Los ojos de Blair relucieron como los de un niño al que le están contando un cuento:
– ¿Qué?
– Que seríais unos capullos. Unos capullos integrales.
A Blair le tembló el ceño. Se reclinó en su asiento y empezó a asentir.
– Sí -dijo-. Unos capullos integrales.
– ¿Porque qué nos han dado los vegetarianos estrictos? Un puñado de canciones sobre el pelo. Un puñado de maneras de cocinar tofu. Van en nuestros metros, vuelan en nuestros aviones… y se quejan de lo mal que les va para sus chakras. ¿Alguna vez un vegetariano estricto ha construido un metro? No, están demasiado ocupados encendiendo velas y comiendo placenta. ¿Oyes lo que te estoy diciendo?
– Sí, sí, placenta, sí. Así pues, en términos de las interrelaciones más amplias…
– Ellos lo único que hacen es fingir que tienen relaciones profundas, Bobby. ¿Me oyes lo que te digo? Relaciones profundas, y un huevo… entran en las relaciones tan condicionados como el resto de nosotros. Una relación profunda es una relación provechosa, y así es como ha sido desde el principio de los tiempos. Fingen que renuncian a la animadversión, pero siguen guardándose su mierda contra ti. Su contrato de amistad es el mismo que el nuestro: una suspensión de las hostilidades abiertas mientras es posible. Tú mira cómo se pelean dos de ellos, fíjate en cómo hay una escalada exponencial de mierda hasta alcanzar el potencial máximo. Alucina con la cantidad de hostilidad guardada que tienen el uno contra el otro. Hijo, lo que yo diga. Tú respeta la serie de renuncias que implica una relación y empezarás a entender cómo funciona este mundo. Y lo mismo pasa con los países, las corporaciones, los hombres, las mujeres y los niños.
– Renuncias. -Blair asintió-. Hum…
– No quiero darte un sermón, Bobby. Yo soy de la opinión de que lo que a uno le pone, le pone y ya está. Pero si aparece un descubrimiento científico que elimina burocracia mental y obstáculos al progreso, yo digo que lo aceptemos. ¿Objetividad? Y un huevo. Lo único que hay es intersubjetividad consensuada, Bob, y yo digo que juguemos con esos dados, que les hagamos sacar humo.
– Y entonces ¿qué es lo que acabo de beberme?
– Hidrocloruro de solipsidrina. Creo que has tomado el sabor de cereza silvestre.
– ¿Es legal?
– Claro que es legal, ¿qué crees que es? ¿Crees que te daría algo ilegal? ¿Alguna vez has oído hablar de algo ilegal con sabor a cerezas silvestres?
Blair se miró el regazo. Se le acababa de formar un bulto. Una sonrisa se le dibujó en la cara. Levantó la vista y paseó la mirada por los rincones del techo, por los arcos y los cañones de luz y oscuridad.
– Es que, de pronto, me siento muy poco deprimido.
Truman dejó caer la mandíbula y relajó la lengua.
– Ah, ¿sí?
– Sí -dijo Blair-. A años luz de la depresión. -Intentó tragarse una risotada, pero se le escapó en forma de bufidos por la nariz.
– Así me gusta. -Truman le dio una palmada en la pierna, desplazando el miembro de Blair, de forma que crujió la tela de sus pantalones-. ¿Lo ves? El tío Truman tiene tu medicina. La vieja medicina está aquí mismo. ¿Y sabes por qué se me ha ocurrido compartirla contigo? ¿Sabes por qué me he dicho a mí mismo: «A este hombre vale la pena salvarlo»? Te diré por qué, Bob: es porque tú tienes algo. Algo que me habla de velocidad y de progreso. Que me dice que entiendes cómo funcionan realmente las cosas. Te eché un solo vistazo y dije: «Este hombre lleva con él el resplandor del futuro». Así mismo lo dije. Y no es solamente ese rollo inglés que os hace parecer a todos tan puñeteramente listos, lo digo en serio, Bobby. Sinceramente. Eres mi hombre.
Blair le dirigió una mirada llena de amor.
– Y ¡eh! -Truman le dio un codazo-. La pequeña bonificación en la zona de los chicos es un efecto secundario que tiene esto. Esta noche tu chica no te va reconocer, va a pensar que le ha caído encima un puto cohete.
Blair junto las manos sobre el regazo.
