Porque los Heath bailaban su propia variedad de tango.
Un tango seco y estricto, tan rápido como un automóvil y con los bordes tan afilados como cuchillas.
Sus pies ganaron velocidad, parpadeando y soltando destellos entre las piernas del compañero, como anguilas, hasta volverse casi invisibles, hasta convertirse en una única forma que volaba como una luz a través de la pista. La multitud formó un círculo a su alrededor y se puso a rugir, aclamando cada inclinación y cada giro hasta que llegó un momento, en la cumbre estruendosa del tango, en que la velocidad y el calor de los aplausos y las luces y los metales y la batería se fundieron en un único impulso celestial, concentrando la mirada de todos los presentes en el vórtice vertiginoso de los Heath, inundando la sala de energía.
– Joder, qué miedo -dijo entre dientes una de las chicas de Conejo desde el margen de la pista.
– Joder, qué mierda -susurró Lamb. Se abrió paso a empujones hasta la pista mientras el tango se acercaba retumbando a su clímax-. ¡Fuera de aquí! -le gritó a Blair mientras sonaba el último redoble de la batería-. ¡Agarra a tu hermano!
15
– ¡Me lo habéis matado! -chilló Olga.
Se interpuso entre el cuerpo de Aleks y el haz de la linterna del inspector, que relucía casi tan fuerte como la cara del hombre tras expulsar a los tres muchachos huraños de la oscuridad. Olga volvió a cubrir la cabeza de Aleks con la manta y acometió una representación quejumbrosa que incluía inclinaciones y retorcimientos, comidas amargas para los santos, echar los brazos al aire en gesto desesperado y la habilidosa extracción de lágrimas invisibles de los rabillos de sus ojos, para terminar con una fioritura de las yemas de los dedos.
– Este hombre lleva ya tiempo muerto -dijo el inspector con cara pensativa-. Miren su vientre, está inflado de gusanos.
– ¡Cómo va a estar lleno de gusanos! -chilló Olga-. ¡Si hace solamente diez minutos que vuestra propia agente, Lubov Kaganovich, estaba charlando con él como si acabaran de encontrarse en la cola del pan en una mañana ajetreada de martes!
– Yo no diría exactamente charlando -dijo Lubov desde la puerta.
– O tal vez -dijo Abakumov- lo mataron estos jóvenes animales con la pistola. Si no, ¿por qué iba a estar el cadáver de un hombre acostado en una habitación donde había un joven con una pistola escondido en las sombras?
– No, inspector, no puede ser así.
– Sal, el de la pistola. -Abakumov proyectó el haz de su linterna hacia Gregor-. Y dime también por qué en todos los años que llevas vivo tu madre nunca ha escrito que tiene tres hijos en lugar de uno.
– Ésos no son hijos míos -dijo Irina-. Éste de aquí, Maksimilian Ivanov, es mi único hijo.
– Entonces -dijo Abakumov, inspeccionando lentamente a cada uno de los presentes-, ¿de dónde salen estos jóvenes que hay en tu casa armados? ¿Acaso también hemos topado con unos intrusos, en el preciso momento en que encontrábamos un cadáver lleno de gusanos desde hace una semana?
Olga e Irina se volvieron hacia Lubov Kaganovich.
– Éstos son mi hijo y mi sobrino -dijo Lubov-. Han venido a buscar el cupón conmigo, conociendo como conocemos la naturaleza de estos Derev y sus malas artes. Ahora mismo estaban investigando la misteriosa cuestión del muerto y sus cupones. ¿Se lo imagina? ¡Venimos por un asunto rutinario y nos vemos empantanados en esto hasta el cuello!
– Ja -Abakumov soltó un bufido sin humor-. Todavía no me han respondido ustedes por qué están aquí, en un momento tan siniestro y metidos hasta las cejas en esta situación.
– Eso no me lo dice usted a la cara…
Abakumov levantó una mano.
– Lo que está claro es que tenemos que conversar. Y mientras conversamos, tienen que prepararse todos ustedes para los tiempos difíciles que se les avecinan. Unos tiempos muy duros.
