Blair se puso de pie -ardiendo, implorando- y se alejó arrastrando los pies sin decir palabra.
El galgo esbozó una sonrisa torcida mientras él se acercaba a la barra.
– No estás molestando a esa gente, ¿verdad? -Le dirigió una sonrisa a la mesa-. Es que no sale mucho.
– Ha salido demasiado, colega -dijo el hombre mayor, todavía plantado pesadamente entre los dos trágicos amantes-. Demasiado, hostia.
– Bueno, pero esperen un minuto… -dijo Blair.
– Mira, colega -dijo el galgo-. Déjalo estar, antes de que te rompan la cara.
El padre de la rubia se sentó despacio y gritó a través de la sala:
– Mejor que vigiléis a éste. Es muy raro. Muy raro.
A Blair le caían hilillos de sudor por la espalda. El galgo se inclinó hacia él y se puso una mano ahuecada junto a la boca.
– Será mejor que mejores tu técnica -dijo.
– Bueno, pero es que no lo entiende…
– No, colega, no. Primero de todo, limítate a las que están en el mercado. ¿Ves a la chati a la que le estabas dando palique? No ha venido para eso, de ahí que esté en el lounge. El tío es su viejo. Es un rollo muy chungo, intentar ligarte a una chati delante de su padre. Así que regla número uno: nunca intentes ligar en una mesa familiar.
– Bueno, pero escuche…
– Sí, colega, ya lo sé, ya lo sé. Regla número dos: el lounge no es para eso. Aquí es donde se descansa de esa clase de jaleos, es donde traes a tus padres para decirles que te han echado del McDonald's. Además, ¿qué vas a hacer? ¿Tirártela en el asiento de atrás de la Transit de su viejo?
– Bueno, pero…
– Nadie te dará consejos mejores que yo. -El hombre echó un vistazo a un lado y a otro de la barra-. Mira, colega, aunque ella estuviera por la labor, la ibas a cagar iguaclass="underline" tienes que tratarlas como a anguilas, un poco de esto, un poco de aquello, luego te retiras y dejas que muerdan el cebo. No puedes ir tan directo. Lo que le tienes que mostrar a una churri es que tienes cuatro tías más buenas que ella esperando en casa con las bragas en los puñeteros tobillos.
– Se ha parado para hablar conmigo.
– Mira, colega -el galgo se inclinó hacia la sombra de Blair-, eso no es razón para ir a por ella. Nunca jamás intentes ligar en el lounge. Es territorio prohibido. En la sala de al lado hay kilómetros de pista pidiendo a gritos que aterrices.
– No, lo siento, o sea, eso es lo que hace a ésta especial…
– Y en la barra sirven más de eso que hace especiales a las chatis. Porque -el galgo le dedicó un guiño teatral- lo que hace especial a una chati es presentarle sus respetos a tu polla, ya me entiendes. Una buena mamada y tal.
– Claro, claro -dijo Blair.
– Qué problema tienes, ¿eh? ¿Qué puñetero problema tienes?
Blair se quedó mordiéndose pensativo el interior de la mejilla. A medida que el calor de la cara se le derramaba al cuello de la camisa, le vino a la cabeza una imagen de Conejo. De Conejo sonriendo con sus dientes salidos.
El incidente tenía todo el sello de Conejo.
Lamb regresó para encontrar a Blair rechinando los dientes y con los ojos soltando chispas.
– Seguridad -dijo con un suspiro, entrando desde el pasillo-. La entrada es un caos.
Conejo entró detrás de él con aire despreocupado. Echó un rápido vistazo a su hermano de la cabeza a los pies y se detuvo para sonreír con sus dientes de conejo.
– ¿Todavía estás aquí? Creí que a estas alturas ya la tendrías en la posición número veinte.
Blair se levantó de un salto y placó a su hermano contra la pared del pasillo, gruñendo, hablando entre dientes, los dos convertidos en sendas protuberancias que se agitaban en tres dimensiones. Conejo se agachó e hizo una finta mientras Blair arañaba el aire alrededor de su cabeza. Lamb interpuso un brazo entre ambos, intentando meterse en medio de aquel revuelo.
En el tiempo que tardaron los hombres en ponerse lívidos y sudorosos, una figura enorme vestida de etiqueta llegó hasta el pasillo. Un micrófono con auricular se le curvaba en torno a una mejilla cuadrada.
– Tranquilos, están de coña -dijo Lamb antes de que el hombre pudiera hablar. Cogió su cartera y sacó de ella una tarjeta metalizada-. Yo lo arreglaré con el señor Truman. Estamos con la fiesta de Vitaxis.
– Sí, señor Lamb. -El hombre examinó la tarjeta-. Me temo que no puedo autorizarle la entrada a la sala de Vitaxis, pero puedo encontrar a alguien que sí. Tal vez, mientras tanto, le gustaría a usted traer a sus amigos a la zona para miembros. Es que aquí tenemos que mantener una vigilancia estricta, los sábados pueden ser una locura. Probablemente sea lo mejor.
– Buena idea -dijo Lamb-. Dile a Truman que estoy por aquí, ¿quieres?
– Sí, señor Lamb. -El portero se quedó quieto un momento, mirando a Blair y a Conejo. El vacío de sus ojos les transmitió un mensaje. Ellos lo entendieron y guardaron un silencio compungido-. Por aquí, caballeros. -Dejó de sostener sus miradas y se alejó por el pasillo como una estatua sobre un carrito con ruedas.
El portero los acompañó hasta el extremo más alejado del pasillo, lejos de los bares principales. Cuando los dejó a solas, Lamb se dio la vuelta y fulminó a sus dos pupilos con la mirada.
– ¿Queréis parar ya? Me estoy jugando el cuello aquí, no me decepcionéis.
La pareja se detuvo bajo un foco solitario de color blanco servilleta y se encogió visiblemente. Los dos llevaban el traje torcido en dirección al otro, como si se atrajeran magnéticamente. Bajaron la vista. Conejo abrió y cerró los puños a los costados del cuerpo, intentando no hacer caso del apocalipsis amortiguado que repicaba a través de las paredes. Le puso una mano en la espalda a Blair y empezó a trazar un círculo con suavidad.
Pasaban cuatro minutos de la medianoche.
11
– ¡El abuelo dice que encontremos un gorro para la cabra! -Kiska salió disparada del dormitorio hacia la puerta de la cabaña.
– Ten la amabilidad de recuperar la mollera. -Irina se interpuso en un camino-. Tu abuelo se ha ido con los santos, y la cabra vive bastante bien sin gorro.
– No, me lo acaba de decir desde su cama, y a él también le gustaría llevar gorro.
Irina estiró el brazo, le dio una vuelta a la niña como si fuera la llave de un juguete a cuerda y le dio una palmada para mandarla de vuelta al dormitorio.
– Tu abuelo se ha ido, pajarito. No te lo vuelvas a imaginar o lo pondrás triste.
Kiska le respondió mirándola a los ojos.
– ¿Y llorará?
– Es posible que se ponga a llorar. Ahora vuelve a la cama de mamá.
Se hizo una pausa en el humo de boñiga mientras Kiska regresaba correteando al dormitorio. Irina, Olga y Maks estaban sentados con gesto abatido a la mesa, junto al fogón, esperando el chirrido del trasero de Kiska en el colchón. Luego continuaron, acurrucados como un grupo de jugadores de póquer en medio de una noche poco venturosa. La mirada de Olga relucía con cada palabra herrumbrosa a través de unos ojos alternativamente muy abiertos y entrecerrados. Maks intentaba concentrarse con todas sus fuerzas, pero lo único que podía ver en las cuencas oculares, viejas y negras, de ella eran las luces danzarinas del fogón. Las boñigas a medio secar soltaban un curioso humo chisporroteante. Kiska ya se había levantado tosiendo de la cama dos veces. Y ahora volvió a oírse su respiración sibilante a través de la puerta del dormitorio.
– En fin, que no meéis grasa en mi garganta -dijo por fin Maks-. Nada de lo que me habéis revelado por ahora me invita a contar el éxito extraordinario que he conseguido con el tractor.
– ¡Bueno, escucha otra cosa que te puedo contar sobre los sacrificios que te permiten estar sentado soplando gas en vez de verdades! -clamó Olga- ¡Él comió carne humana! ¡Tuvo que hacerlo, Maksimilian! ¡Hubo muchos hombres que comieron cadáveres, como si fueran lobos! Digo hombres porque las mujeres no tuvieron valor. Algunas mujeres sí lo hicieron, sin embargo, para sobrevivir. Algunos bebés crecieron alimentándose de las partes más blandas, no te diré cuáles. Tú tuviste la bendición de nacer cuando aquello ya había acabado. ¡Éstas son las verdades de tu pasado a las que tú no haces caso y por las que no muestras respeto alguno!