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– No, es para asustar a los pájaros. Hágala ya.

El hombre abrió los ojos como platos y soltó una carcajada. Su risa era tan sincera, y la respuesta de ella había sido tan ruda, ahora que la veía con perspectiva, que Ludmila también se echó a reír. Primero con un leve soplido entre los labios y luego con la boca abierta y húmeda. Y mientras estaba intentando recomponer sus rasgos, el hombre le hizo una foto.

– No pienso hacer ninguna más -dijo-. Es la foto más picante que te van a sacar en tu vida.

– Bueno he pagado por dos fotos.

– Tú espera a verla. -Descargó el cartucho, sacó la película, se miró el reloj y esperó con la placa en la mano, sonriente. Al cabo de unos momentos de silbar desafinado, despegó una capa de papel y contempló la fotografía con una sonrisa-. Mira esto.

Ludmila cogió la foto. Su cara relucía a más no poder, con la cabeza inclinada hacia abajo, los ojos chispeando hacia arriba a través del flequillo y el asomo de una sonrisa sucia en los labios. La imagen despedía una pátina de espíritu salvaje. Casi se podía oler.

– Pero míreme la boca -le dijo Ludmila al hombre-. Inténtelo otra vez, la próxima puede que salga mejor.

– ¡Ni hablar! Además, ¿para qué necesitas dos? Ésta dice todo lo que necesitas decir, aunque admito que se te ve demasiado rebelde para ser una foto de pasaporte.

– Quiero dos porque he pagado dos, ¿o se cree que soy una gnezvarik?

– ¡Vamos! -El hombre frunció los labios-. No te pongas así, si aquí no hay problema. Si es para un pasaporte, te hago otra. Pero -sonrió con gesto de astucia-, si es para meterla en un ordenador, te puedo hacer una copia en archivo informático. Eso hacen dos fotos, y por el mismo precio. Hasta te daré el disco en el que va.

Ludmila salió con su fotografía y el disco, y fue directa al bar Leprikonsi, consciente de que el tío de Oksana no le había dado un techo por pura bondad, y que se esperaba de ella que colaborara en el negocio de internet a cambio del alojamiento. Además, flirtear con el ordenador de Ivan la hacía sentirse extrañamente más cerca de Misha. Era una especie de investigación que estaba haciendo de cara al visado, algo que les serviría a los dos. Una investigación de un par de días, hasta que él llegara y la abrazara hasta dejarla sin resuello, besara el brillo de su pelo y la deleitara con las valientes e improbables circunstancias que tanto habían retrasado su llegada.

Cuando llegó al Leprikonsi se lo encontró bastante tranquilo. La luz del sol había abandonado su fachada tristona. En el interior, dijo que no quería comer ni beber nada y preguntó por Ivan. El barman cogió una fregona y dio en el techo con el mango.

Al cabo de un momento, la cabeza hinchada de Ivan asomó por el hueco de la escalera que había al fondo del bar.

– Dios bendito. -Miró a Ludmila de arriba abajo-. Vuelves a ser tú.

Una anciana vestida de negro apareció en el hueco de la escalera detrás de él.

– Te lo digo, al americano no le mandamos ni un alma. Hasta que nos pague la última remesa.

– ¡Shhh! -Ivan le hizo un gesto para que callara por detrás de la espalda-. Es una clienta.

– Tengo la fotografía. -Ludmila estiró la cabeza para ver a la anciana que Ivan tenía detrás-. Mira.

La mujer se dio la vuelta, murmurando. La oscuridad de la escalera se la tragó. Ivan se acercó caminando tranquilamente junto a la barra y le quitó la fotografía a Ludmila de la mano.

– ¡Bah! ¿Y esto qué es? Si parece que te acabe de atropellar un tren.

– Ja. -Ludmila le arrebató la foto.

– Además, esto no sirve para el negocio del que hablamos: si me hubieras escuchado, y hubieras prestado el debido respeto a lo que te decía, podrías haberte ahorrado este gasto. Lo que tienes ahora es una instantánea espantosa que mandarle a tu abuela, que por su propio bien espero que sea ciega.

– No menciones a mi abuela con tu bocota.

