiro.

– Acabo de entender una cosa, ¿sabéis? -dijo con voz queda-. Cuando descubrí cómo llamaba la gente a este edificio, no me gustó demasiado. Pero sólo ahora he comprendido por qué. Hubo otra Parrilla. La que se utilizó para dar tormento a San Lorenzo de Roma. ¿Sabéis lo que dijo a sus torturadores? Les pidió que le dieran la vuelta, porque de un lado ya estaba bien hecho. -Asintió amargamente-. Se nos debe de estar acabando el tiempo. Será mejor que sigamos adelante.

– Usted no -dijo Curtis, sacudiendo la cabeza-. Voy yo.

– ¿Ha hecho rappel alguna vez?

– No, pero…

– Reconozco que cuando se ve hacer rappel a Sylvester Stallone por el flanco de una montaña, parece engañosamente fácil -repuso Richardson-. Pero en realidad es la maniobra más difícil que puede ejecutar un escalador. Ha muerto más gente haciendo rappel que practicando cualquier otra técnica alpinista.

Con un encogimiento de hombros, Curtis se levantó y se acercó al borde del tejado para examinar el andamio móvil. Montado en un monorraíl que corría por el perímetro del tejado, el brazo hidráulico de la máquina Mannesmann parecía un obús gigantesco o un misil teledirigido. La plataforma no medía más de un metro veinte de largo por cincuenta centímetros de ancho. La mayoría del espacio disponible estaba destinado a la maquinaria.

– No hay mucho sitio para una persona -observó Curtis.

– No está hecho para eso -le explicó Helen, que se volvió a poner la blusa; tras el bochorno del edificio, hacía frío en el tejado-. Es un cabezal de lavado automático. A mí no me gustaría subirme ahí, aunque hay gente que lo hace alguna vez. Cuando no hay más remedio.

– ¿Cómo funciona?

– Con el motor y manualmente. Un elevador integrado permite dirigir el descenso. Pero suele controlarlo el ordenador. -Helen suspiró tristemente y se frotó los fatigados ojos verdes-. Con todo lo que eso supone.

– Olvídese, Curtis -volvió a intervenir Richardson-. Ya se lo he dicho. Si Ismael desconecta los mandos de frenado, va a darse usted un batacazo de aúpa, y al final tendrán que recogerlo con cucharilla.

Richardson cogió la llave inglesa del suelo de hormigón y se acercó a una pequeña puerta de servicio.

EQUIPO DE ACCESO Y DE SEGURIDAD DEBE UTILIZARSE

DE CONFORMIDAD CON LA NORMA ANSI 1910.66

Richardson descerrajó el candado y abrió la puerta. Dentro había cascos, varios arneses de nailon, una bolsa de mosquetones y diversos cabos de cuerda.

– Créame, Curtis -dijo-. Sólo hay un medio de salir de aquí.

Vista de jugador humano en suelo. Continúa de rodillas, olvidado del éxito obtenido mediante tentativa con rayo láser. En su colisión con mostrador jugador humano desplazó ligeramente láser que rodó por esa superficie. Antes de ser reflejado por cristal, láser de holograma fue dirigido contra placa metálica sobre puerta principal. Rayo atravesó placa destruyendo mecanismo de control electrónico de entrada. Puerta ya efectivamente abierta.

' Necesita una llave roja para abrir esa puerta.

¿Cuánto tiempo tardará jugador humano en enterarse de que está desbloqueada y de que es libre de marcharse? Pero para salir del edificio jugador humano deberá cruzar el atrio. Queda una sorpresa. Como no es práctico proteger atrio contra incendio con sistema de aspersión -techo claraboya demasiado alto- cuatro cañones robot de agua montados en puntos estratégicamente elevados en galería de niveles primero y segundo. Sensores infrarrojos para detectar focos de calor en caso improbable de que fallen cámaras circuito cerrado.

Cualquier cosa puede ocurrir en niveles bajos. Cuidado con demonios acuáticos.

Observador inseguro del daño pueda causar cañón de agua en jugador humano. Cada unidad capaz de lanzar 4.000 litros de agua por minuto: 66,6 litros por segundo que golpean cualquier punto del atrio a una velocidad superior a 170 kilómetros por hora. Impresionantes recursos y resistencia de jugador humano. Pero eliminación conclusión probable.

Bob Beech se encontró frente a los ascensores, sin decidirse a confiar o no en Ismael. Tenía la impresión de haber comprendido a la máquina, y de que Ismael le consideraba un caso especial. Pero, al mismo tiempo, lo que les había ocurrido a Sam Gleig, al chófer de Richardson y a los dos pintores parecía un obstáculo levantado frente a la cabina, una barrera tan eficaz como un torniquete de seguridad.