– La verdad es que ahora mismo estoy entre relaciones. Empezando a inspeccionar el panorama, de hecho.
– Has venido al sitio indicado. ¿Vas a por caza mayor, o algo más factible?
– ¿A qué se refiere?
– ¿Locales o importadas?
– No tengo manías, para ser franco.
– Así me gusta. Búscatelas agradecidas, ésa es mi filosofía.
– Entonces ¿todas sus chicas son extranjeras?
– Es la única forma. Y no tienen tanto aspecto extranjero. La mitad son rubias.
– ¿Y no lo acusan a usted de explotación?
– Bobby, Bobby, Bobby. -Truman se le acercó. Sus rasgos adquirieron un matiz dramático bajo los focos y su voz se redujo a un murmullo ronco-. Son un recurso natural más, su disposición a participar en el juego es un fenómeno natural más. Es filosóficamente imposible explotar los recursos naturales: lo único que se hace con ellos es controlar la forma en que ellos se aprovechan de ti.
– Bueno, es solamente que alguna gente podría…
Truman se llevó un dedo a los labios y bajó más la voz.
– ¿Alguna vez has oído el término «excepcionalismo»? Memorízalo para cuando algún defensor de causas perdidas te pregunte qué te da derecho a gobernar el mundo. Porque ahí está la respuesta. Quiere decir lo siguiente, Bob: nunca hemos intentado obligar al mundo a que quiera ser como nosotros. Lo que hemos hecho ha sido inventar un estilo de vida tan estupendo que ahora se rompen los cuernos para ser como nosotros. Somos la excepción a todos esos sistemas teóricos, estamos por encima de todas las demás formas de gobierno, puesto que no somos los únicos que creen que somos superiores. Con su desesperación por adquirir nuestro sueño, el resto del mundo admite que somos superiores. Y debido a que nosotros inventamos ese sueño, tienen que acudir a nosotros para obtenerlo. -Truman acercó el calor de su aliento a la cara de Blair-. Poseemos la franquicia de la felicidad, Bobby. Imagínate el potencial. Y déjame que te diga algo de esas chicas: en sus países pasan hambre. Sus casas vuelan por los aires, son campos de balas. Los culos de esas chicas se desperdician con borrachos extranjeros, probablemente árabes, que…
– Ejem, los árabes no suelen beber.
– Trabaja conmigo, Bobby. Digiere lo que te digo: viven en cráteres de bombas. Y si tienen hambre, y están en situaciones de peligro, y si el darles comodidad coincide con mis intereses, ¿acaso eso es explotarlas? No, no lo es. Se llama libertad: el derecho inalienable a buscar algo mejor que lo que tenías. -Truman se reclinó hacia atrás y lo miró, haciendo una pausa para que Blair pudiera asimilar todo aquel potencial. Luego guiñó un ojo-. Y lo mejor de estas chicas es que les puedes dar por el culo.
Blair se humedeció los labios. Sintió un cosquilleo en el pene.
– ¿Cómo las encuentra exactamente?
– ¿Cómo las encuentro? Soy su dueño, Bobby, soy dueño de los pueblos de donde ellas vienen. Ellas vienen a buscarme a mí, al excepcionalista. Mira, mira esto… -Truman fue al escritorio y sacó una hoja de papel de una bandeja de cuero de asuntos pendientes. En la misma habían impresas seis caras jóvenes y esperanzadas, bellezas de calendario-. Mi próxima remesa. La mejor de las que ha habido hasta ahora. Mira ésta. Te lo pregunto, Bobby, ¿estoy soñando? La globalización, eso es lo mío.
Blair examinó la página.
– Ahora bien, en calidad de uno de mis lugartenientes, puedes ser elegido para un poco de acción en el extranjero, en interés del avance del progreso: un poco de reconocimiento global. La verdad es que me iría bien un hombre como tú para echar un vistazo por ahí y conseguir alguna idea nueva. ¿Me oyes lo que te digo? ¿Crees que podrías prestarte, por un par de días?
Blair respiró hondo.
– Creo que podría, sí. En interés del avance del progreso, sí.
– Eres mi hombre, Bob. Eres mi hombre de verdad. Aunque tu hermano me parece un poco nerviosillo. ¿Crees que aceptará? ¿O necesitará un poco de ayuda? Lo digo porque vuestro amigo del Ministerio del Interior dice que no deberíamos separaros.