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– ¡Ja! He hecho yo más ejercicio viniendo a la puerta ahora mismo del que ha hecho ningún pulidor de hélices de este distrito en los últimos dos años.

– Muy bien pues, antes de que te acribille a puñetazos hasta acabar contigo, ¿qué hay del otro negocio que tenemos pendiente, el más importante de todos?

– No hay problema. -Pilo se abrió perezosamente su abrigo del ejército para rascarse un sobaco a través del jersey-. El hombre estará aquí después de que cierre Lubov. Ya sabe que son para ti.

– ¿Me estás diciendo que no los tienes aquí?

– ¿Por qué ganso de colores me tomas? ¿Crees que quiero volver a ver tu cara por aquí? ¿Quejándote de que las cosas se han estropeado por culpa de la humedad de mi casa? Llegarán limpios a tus manos y a mí no se me culpará de nada.

Las palabras de Pilo precipitaron el momento, crítico en todas las transacciones locales, en que los dos hombres quedaron cara a cara e intercambiaron sendas miradas a los ojos que eran promesas de muerte. La mirada era un depósito en metálico, ya que ninguna venganza brutal podía justificarse hasta que un hombre pudiera decir que su enemigo lo había engañado mirándolo a los ojos.

Pilo le lanzó una mirada frontal a Maks. La mirada desafiante que le devolvió Maks se desplazó minuciosamente por las patillas de Pilo, recogiendo razones para una muerte horrible y bien justificada.

– Me estás dejando en la estacada, Pilosanov. Te estás quedando con mi tractor antes de tiempo y dejándome delante de esta estúpida puerta verde con las manos completamente vacías.

La cara de Pilo se arrugó en una mueca de orgullo herido.

– Estoy aquí contigo, ¿qué me estás diciendo?

– Porque ahora mismo vas a llevar a mi hermana a Kuzhnisk con el tractor. -Levantó un dedo muy recto y destripó simbólicamente al hombre de la entrepierna al pecho-. Y recuerda, Viktor Illich Pilosanov: mis ojos viajan contigo. Vete ahora mismo antes de que te mate, pero déjame entrar en esa casa de la puerta verde afeminada donde vives mientras yo espero a que me traigan el resto de mercancías tal como dices que va a pasar.

Maks agarró bruscamente a su hermana del brazo y la empujó a un costado del tractor. Le acercó mucho la boca a la oreja.

– Vigílalo. No dejes que te lleve más que por la carretera principal de Kuzhnisk. Lo digo en serio. Y procura que vaya por Uvila, porque necesitaréis más fuel. Él lo puede pagar.

– Eres carroña después de lo que les estás haciendo a nuestras madres. Les voy a devolver el tractor y a contarles lo que has hecho.

– Entonces tú vas a ser carroña, dulce gota de rocío caída del cielo.

– ¡Ja! -dijo Ludmila.

– ¡Ja! -replicó Maks. Se quedó un momento largo mirándola con el ceño fruncido. Luego le mandó un Empujón con la barbilla-. ¡Y hay que ver las pepitas amargas que tengo que aguantar de ti, después de haberme tomado la molestia de buscarte un regalo de despedida!

– ¡Ja! ¡Supongo que te refieres al regalo de no ver más tu culo!

Maks chasqueó la lengua. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó el guante que le faltaba a Ludmila, todavía pegajoso de la garganta de Aleksandr.

– Estarás más caliente con esto -dijo, lanzando una mirada desde debajo del ceño. Le asestó un último empujón con la barbilla, se dio la vuelta y se alejó escupiendo.

Pilo se encogió de hombros y se montó en el tractor.

– ¿Cómo se arranca?

A Ludmila se le llenaron los ojos de lágrimas. Se mordió el labio, se apretujó como pudo detrás del asiento y estiró el brazo junto a Pilosanov para pulsar el arranque. La máquina se despertó con un estornudo. Maks desapareció tras la puerta verde y la cerró con un portazo.

El haz de luz del faro derramó té con leche sobre el camino que salía de Ublilsk. Ludmila se arrebujó en sus abrigos y se hizo una bola detrás del asiento del conductor. Con un bulto que era como una albóndiga de gelatina alojado en la garganta.