El grupo se desplazó lentamente hasta la habitación principal, obstaculizado por los lamentos de Olga y por las sacudidas entrecortadas e impredecibles de sus brazos.
– Por favor, déjelo -dijo Abakumov cuando ella pasó agitando los brazos a su lado-. Ha tenido usted por lo menos una semana para eso.
– Mamá, ve a su lado, ve y reza por su alma -dijo Irina-. Yo trataré con estos que quieren agravar el peor momento de nuestras vidas.
Abakumov fue a sentarse en la silla de hojalata de Olga, junto al fuego.
– La policía se quedará escandalizada. -Negó con la cabeza con gesto compungido.
– Ja, es más fácil que vea a un elefante aquí arriba que a un policía -dijo Maks con un resoplido de burla.
– Entonces es una suerte para ustedes -dijo el inspector-. De hecho, los policías serían los últimos en molestarles por esta noticia. Porque esta noticia, un muerto que firma cupones para obtener dinero del Estado, y de los fondos del ejército nada menos, esta noticia, como si fuera una burbuja de hidrógeno, flotaría hasta lo más alto del mando policial, o hasta el Kremlin. Casos como éste llevan ya demasiado tiempo desvalijando a nuestro Estado agonizante, y un hombre como ése, con sus gusanos, sería un muy buen ejemplo para todos. No me extrañaría que viniera también Pravda, tratándose de un crimen tan espectacular.
– ¡Lo ha matado ella! -gritó Olga, señalando con el dedo a Lubov-. Con su cabeza de compota. Ya le he dicho que no lo molestara, con sus pistolas y su traición.
El inspector se hurgó en el bolsillo del abrigo y sacó un cuaderno y un bolígrafo.
– Así pues -dijo para sí-, el cuerpo fue hallado en una habitación con seis personas presentes, una de las cuales empuñaba un arma. -Levantó la vista hacia Gregor, que estaba junto a la puerta del dormitorio, sosteniendo la pistola contra el pecho-. ¿Está cargada esa arma?
– Sí -dijo Gregor con orgullo.
– ¿Tiene el cargador más de un proyectil?
– Tiene un cargador, sí.
– ¿Y tienen ahora el número total de balas que puede contener?
– No -Gregor frunció el ceño, mirando su arma-. Pero sigue teniendo balas suficientes.
– ¿Cuándo fue la última vez que el arma contuvo la totalidad de sus proyectiles?
– La semana pasada.
– Uno de los cuales empuñaba un arma recientemente disparada -corrigió Abakumov en su cuaderno. Mientras apuntaba, las palabras que iba eligiendo salían ardiendo con su aliento y se fundían con el humo que inundaba la habitación con su olor a frutos secos-. Cupón incorrecto -dijo-. En avanzado estado de descomposición. Gusanos. -Al cabo de un momento se detuvo, miró a la nada y luego su mirada se desplazó bruscamente hacia Irina-. ¿Ha sido ultrajada la carne del cadáver?
– ¡Dios bendito!
– Déjenme que lo diga con otras palabras… ¿han comido carne en esta casa durante la última semana?
– ¡No somos caníbales, inspector! ¡Será cerdo repugnante!
– Bueno -Abakumov se encogió de hombros-, es algo que pasa. -Volvió a mirar su informe-. Crimen posible contra la naturaleza -dijo para sí mismo-, evidencia de pan.
Y mientras hablaba, cada prueba condenatoria fue exprimiendo un suspiro de los pulmones de los reunidos, hasta que por fin Irina dijo:
– Míreme a la cara. No tenemos nada en el mundo. Se lo digo ya, para que más tarde no me acuse de hacerle perder el tiempo.
– ¡No es verdad! -dijo Lubov-. ¡Tienen un tractor!
– Ja -dijo el inspector-. Ahora intenta sobornar a un funcionario en la escena del crimen. -Apuntó furiosamente con su pluma-. Soborno. Funcionario. Tractor.