– Bueno, te costará un montón de dinero meter esa imagen en el ordenador en el formato que está ahora, más de lo que cobra el fotógrafo que yo te iba a recomendar, es decir, antes de ver que solamente querías hacerte la dura.

– No soy yo la que pone las cosas difíciles. Además, ya no me queda dinero, o sea, que vas a tener que deducir lo que cueste de los millones que les cobras a esos extranjeros románticos.

– ¿Y dónde estás todo tu dinero?

– ¿Y quién ha dicho que yo tenía dinero?

Ivan se quedó mirando la cara de Ludmila.

– Puedes ponerte mejillas de bebé, pero a mí no me engañas. Yo me doy cuenta de cuándo la gente que me habla tiene un buen fajo de dinero. Recuerda que hemos bebido juntos. No se me escapa nada, y me di cuenta de que llevabas billetes en las bragas porque todas las montañesas sois iguales. Así que si quieres mostrarme una pizca de respeto, no me digas que no tienes dinero.

– Pues no lo tengo. -Ludmila se encogió de hombros-. Lo he mandado lejos.

– En un tren de transporte de pan de mala muerte, apuesto, como una imbécil.

– ¡Ja! ¿Te crees que sería tan ignorante como todas las demás chicas granjeras, el valor de cuyas bragas pareces calcular tan bien?

Ivan soltó un suspiro teatral y negó con la cabeza.

– Pero mira que eres tonta. Asegúrate de llamar al almacén antes de que llegue ese tren al nido de ratas del que vienes, porque si no negocias su tajada antes de que llegue, te vas a quedar sin nada.

– Te digo que no lo he enviado en el tren del pan. -Ludmila le mandó un Empujón con la barbilla. Pero el ensancharse de sus pupilas, y la forma en que Ivan asintió con la cabeza, les hicieron saber a ambos que él acababa de darle un buen consejo.

Ivan llamó al barman y pidió un café. Ludmila esperó a que se lo hubiera servido antes de pedir otro para ella.

– ¡Y tú que no tienes dinero, ahora te bebes el mejor café de la casa!

– Ja, bueno. Si tú no me invitas a uno, después de haberme hecho desperdiciar mi tiempo y mi dinero con tu negocio fraudulento…

– ¡Bah! No pienso hablar contigo más. Ya no, porque eres tú la que estás haciéndonos perder el tiempo a todos. Que si tu prometido, que si el dinero, que si el aire que te rodea las tetas… Si no tienes para pagar el precio razonable de nuestro legítimo y famoso servicio, adiós.

– Coge la fotografía. -Ludmila la empujó por la barra sin mirar.

– ¡Pero si no tienes forma de pagar la digitalización! Así que aquí se acaba toda esta historia lamentable.

– Aquí está la digitalización. -Ludmila tiró el disco a la barra y dio un sorbo remilgado a su café. Tenía ganas de darle una bofetada al hombre pero no lo hizo. Contenerse era un precio muy pequeño a cambio de una cama desde la que se veía el café Kaustik.

Ivan se la quedó mirando con los labios muy cerrados.

Echó un vistazo al barman y luego volvió a mirar a Ludmila con el ceño fruncido. Por fin agarró el disco y le dio la espalda.

Ludmila dio un golpe de barbilla detrás de él.

– Estoy libre el miércoles para comprar casas y joyas.

16

La puerta se cerró en las narices de Lamb y los gemelos bajaron arrastrando los pies por las escaleras. Luego el peso y su estado de ánimo se aligeró. El momento era tan sobrecogedor y tan íntimo como cuando una mariposa de la selva emerge para disfrutar de sus dos semanas de vida.

– Antes de que demos otro paso -Conejo agarró a su hermano por los dos brazos-, tengo que decirte una cosa. -Sintió el hueso por debajo de las mangas del viejo traje de Blair. Las mangas le venían muy holgadas, y eso parecía acentuar la inocencia con que Blair se enfrentaba a la nueva vida, su vulnerabilidad en un mundo que continuaba avanzando sin él, que llegaba como un estruendo tras el horizonte. Al mirar a su hermano aquella noche, Conejo vio en él el instinto humano más puro: el impulso básico de seguir adelante, de deambular envalentonado dentro del rebaño.