– ¡Sí, pero la fábrica de municiones solamente coge a trabajadores cualificados, y aquí, en Kuzhnisk, no hay campos que arar! ¿Qué más vas a hacer?
– No hablo de trabajar en este agujero de cucarachas que es vuestro pueblo. Quiero decir lejos de aquí, en el Oeste, con mi prometido.-Ludmila se rascó el interior de un muslo-. Además, mi trabajo está muy por encima de vuestra triste fábrica de muerte. Sería secretaria. O administrativa.
– ¡Oh, cielos! -Oksana soltó una risita-. ¿Sabes escribir? ¿A máquina?
– Claro que sé escribir.
– ¿Y a máquina?
– Escúchame, Oksana Kovalenko, hablo inglés. No soy una secretaria más. Tú te crees que salgo arrastrándome de un campo enfangado, pero no tienes en cuenta el estatus de mi familia en la región. Pregunta a cualquiera por el apellido Derev. Hablo inglés. Y piloto aviones.
– ¡Oh cielos! Pues dime algo en inglés.
– Bueno… ayam plístomityu.
– ¡Oh cielos! -Oksana soltó una risita.
– ¡Oh cielos qué!
– ¡Oh cielos! -A la chica se le congeló la sonrisa. Escrutó la cara de Ludmila-. Con esa lengua afilada no tendrías que estar buscando trabajo. Tendrías que estás intentando atrapar a un extranjero para que te mantuviera. A un hombre lo podrías hacer pedazos con esos modales rudos.
– Sí -dijo Ludmila-, y voy a pillar a uno enseguida sentada aquí y hablando de todas estas cuestiones filosóficas contigo. Dudo que pueda prescindir de estas cuestiones tan profundas que estoy explorando contigo, Oksana Kovalenko.
La sonrisa de Oksana se retiró temblando como un tentáculo recién azotado. Se enrolló un mechón de pelo más grueso alrededor del dedo y se reclinó en su silla, levantando las rodillas hasta el pecho. Ludmila se volvió para examinar una jabonera de plástico donde había una esponja y un trozo de jabón perfumado. Vio que en el apartamento había muchos perfumes: la chica misma desplazaba una nube de perfume cada vez que se movía.
– Sí, es una lástima que no quieras hacer amigos después de toda nuestra amabilidad. -Oksana tiró del mechón de pelo hasta metérselo en la boca con un suspiro.
– Nunca he dicho que no quisiera hacer amigos -dijo Ludmila-. ¿Cuándo has oído que mi boca dijera esas palabras?
– Sí, pero…
– ¡Ja! Y escúchame… tú das por sentado que yo lo tengo que hacer todo porque soy la visitante. ¡Pues no! Tú eres la que tiene el letrero de bienvenidos en tu pared, eres tú quien tendrías que encargarte de hacerte amiga mía. ¡Lo sabrías si hubieras visto algo de mundo! Si viene a tu casa una clase distinta de persona, tienes que estar dispuesta a amoldarte a su forma. ¡Así es como funciona el mundo, y así es como te enriquecen las distintas almas que te encuentras, porque te amoldas a su experiencia y sales con una nueva perspectiva del mundo!
– ¡Oh cielos!
Ludmila se hinchó de orgullo en su silla.
– ¡Por fin llegamos al tema del que yo estaba demasiado ofendida y demasiado avergonzada para hablar! Por fin sacamos ese tema que ha sido como un olor procedente de debajo de tu silla, porque, déjame que te diga algo, Oksana Kovalenko: me he pasado una hora aquí sentada llevando a cabo toda clase de invitaciones para que hagas lo que es correcto y común en honor a nuestra amistad, y lo único que tú haces es rajar y rajar con esa boca de goma que tienes sobre tus vulgares vestidos. ¡Imagínate! ¡Una visita nueva e importante y tú desperdicias la crucial primera hora, la hora de oro, graznando sobre ti misma!
– Sí, pero no era mi intención crear una situación incómoda.-Oksana se abrazó las piernas con las rodillas pegadas a la barbilla.
– ¡Y soy la mayor de los dos! ¡La mayor, y lo único que a ti se te ocurre hacer en lugar de darme la bienvenida como es debido es abrazarte las piernas y hacerme guiños a través de tus bragas rojas de payaso!
Oksana bajó las piernas de la silla, las cruzó pudorosamente y se bajó el dobladillo de la falda.
