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– ¡Nos estás mintiendo en nuestras narices!

– Voy a despertar al viejo.

Kiska salió gimoteando del dormitorio y corrió hasta las faldas de su madre. Maks se interpuso en el camino de Lubov, con un rizo negro agitándose sobre su ojo. Lubov puso las manos a modo de bocina y se volvió hacia la ventana de la cocina.

– ¡Gregor! ¡Karel! -gritó. Un par de patatas esculpidas con caras de perro soñolientas entraron pesadamente en la cabaña. Una de ellas llevaba un rifle. Lubov señaló la puerta del dormitorio-. Traed al viejo.

– ¡No puedes hacer eso! -dijo Irina-. ¡Pondré al distrito entero en contra de ti!

– ¡Bah! Entonces solamente me amenazas con un día más de mi vida normal. -Lubov les hizo un gesto impaciente con el dedo a los chicos.

Maks se interpuso con el ceño fruncido en su camino.

– Quietos ahí antes de que os rompa algo que se parece mucho a vuestra…

Crac. Gregor le atizó con la culata del rifle.

12

– Y ésa viene a ser toda la historia -dijo Blair-. Cosquilleó el pezón de la chica con un mechón del pelo de ella-. Un consultor de mercados globales como cualquier otro de la City.

– Oh, oh -dijo la chica-. Tú hombre grande. Hombre rico y listo.

A Conejo le salió un soplido burlón. Blair lanzó una mirada airada por encima de la mesa en dirección al banco donde su hermano estaba sentado con Donald Lamb. Le envió una breve amenaza con la mirada y luego se volvió a girar, intentando empaparse de la chica igual que el pan blanco se empapa de salsa de asado.

Ella quitó la mano de Blair de su muslo y se levantó sobre las rodillas para llevar a cabo un cautivador ajuste de su tanga. Una gradación del marrón al rosa se vio por el canalillo de su trasero.

– ¿Quiere que baile para usted ahora, señor Grande y Listo?

A Conejo se le escapó un chillidito. Se mordió los labios y miró a su alrededor en busca de alguna distracción. El bar para miembros del World amp; Oyster era una cámara neblinosa de espejos, cuero y mujeres jóvenes en ropa interior diminuta que nunca había contenido ningún olor o secreción que no saliera de un frasco. El tamaño de la sala era imposible de calcular. En el aire latía una música vigorosa y una luz almidonada caía en forma de varas hasta el infinito.

– ¿Tú no gusta bailar? -La chica hizo caminar sus dedos sobre el pecho de Blair.

Él llevó a cabo una rápida valoración espacial con la mirada y bajó el tono de su voz.

– Bueno, o sea, yo no bailo en sitios donde me pueda ver todo el mundo.

– ¿Tú solamente quieres mí para tú solo? -Ella se toqueteó un reborde de satén de la entrepierna-. ¿Con nadie, solamente tú y mí? Podemos ir a sala especial, solamente tú y mí, solos.

– Eso me encantaría, Natasha. No te imaginas cuánto me gustaría.

– Uuf, tú eres hombre especial. -Natasha puso los ojos en blanco-. En Rusia no hay hombre como tú. Hombre ruso solamente bebe hasta caer y solamente pega mujer. Si yo veo hombre como tú en Rusia ya nunca habría venido a Inglaterra.

Blair le dio un apretón cariñoso en la mano.

– Bueno, ya me has encontrado. -Se entretuvo en hacerle la raya del pelo con la punta de la nariz-. Nunca más nos separaremos.

A Conejo se le empezaron a mover los hombros de forma entrecortada. Levantó la mano para taparse la boca, pero aun así se le escaparon unos hipidos.

Blair salió disparado de su asiento.

– Mira… ¡Te voy a dar una paliza dentro de un minuto!

– Eh, tranquilos. -Lamb frunció el ceño desde el otro lado de la mesa-. Será mejor que vayamos bajando, el departamento me va a cortar la cabeza por traeros aquí arriba.

Conejo agitó las manos y le empezaron a caer lágrimas por debajo de las gafas.

– ¡A la mierda, Conejo! Vale, se acabó. Conejo está fuera.

Lamb se incorporó.

– No arméis jaleo, anda.

– ¡Bueno, o sea, mírelo, es intolerable!

