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– ¿Es un extranjero rico? -Ludmila espió a un hombre sin forma que parecía un pulgar con unos rasgos pintados en miniatura. Estaba charlando al final de la barra con dos mujeres demasiado maquilladas, acariciándose el pelo engominado con la palma de la mano y luego secándose la mano en la pernera reluciente de su pantalón negro.

– ¡No, tonta! Trabaja de tecnólogo para asociaciones internacionales: tiene cientos de socios ricos y serios de América y Suecia.

– Ja. Y eso explica por qué veo vuestras calles abarrotadas de socios ricos extranjeros. Escúchame, para hablar de cuestiones prácticas: ¿no podemos tomarnos esta copa ya y marcharnos? Mi hombre es soldado y puede llegar en cualquier momento del día o de la noche.

– Sí, podemos beber. -Oksana le hizo un gesto al barman. Éste se deslizó hacia ellas y les llenó dos vasos de vodka. Nadie dio dinero a nadie-. Mira -dijo Oksana-. En esos países ya no quedan chicas virtuosas, el tráfico de dinero es tan fácil que las mujeres se han vuelto perezosas y vulgares. Estos hombres son ricos, y están desesperados por un romance sensible. Tienen casas, y mandan regalos y dinero. Cuando Ivan te cuente los detalles, lo cubrirás de besos para agradecérselo, por muy gordo que esté. Sé que lo harás. -Le dio un apretón a la mano de Ludmila y se desprendió el taburete del trasero para ir a buscar al pulgar engominado.

– Pero, escúchame -gritó Ludmila-, ¿qué he estado diciéndote las últimas doce horas? ¡Que ya tengo un hombre!

Oksana se alejó. Revoloteó por la barra y llamó la atención del engominado con una sacudida nacida de la mano y una risita. Él bajó una oreja en dirección a ella, echó una mirada de ojos negros al dedo con que ella estaba señalando, después miró a Ludmila y por fin se volvió para dedicarle una sonrisa lasciva al barman mientras señalaba los vasos vacíos de las chicas con las que estaba. El hombre se despidió de ellas con una palabra ahogada entre risas y siguió a Oksana hasta su taburete, parándose junto a cada cliente para darle un codazo y dedicarle una risa. A través del reflejo del vodka, a Ludmila el tipo le pareció una masa de tela negra que se acercaba giroscópicamente hacia ella, como la versión ejecutiva de una planta venenosa.

– Vaya, que me salven del infierno. -Su mano rosada y gordezuela se desplegó-. Otra que viene de Osetia.

– De Ublilsk -murmuró Ludmila con el vaso en los labios.

El aliento del hombre le palpó la cara y ella notó que sus ojos le correteaban por todo el cuerpo como ratones. Él hizo una señal al barman y luego le cogió la mano y le toqueteó las yemas de los dedos.

– Soy Ivan -dijo.

– Un nombre dejado de los santos como no he oído otro.

– ¿Cómo? -vociferó él-. ¡Querrás decir perdonado por los santos!

– ¿Ves lo que te he dicho de ella? -Oksana soltó una risita.

– Una verdadera cabra de las montañas, pero tiene morbo.

– Escúchame -Ludmila le dedicó al hombre su mirada más torva-. No voy a ir nunca a ver tu casa ni la de tus amigos suizos. Mi hombre es un soldado más grande que tres de vosotros atados juntos, así que ¿por qué no vuelves con los bollos de mermelada con los que estabas hablando?

– ¡Juaaa! -rugió Ivan-. ¡Qué joya! Bueno, como veo que te gusta hablar con rudeza, déjame que te explique algo. Empezaré adivinando una cosa, que es algo que se me da muy bien. Oksana, creo que tienes que ir al baño. -Hizo una pausa mientras Oksana cogía la idea, se ponía de pie y se alejaba meciéndose junto a la barra. Luego dijo con voz ronca y tono jovial al oído de Ludmila-. Empecemos siendo amigos con la verdad por delante. Mira, adivino, adivino que, mientras tú estás ahí sentada echándote un vaso de vodka por la garganta, y mirando a todas partes en busca de provecho fácil, tu madre, y probablemente tus abuelos, están en una chabola hecha de hojalata y carbón preguntándose qué salsa ponerles a los gusanos. Se acerca una guerra que los va a matar, a ellos y al resto de las familias, y por lo que yo sé probablemente también a tus hijos, a menos que les envíes el suficiente dinero como para comprar su fuga. Tu amigo el soldado no te va a ayudar en nada, de hecho probablemente te resulte más fácil encontrar un pedazo de oro en la sopa que volver a verle la cara. Solamente has probado un plátano dos veces en la vida, te crecen pelos por todas las piernas como a un mono porque no hay ningún salón de belleza en un radio de mil kilómetros a la redonda de tu chabola, y robas bolsitas de té usadas del almacén más cercano y las usas para tu higiene íntima, algo que los miembros de tu familia se han planteado más de una vez hervir después para bebérselo.

