Se puso a la tarea, con un fruncimiento de ceño más pronunciado que de costumbre, localizando los edificios más altos y razonando que aquéllos eran los que necesitaban más secretarias y administrativos. Aquel día preguntó en nueve edificios, y esperó tanto como hizo falta para hablar con alguien situado en un puesto más alto del que ella quería para sí misma. Cuando llegó al noveno edificio, los brazos ya le colgaban sin fuerzas.
Al pie del último edificio que visitó, cuando la luz del sol ya teñía la nieve de color rosa, una anciana oronda que empujaba un carrito lleno de cartas oyó lo que ella le estaba preguntando al portero.
Cuando Ludmila ya se estaba dando la vuelta para marcharse, la mujer se le acercó con andares de pato, resollando por culpa de su peso y de la distribución del mismo en forma de campana.
– Querida -tosió y empujó un poco más el carrito para apoyarse en el mismo-, acepta el consejo de una anciana y vuélvete a tu casa, que es donde te necesitan.
– Soy piloto de aviones -dijo Ludmila, poniendo la espalda recta. Aun mientras lo estaba diciendo se preguntó por qué lo hacía-. Solamente busco trabajo para ocupar unas cuantas horas que me quedan en tierra.
La mujer se quedó boquiabierta y recorrió la cara de Ludmila con los ojos.
– Acepta el consejo de una anciana. Mira, mira aquí. -Señaló al otro lado de la boca abierta que era el recibidor del edificio. Bordeada de luz de sol dorada, había una joven con un bebé sentada, mendigando en un portal de la acera de enfrente.
– Bueno, perdóneme por decirlo -dijo Ludmila, contemplando el chal y el pañuelo de la mendiga-, pero es una gnezvarik.
– Es una chica -dijo la anciana-. Una piloto de aviones, con unas cuantas horas que ocupar en tierra. Con sueños y con una cabaña llena de gente hambrienta lejos de aquí, gente que no tiene ni idea de dónde está ella, pero que cada minuto de sus vidas espera a que regrese triunfal en un coche grande y reluciente. Y donde va a acabar es en un coche grande y negro, tumbada cuán larga es. ¿Y sabes cómo estoy tan segura? Porque es la única mendiga de Kuzhnisk. ¿Te lo imaginas? Un alma que ha cometido el trágico error de venir a un pueblo demasiado pobre hasta para mantener a una mendiga.
– Pero yo tengo estudios -dijo Ludmila.
– Ya lo sé. -La mujer chasqueó la lengua-. Eres piloto de aviones.
– Solamente necesito mandar un poco de dinero a casa, para regalos de cumpleaños. Eso es todo, unos cuantos rublos extra.
– Bueno, pues buena suerte. Pero no mandes nada por correo, ése es mi consejo, no a Novosibirsk.
– Yo le hablo de Ublilsk.
– Ni a Novosibirsk ni a ninguna parte, ése es mi consejo, querida. Si quieres que el dinero llegue a los Distritos Administrativos tiene que enviarlo con el tren del pan, el guardia lo aceptará.
– Pero nuestro almacén es peor aún que el correo.
– No si lo mandas en el tren. Conozco ese tren, el guardia no volvería a llevar pan a un almacén que robara los envíos que lleva. Pero tienes que pagarle. Cien rublos. O mejor aún, sigue mi consejo y súbete tú al tren, mientras todavía puedas ver con claridad. Acepta el consejo de una anciana de Kuzhnisk.
2 DISCUSIONES EN EL NUEVO MUNDO
14
Una figura apareció al lado de Blair. Nada más salir Lamb a buscar ayuda por teléfono, un hombre refinado emergió del crepúsculo del club como un lirio rompiendo la quietud de la superficie de un lago. El hombre solamente podía ser americano. En sus andares confluían la ausencia de ruido con una sensación de fuerte personalidad, y su traje estaba más limpio y mejor planchado de lo que ninguna manufactura humana podría conseguir. Los gemelos levantaron la vista. Se secaron los ojos con el dorso de las manos. Allí resplandecía aquel pequeño oso de coloración cutánea perfecta, con la mandíbula superior prominente y una sonrisa ladeada que sugería que sabía mucho más de todo que ellos. Frunció los labios e hizo una pausa antes de hablar, como si esperara a que se le agolparan en la garganta los comentarios divertidos correctos. Luego dijo:
– ¿Se os está pasando el efecto de algo o es que os han echado de una funeraria?
Los gemelos parpadearon.
El hombre estiró un brazo por encima de la mesa y le ofreció una mano a Blair.
– Truman.
Blair levantó una mano sin mirar.
– Hola -dijo con voz ronca.
– ¿Ése con el que estabais era Danny, el pequeñajo? ¿Sois sus hombres?
Blair inhaló un suspiro.
– ¿Se refiere a Lamb?
– El mismo… el del Ministerio de Interior. -Truman se metió la mano en el bolsillo del pantalón. Hurgó en el mismo y levantó la vista. Se abrió una puerta en la pared de espejos situada junto al banco donde los gemelos estaban acurrucados. Por la misma salió un hombre enorme con esmoquin.
Truman se volvió hacia los hermanos. Su postura bastó para darles a entender que tenían que seguirlo. Blair miró a su alrededor en busca de Lamb, echó un vistazo a su hermano, que se estaba secando las lágrimas de las gafas con un faldón de la camisa y por fin se levantó de su asiento. Los gemelos siguieron al hombre sin decir palabra por un pasillo y a través de otra puerta que se abrió con un zumbido. Al otro lado de ésta, un camino con focos en el techo se fue encendiendo de forma secuencial y estos focos iban apagándose uno a uno a medida que avanzaban. Truman guió a los gemelos hasta una sala tan grande como un supermercado. Era negra, iluminada con una luz como de satén y tenía una pared de cristal tintado -que era un espejo por el otro lado-, a través de la cual se veía todo el bar principal y la multitud. Conejo se colocó las gafas sobre la cabeza. Vio que estaban en una entreplanta. Por debajo de ellos, había una planta baja cuyas paredes también eran ventanas que daban a los distintos bares.
– Venid al foso -dijo Truman.
Blair se quedó pegado al ventanal. Su mirada recorrió de arriba abajo los cuerpos que se apiñaban sin sospechar nada.
– O sea, ¿esto es legal, esta clase de voyeurismo?
– Claro que es legal. Sería ilegal en el baño de señoras. Pero esto es legal. Es igual que tener una cámara de seguridad pero en directo. -Truman llevó a los gemelos a un despacho atiborrada de fotografías de sí mismo en compañía de un surtido de lumbreras, algunas de las cuales, pensó Conejo, seguro que debieron de morir antes de que naciera el americano.
Truman acompañó a los hombres hasta un sofá y allí esperó, silbando y echando miradas al lugar, a que se sentaran. Luego se dio la vuelta, tirándose de los puños de la camisa.
– Parece que no sabéis quién soy, chicos.
– No -dijo Blair.
El hombre se inclinó sonriente hacia la pareja.
– ¿Significan algo para vosotros las palabras Gepetto Global Liberty? Porque, ¿cómo explicároslo? -Mostró los dientes-. Estáis sentados en el centro neurálgico de las operaciones de Europa y Oriente Medio. ¿Cómo os hace sentir eso?
Blair se puso rígido y prestó atención.
– Bueno, ejem…
– Lo sé. A mí me pasa también. No todo el mundo consigue subir aquí arriba. De hecho., nadie consigue subir aquí arriba. Pero algo me dice que vosotros dos estáis haciendo cosas buenas por la causa. Y a mí me gustan las cosas buenas.