La chica frunció el ceño y se apartó del barullo, recolocándose el tanga a la altura de las caderas.

Lamb se levantó de la mesa y llevó a Blair cogido del brazo a un lugar vacío y a oscuras que había cerca.

– Oye, tranquilo, no es más que una coña. He calculado mal la situación y me disculpo. Ahora vamos abajo y nos juntamos con la gente de Vitaxis.

– Bueno, lo siento, pero no es una simple coña. Estoy consiguiendo algo aquí y ese hijo de puta…

– Por el amor de Dios, intenta acordarte de dónde estás. Le he pagado cien libras a la señorita para que charle contigo, no te me sulfures, demonios.

– Pero ella… ella es…

– Es una bailarina de strip-tease, Blair. Hace diez minutos que la conoces. -Lamb agarró el brazo de Blair con más fuerza y le miró fijamente a los ojos. Y lo que vio fueron los ojos de un niñito pequeño abandonado en el infierno. Estaba claro que Donald Lamb había calculado mal la situación.

La chica se despegó del banco. La mirada de Blair se deslizó hasta su delta púbico, luego por encima de sus caderas, de su vientre y por fin pasó por dos puñados de pechos que parecían de crema. Pero nunca más volvió a verle la cara. Ella se dio la vuelta y se alejó con la indiferencia de un gato.

– ¡Natasha! -la llamó él.

– Déjalo -dijo Lamb.

– ¡Natasha!

La chica desapareció por una puerta que había junto a la barra. La cara de Blair se desmoronó. Echó un vistazo a su alrededor, perplejo. Luego se le llenaron los ojos de lágrimas. El pum-pum de la música ya no repicaba al ritmo de una vida joven en pleno ascenso. Ahora lo que hacía era clavar tablones sobre la ventana del futuro.

Lamb rodeó con un brazo a Blair, lo llevó hasta el banco de Conejo y dio un paso atrás para contemplarlos a los dos con los ojos entrecerrados. Los Heath habían quedado sentados y unidos, una cara riendo y la otra llorando: una comedia y una tragedia. Poco a poco se sincronizaron temblorosamente. Conejo trazó un círculo en la espalda de su hermano. Su sonrisa empezó a resquebrajarse. Con el quinto círculo se recompuso en forma de grito silencioso, y con el séptimo se desplomó en forma de tristeza. Luego empezó a susurrar y farfullar.

La mirada de Lamb cayó al suelo.

La colisión de los Heath con el nuevo mundo era un espectáculo tan espeluznante como un camión chocando con un cochecito de bebé.

13

– Tienes pinta de que alguien se haya cagado en tu tumba -dijo Oksana.

– ¿Y tú qué sabes? -Ludmila echó la cabeza hacia atrás-. Lo que estoy viviendo es amor, no esas gansadas tuyas. Amor de verdad, con toda una vida esperándonos en el Oeste.

– Oh cielos. Pero él no va a venir ahora, ¿verdad? Además, de nada te sirve pasarte la noche entera vigilando el Kaustik por la ventana, está cerrado. ¿No quieres tomar otra copa? Estoy segura de que el bar te invitará a una.

– Ja, bueno. ¿Cuál es ésa, la que brilla? -Ludmila señaló una copa que brillaba como una boya ártica desde el bar.

– Ginebra -dijo Oksana-. La luz violeta la hace brillar. Es cara. La tienen que traer de Ucrania.

– Ja, parece agua del grifo de Chernobil. Además, no me hace falta beber nada de Ucrania. -Ludmila escrutó la cueva alargada de terciopelo de una punta a otra-. Ni de Moscú, realmente, ahora que he probado el vodka que tenéis por aquí. No reconoceríais un buen vodka ni aunque viniera con un queso.

– No empieces a quejarte otra vez -dijo Oksana-. Mira, ahí lo tienes…

Ludmila se apoyó en la barra y siguió el dedo de Oksana con el ceño fruncido.

– ¿A quién?

– A mi primo, el dueño del Leprikonsi, y tiene también el otro negocio del que te hablé.

– ¿Leprikonsi?

– Es como se llama este bar. ¿Es que tienes pelo en las orejas?

– ¿Necesita a una administradora?

– ¡Oh cielos! ¿No te acuerdas de lo que te dije sobre este sitio?