– Solamente en el caso de que tú pasaras por casa.

Ivan no movió un músculo de la cara ni cambió un ápice de su expresión. Mantuvo la boca ligeramente entreabierta después de su última palabra.

– Así que no infles tus tetas en la gran ciudad ni finjas que tienes tantas opciones como colores hay en el arco iris. Esta ciudad ya estaba comiendo chicas montañesas antes de que la primera de tu estirpe se agachara para cagar. -Ivan se apartó de la cara de Ludmila, sin desclavar de ella una mirada ceñuda. Luego, cuando ella cogió su vaso de la barra y se bebió su vodka de un trago, el ceño de él navegó más y más arriba hasta que sus rasgos brillaron con optimismo.

– He hecho millonarias a chicas más feas que tú -susurró él-. No miento, lo juro por mi propia tumba, y no me refiero a hacerlas ricas con actos impúdicos. Te lo aseguro, he cogido a chicas con la mitad del morbo que tienes tú en lunes por la tarde y el jueves por la mañana ya les estaba llevando haciendo de chófer para que se compraran coches, casas y joyas. ¿Y sabes qué? -Le dio un codazo e inclinó la cabeza hacia la oreja de ella-. ¡No se tuvieron que casar ni hacer nada de nada!

– Sí, me lo he creído en cuanto te he visto la cara -dijo Ludmila-. Se llama atraco a mano armada. En las montañas también vemos esas cosas, ya sabes, cuando no estamos hirviendo compresas para tus visitas.

– Mírame a los ojos, mujer. -Ivan le dio otro codazo-. Coge un arma y mátame si lo que digo no es cierto al ciento por ciento. Oksana te ha hecho el mayor favor de tu vida. Porque yo soy el propietario y director del más famoso servicio de presentación por internet del distrito, probablemente del país. Hombres del mundo entero traen sus dólares y sus euros para impresionar a chicas la mitad de guapas, y la mayoría no se casan nunca. ¿Estás oyendo todo lo que digo? Y no creas que cazo lejos para encontrarlas, no creas que me rasco la cabeza preguntándome dónde están: tengo un contacto americano, un hombre con tanto poder que puede autorizar visados para cualquier chica en el plazo de una hora.

La mirada de Ludmila se endureció. Archivó el tema de los visados para contárselo a Misha. Los ojos se le pusieron vidriosos al imaginarse a sí misma desvelándole aquella información, tal vez mientras tomaban café, o tal vez café y pastel.

Ivan chasqueó los dedos.

– ¡Ja! ¿Lo ves? Ya estás soñando con ello antes de que termine de contártelo. Increíble, te dices a ti misma. Una oportunidad increíble. ¡Pero es cierta! Aquí vienen hombres generosos de países donde las mujeres se han vuelto egoístas y decadentes, y vienen para probar aunque sea una pizca del verdadero espíritu de una mujer. Y puedes estar segura de que vienen forrados de dinero: éste no es un destino barato, vengas de donde vengas, no es como los puntos interconectados de sus países blandengues, donde vuelan aviones a cada minuto por el precio de un baño caliente. Para volar a Kuzhnisk primero hay que ir a Moscú, o a Tiblisi, o a Ereván, y luego coger un avión distinto, pagando más todavía, para llegar a Mineralnyye Vody, o a Stavropol. Y lo mismo para volver. Cuesta más de mil cuatrocientos dólares americanos llegar hasta aquí, incluso viniendo de Londres. ¿Y tú crees que esos hombres se gastan eso para venir aquí y viven como pobres?

– Bueno, no se lo gastarán para mirar medias de rejilla a través de una calle oscura.