– ¡Ja! ¡Oh, qué gloria, jo, jo, jo! -dijo Pilosanov con voz atronadora mientras el villorrio desaparecía a sus espaldas-. ¡No hay un ganso más grande en el mundo entero! Lo he dejado ahí plantado con las manos vacías. ¡Tengo su tractor y él se ha quedado con nada de nada! -A Pilo le temblaban los hombros de la risa. Se volvió para dedicarle a Ludmila una sonrisita de complicidad-. Ya estás a salvo, gatita. Ya no vas a tener que repartir tus encantos entre tu familia.

– No confundas mi familia con la tuya.

– ¡Ja! Pero hay que admitir lo que está más claro que el agua: que ninguna casa donde haya hombre o perro puede permanecer seca de los jugos de una perita como tú, ni por una sola noche.

– ¿Y acaso ves que haya nacido en mi familia una sola cara de mongol, o aunque sea un solo ojo bizco? ¡No! Pues cierra ese agujero inmundo.

– ¡Bueno, tu hermano hay que decir que no es muy espabilado! -Pilo se rió un poco más, soltando gemiditos de reflexión y de disfrute de aquel momento. Luego se metió la mano en el regazo y se sacó por entre la ropa la punta de su pene medio inflado-. Estoy orgulloso de darte por fin la oportunidad de probar a un hombre de verdad, que es lo que se merece una chica tan húmeda. Ven. Ven con el encantador Viktor.

8

Cinco gatos merodeaban por la porquería que se extendía entre las esquinas de Scombarton y Milliner Road. Tres de ellos eran negros. Y a todos les ponía nerviosos el sótano del 16A.

La visita inminente hacía que las energías ansiosas bulleran por el piso. Conejo intentaba no hacer caso de ellas y rondaba como una viuda entre el fregadero y la mesa de la cocina. Llevaba sus tres albornoces de siempre combinados con zapatos y calcetines de vestir y unas gafas de sol Balorama de gran tamaño. Parecía una viuda beduina albina. La luz de la sala era de un color sepia insulso. Su voz tenía un tono plomizo a juego.

– A ver si se me entiende. Lo que va a pasar seguramente es que para mañana a la hora del desayuno estemos de vuelta en Albion House. Así que será mejor que te prepares, chaval. No quiero ni pensar en qué les habrá dicho Nicki. Cuanto más pienso en ello, más seguro estoy de que no nos van a mandar a uno en sábado por la noche solamente para invitarnos a una pinta, seguro que es un evaluador. -Conejo levantó la vista hacia la bombilla que colgaba como una estrella oscura sobre la sala de estar y sonrió para sí mismo con expresión plácida.

– Tú limítate a lavar los putos platos -dijo la voz amortiguada de Blair. Sus piernas sobresalían del armario que había debajo de la mesa de la cocina, con los pantalones del traje negro tensándose sobre sus nalgas.

Conejo retrajo la mirada y se dio media vuelta.

– ¿Te encuentro un pañuelo y unos rulos? Me gustaría tener una puta cámara: ¿te imaginas lo que dirían los colegas de Albion si te vieran limpiar un armario? ¿Te imaginas lo que diría Gladdy?

– Gladstone es ciego y autista -gruñó Blair.

– Pues conmigo charla normalmente. Se va a partir de risa cuando se lo cuente.

Gruñido.

Los hombres pasaron unos momentos más en medio del suave claqueteo y golpeteo que normalmente le infunde calidez a las cocinas en fin de semana. Luego Conejo hizo una pausa y dejó su trapo. Se mordió el labio.

– Creo que veo acercarse una ginebra. -El silencio fue puntuando sus palabras-. ¿No notas que acecha un líquido reconstituyente con toques de enebro?

La cara de Blair se elevó desde el armario.

– ¿Quieres vestirte de una puta vez? El tipo va a llegar en cualquier momento.

– No seas memo, no voy a limpiar trajeado.

– Bueno, mirar las tazas del té no es limpiar.

– A ver si se me entiende, coño, espero con ansia el día en que pueda entenderte. Por un lado dices que no va a ser ningún evaluador, que solamente viene a sacarnos por ahí con la correa, y por el otro lado te pones a fregotear como una puñetera asistenta. -Conejo pescó otra taza de té del fregadero-. O sea, creo que cualquier evaluación que hagan se basará en criterios un poco más clínicos que el estado de los armarios. ¿De verdad crees que van a mandar a alguien para revisar los armarios? ¿Que tienen una especie de escuadrón de la limpieza?