– ¿Qué puedo hacer entonces por la amistad?
– Ir a buscar vodka inmediatamente.
– Bueno, la verdad es que ya tengo vodka, pero es del tío Sergei, de cuando a veces viene con clientes. Supongo que tal vez podríamos beber un poco… ¿Tú crees que deberíamos beber un poco?
– Espera a que retroceda de puro asombro… ¿estás sugiriendo que nos lo bebamos?
– Voy a por él -Oksana se puso de pie con un suspiro.
Ludmila se reclinó en su asiento mientras la chica se deslizaba hasta un armario que tenían detrás y traía una botella etiquetada de vodka. Luego miró cómo la otra cogía dos vasitos del estante que había junto al quemador de gas de la habitación.
– Y aún deberíamos hacer más -dijo Ludmila-, si vamos a crear una verdadera amistad entre mujeres.
– ¿Qué más tenemos que hacer?
– Si vas en serio, y no me estás simplemente llevándome al huerto con tus modales inocentes de la ciudad, tendríamos que beber a pecho descubierto, para mostrar nuestro orgullo porque nuestros caminos se hayan cruzado.
– ¡Oh cielos! -Oksana dejó de servir para mirar cómo Ludmila se quitaba el vestido por la cabeza y se sentaba apuntándola con sus pechos alertas y desafiantes, con unos pezones que eran como hocicos de perro diminutos elevándose temblorosos.
– Hazlo solamente si vas en serio a por una amistad profunda y duradera. -Ludmila frunció el ceño.
– ¡Oh cielos! -Oksana soltó una risita y se abrió la blusa.
– ¡Más! -Ludmila dio un tajo en el aire con la mano-. Tienes suerte de no tener que hacerlo desnuda, que es algo que solamente se hace cuando hay que formalizar las relaciones más profundas.
Oksana se quitó la blusa tironeando para revelar un sujetador rojo que le venía holgado. Sacó pecho para colocárselo mejor.
– Y ahora -dijo Ludmila- coge un vaso, vacíalo de un solo trago y yo haré lo mismo. -Ludmila vació su vaso de un trago y se dio la vuelta para mirar cómo la chica hacía un gesto de asco al llegarle la bebida a la garganta-. Ahora -dijo Ludmila-. Pásame la botella, échate hacia atrás y cierra los ojos.
– ¿Cómo?
– Haz lo que te digo.
Mientras la chica se echaba hacia atrás en su silla con cuidado, Ludmila cogió la esponja de la jabonera, la sostuvo sobre el pecho de la chica y la estrujó con fuerza. Oksana soltó un chillido mientras medio vaso le empapaba el sujetador y le chorreaba por la barriga.
– ¡Oh cielos!
– Ahora podemos ser amigas. -Ludmila sonrió y llenó los vasos de ambas hasta arriba.
Después de vaciar el siguiente vaso de vodka, y el que vino después, Oksana ya no podía formar frases de tanto que se estaba riendo. Poco después, Ludmila se unió a sus risas.
– Ya sé adónde podemos ir -dijo Oksana, intentando recobrar el aliento-. Ya me darás las gracias más tarde, pero éste puede ser tu día de suerte.
– ¡Shhh! -Olga le plantó una mano en la cara a Maks. La familia estaba sentada y petrificada a la luz del fogón. Era raro que alguien los visitara tan tarde. Quien fuera debía de haber oído su charla. Debía de ser alguien del lugar y saber bien que toda la familia estaba dentro. Parecía la voz de Lubov Kaganovich, del almacén.
– ¡Aleksandr Vasiliev! ¡Que alguien abra esta puerta! -Era Lubov. Y se podía oír que estaba irritada por haber subido la colina-. ¿O habéis salido todos a pasar la velada fuera? ¿Os habéis ido a beber a un animado club del bulevar con música y baile?
Las mujeres contuvieron la respiración.
– Está de mala leche -dijo Irina entre dientes-. Tendremos que abrir. -Se retorció las manos hasta que le relució el blanco de los nudillos.
Olga se encogió de hombros y puso su cara de póquer. Era una cara que la había acompañado durante cuatro guerras y una lista alfabética de privaciones en la que no faltaba ninguna letra, incluyendo la «X» si uno contaba las dosis incorrectas de rayos X que había recibido después de nacer y de la cual era un milagro que no se hubiera muerto hacía años.