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Habían sido islas. Y ahora uno de ellos quería formar una península.

Blair permaneció de pie con sus finos labios entreabiertos.

Conejo se quitó las gafas. En el rabillo de los ojos le temblaban sendas lágrimas. No le cayeron, sino que se quedaron allí, temblando como muelles. Lentamente sus manos se movieron hasta los hombros de Blair y después hasta su cabeza. Se inclinó hacia él y le plantó un beso en cada sien, un besito tan ligero como el roce del ala de una libélula.

– Lo siento, colega. Por todo.

– No lo sientas, Nejo, no. Soy yo el que lo siente.

– No, colega. No. He vivido mi vida entera a través de ti, ¿es que no lo ves? Tú has sido mi mentor.

Blair desenredó una mano y la sostuvo en alto.

– No, Nejo: tú eres el que nos ha mantenido juntos todo este tiempo. Mi única contribución ha sido esta sensación de que tú eres en cierta forma un obstáculo. De que en cierta manera no eres más que un apéndice, cuando en realidad, hasta físicamente, específicamente, nacimos como un equipo. Solamente quiero decirte…

– No. -Conejo inclinó la cabeza para soltar una lágrima-. No lo digas.

– No, no, Nejo, no…

– No, no.

– No.

Los dos hermanos permanecieron cada uno al alcance de la respiración del otro, cabizbajos, con los brazos caídos a los costados. Fuera ladró un zorro. Una sirena chilló como un pavo real en la lejanía. Los gemelos permanecieron inmóviles.

– Voy a enseñarte una cosa. -Conejo alzó su mirada hasta encontrarse con la de Blair-. Es algo que la enfermera jefe me dio cuando nos fuimos. No tuve agallas de enseñártelo entonces. Por el miedo que tenía a perderte. Lo siento, colega. Lo he llevado conmigo esta noche, por si conseguías tu independencia, tal como querías. Por si eran nuestros últimos momentos juntos.

A Blair se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No llores, colega. -La mano de Conejo se metió temblando en el bolsillo interior de su chaqueta. Sacó una hoja doblada de papel pautado.

Blair abrió la hoja y leyó:

«Capistrano»

Sunnymead Close 41

Solihull

West Midlands

Querido hijo:

Confío en que estés contento y en que todo vaya lo mejor posible. Tu madre y yo estamos bien, a nuestra manera. Puede que pase un tiempo antes de que puedas entender del todo esta carta, pero para mí es importante escribirla. Porque aunque no se mencione mucho, y tampoco quiero meter el dedo en la llaga, me gustaría hacerte saber que no eres el único que está decepcionado por cómo han salido las cosas. Se ha prestado mucha atención a la dificultad de tu situación, y me parece bien, ya que vas a tener que soportar sus consecuencias físicas más directas, pero me parece justo decirte que tu madre y yo sufrimos por lo menos tanto como tú, y muy probablemente más. Cuando nos propusimos crear una familia nunca, ni en un millar de años, nos habríamos podido imaginar la pesadilla que se nos vendría encima. Hemos perdido a nuestros amigos, nuestro prestigio en la calle, nuestra autoestima y, ésta es la base de esta carta, triste pero necesaria, el respeto y el amor que nos profesábamos. Siento mucho tener que comunicarte que tu madre se marcha de casa, aunque seguimos hablándonos de forma civilizada.

Por favor, no creas que esto es culpa tuya, al menos voluntariamente, porque no lo es. Nunca he pensado en ti como un «monstruo», que es lo que dirían algunos, ni como nada más que una «víctima inocente de fuerzas que escapan a nuestro control». Todo el mundo, incluyendo, estoy seguro, a nuestros vecinos los Nicholls (aun después de las cosas tan poco amables que Stan y Margaret nos contaron que habían dicho), opina exactamente lo mismo: que lo sucedido no es más que un enorme accidente de la naturaleza, una especie de pesadilla de la que no nos despertaremos nunca.

Pero hijo, vivimos en una época moderna e ilustrada. No voy a decir que en general sea mejor época que la mía, pero una cosa que el progreso ha traído a este país es la capacidad de airear las cosas y decir lo que pensamos. Aunque me duele, o mejor dicho, agrava todavía más mi dolor, sé que escribirte estas cosas es lo más «sano» que puedo hacer, y que tendríamos que dar gracias, supongo, por no estar viviendo hace cuarenta años, cuando habríamos evitado la verdad por una cuestión de educación.

Así que iré al grano, puesto que al irme por las ramas no estoy facilitando precisamente la lectura de esto (¡ni su escritura!). Gracias a lo mucho que ha progresado nuestra época, tengo una gran confianza en que en Albion House te van a cuidar muy bien. Nuestra época favorece especialmente a los minusválidos, y los sistemas de derechos están hechos pensando en ti, de acuerdo con las pautas más recientes. En calidad de contribuyente de toda la vida, supongo que me alegra ver que el dinero que tanto me ha costado ganar va a parar a algo tangible, porque he pagado impuestos por valor de muchas vacaciones en el extranjero, de hecho me podría haber comprado un apartamento en Andalucía, como el que tienen los Nicholls en Fuengirola, incluso uno mucho más grande que el de ellos, y situado más cerca de las tiendas. Así pues, por lo menos tu estado mental, y todas tus necesidades cotidianas, van a ser atendidas por especialistas en un montón de campos. Yo nunca podría ofrecer tanto porque no soy un especialista, y «Capistrano» no está adaptado para los minusválidos. Y pensando en términos ilustrados, en relación con todas esas «codependencias y facilitamientos», y otros descubrimientos científicos de la psicología que pueden afectar a la gente hoy en día, estoy seguro de que es mejor que yo no te complique más la vida creando una fachada de vida familiar, ni ninguna otra artimaña que después te vaya a ser difícil de racionalizar. Porque aunque voy a intentar no meter el dedo en la llaga, la verdad es que tienes minusvalías que nos van a mantener separados, y creo que será mejor dejar que te encuentres a ti mismo por tu cuenta, y que yo no te suponga ningún «exceso de equipaje». Me parece mejor que te independices ahora, y estoy seguro de que en el futuro me vas a agradecer que tome ahora esta decisión tan difícil. Por favor, asegúrate de que la enfermera jefe te lee esto, o por lo menos encárgate de que lo lee ella. Ya sabes que te deseo lo mejor del mundo en el futuro.

Ted.

PD: Marjorie, tu madre, insiste en que te diga que cuando digo «hijo» me refiero a los dos. En todo caso, en cierta manera solamente sois uno. Tu madre se muda a Surrey.

La mirada de Blair llegó a la última palabra de la carta, se detuvo y quedó inmóvil y vidriosa durante un momento. Por fin bajó la hoja de papel y abrazó a su hermano, sorbiendo por la nariz en su hombro. Conejo sorbió también y le puso una mano en la espalda a Blair.

– Iba dirigida a mí, ¿verdad? -preguntó Blair.

Conejo bajó la vista.

– Siempre has estado solamente tú. Yo no era más que un parásito. Un accidente de la naturaleza.

– No, Nejo. No digas eso. No.

– No, es verdad. No lo estoy diciendo para hacerme el sensiblero. Solamente quiero que sepas que voy a hacer todo lo que esté en mis puñeteras manos para darte el viento que necesitan tus alas. Todo, joder. Solamente siento haber tardado tanto en recobrar mi puñetero juicio, Blair. