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– Estás acusando a mi bisabuelo de caníbal -Maks frunció el ceño-. ¿Y dónde está el cuerpo de su hijo? ¿Qué pasó con ese examinador de muertos?

– Tu bisabuelo hizo lo que tenía que hacer, como un animal, porque te voy a decir algo que no sabes: las criaturas fuertes hacen cualquier cosa para sobrevivir. Cuando a una persona le quitas la dignidad, y sometes a su estirpe a varias generaciones de hambre, de forma que cada mañana esté a una década de cada noche, de forma que el cuerpo no pueda prescindir de sal ni para soltar unas lágrimas, entonces los fuertes de espíritu tienen que buscar la supervivencia. Lo hacen debido a una llama que les arde en las entrañas, a la esperanza de que si pueden sobrevivir un minuto más, a lo mejor Dios se aburre de consentir los caprichos de los ricos y malvados y les suelta alguna migaja.

– ¿Dónde descansa Aleks?

– Y tú escúchame, Maksimilian, con los oídos bien abiertos: él lo hizo para que un día tú pudieras nacer con mayores posibilidades. Se fue a la gloria con las células enfermas de insultar a Dios para que tú pudieras holgazanear con tus estupideces.

– Sabes muy bien, abuela, que adoro y respeto cada gota de sudor de mi bisabuelo, y de los padres que lo precedieron y lo siguieron. Y por eso hoy no tengo problemas con mi posición de heredero porque he solucionado el tema de la fortuna familiar para siempre. -Se reclinó en su asiento y dio un trago de la botella, dejando un trago de vodka para cada una de sus madres. Ellas permanecieron sentadas con el ceño fruncido, incapaces de mirarlo a la cara.

– Te puedo leer como si fueras un poema malo, Maksimilian -dijo Irina-. Cuéntanos la historia y así sabremos qué tormento afrontamos.

– ¡Bah! -Maks escupió en el suelo-. Lo único que puedo contaros es esto: que anoche, mientras ibais dando tumbos y diciendo chorradas sobre las propiedades curativas del barro, y otras inutilidades absurdas, y probablemente ya estuvierais atracándoos de pan y bebida mientras yo avanzaba con esfuerzo por la nieve, yo obtuve nuestro primer pedido de tecnología de la comunicación. Y el resultado de esa acción, por mucho que os burléis en mi cara, es que dentro de una semana, o dos como máximo, os predigo que me estaréis insultando desde el balcón de un dúplex en el mar Caspio.

La cabeza de Irina se arrugó como un globo de fiesta viejo.

– Dínoslo ya -susurró.

– Y dejadme que os anuncie -Maks levantó un dedo glorioso-, en caso de que creáis que lo que acabo de decir son trolas, que éstos son los primeros instrumentos de su clase que se ven por estas repúblicas. Son mejores que los Nokia.

– Maksimilian -dijo Irina-. Sácalos de los bolsillos.

– ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Por qué clase de ganso me tomáis? ¿Creéis que los iba a traer aquí para que cogieran moho y se rompieran?

– ¿Cuánto has sacado por el tractor?

– Digo yo, ¿esperabais que trajera aparatos electrónicos delicados y sofisticados para que vosotras los rompierais como mongoles?

– Maks -gruñó Olga-. El tractor.

– He conseguido por lo menos la mitad de precio de una caja entera de los últimos teléfonos. Probablemente casi he llegado a tres por el precio de uno, tendríais que haberme visto negociar como un profesional.

– Por favor, Dios -Irina elevó la mirada al techo-, que no tenga yo que oír ningún nombre que empiece por Pilo.

– ¿Cómo? ¿Cómo? Pilosanov conoce a la gente indicada para estos asuntos. ¡Vosotras no sabéis nada de nada!

– Santos del Paraíso. -Irina posó una mirada de ojos enrojecidos sobre su hijo-. ¿Y dónde están esos teléfonos?

– Mañana casi seguro que los voy a buscar, cuando ya no llueva tanto. Ha sido una buena decisión que he tomado, una gran decisión, esperar a que no haya tanta humedad. El hombre me los quería endilgar directamente anoche, casi se peleó conmigo, pero yo le gané la batalla. «Tú te crees que mi cerebro está durmiendo, amigo -le dije-. Tráeme los instrumentos limpios y bajo el sol, antes de que aplaste algo que se parece mucho a tu cara.» Casi se estaba cagando en los pantalones, aquel hombre, que era claramente un homosexual de Labinsk, aunque fuerte. Pero en fin -Maks dio unos golpes en la mesa-, ahora nuestra inversión está a salvo.

Irina cerró los ojos.

– O sea, que no tienes los teléfonos. ¿Y dónde está el tractor?

– Maksimilian -dijo Olga-. Tráenos de vuelta el tractor.

– ¿Cómo? ¿Cómo? ¡Tendría que haberme alistado en la marina como Georgi! ¡Tendría que haber dejado que os pudrierais como ratas!

Los tres se quedaron repentinamente paralizados y volvieron su atención hacia la puerta después de que la cabra balara. Unos pasos chapotearon fuera y pisaron con fuerza el escalón de la puerta.

– ¡Aleksandr Vasiliev! -gritó una voz-. ¡Sal afuera!

– No, no me gusta ese azul. -Ludmila le dio un Empujón a la chica. La chica permaneció imperturbable, tal vez no había entendido el tono de Ludmila. Aquello irritó a Ludmila todavía más.

– Sí, pero es limpio y sensual. -La chica levantó las dos piernas delante de ella-. El azul de la electricidad. Vamos, que te enseñaré otros que tengo en mi armario.

– Luego -dijo Ludmila.

La chica, Oksana, echó la cabeza hacia atrás como un caballo al piafar y se llevó una mano al pescuezo para recogerse el pelo, largo y rubio. Permaneció sentada parpadeando pensativamente con sus pestañas embadurnadas de maquillaje y por fin extendió las manos.

– ¡Sí, pero ahora que mi tío te ha permitido quedarte en la habitación, y ha aliviado tus problemas de alojamiento durante un par de días, tienes el lujo de no hacer nada más que mirar cosas bonitas!

Ludmila estaba sentada en una silla de madera en un apartamento de una sola habitación situado delante del café-bar Kaustik. Desde allí podía vigilar la entrada y esperar a que apareciera la figura de andares pesados de Misha. Le producía cierto alivio el haber conseguido una habitación, al menos por unos días, y se sorprendió a sí misma pensando que tenía que ser más educada con la sobrina del barman. Cambió de postura en la silla, calculando cuántas horas de buena leña se podrían conseguir con ella.

– En fin -dijo-, he pagado buena guita por la habitación.

– Oh, cielos. -La chica sonrió-. Pero si quinientos rublos no es nada. Mira, si hasta tenemos una caldera para el agua. -La chica se reclinó en su asiento un momento, jugueteando con un mechón de pelo-. Ya sabes -dijo ella-, si no llevaras puesto ese vestido, mi tío nunca te hubiera ayudado.

Ludmila le dirigió una mirada sombría.

– ¿Y por qué no?

– Bueno. -Oksana sonrió con aire pícaro-, digamos que tapa un poco el pelo de la dehesa. No lo digo en el mal sentido, creo que eres guapa para ser una montañesa, hasta diría que muy guapa. Pero si hubieras venido con un pañuelo en la cabeza y calcetines por fuera de las botas, a él no le habría parecido tan buena idea.

Ludmila se imaginó que le arreaba unas cuantas bofetadas. Pero no dijo nada. Escuchó el silencio de la calle y se preguntó si tenía que sentirse feliz o infeliz por la cantidad de luz que brillaba a través de la ventana, o por el hecho de que había un retrete cuya cadena solamente se podía tirar durante las dos horas diarias de suministro de agua.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó Oksana al cabo de un momento.

– En que tendría que estar trabajando en lugar de agobiarme con todas vuestras cosas bonitas.

Oksana soltó una risa chillona y puso los ojos en blanco como si fuera una niña.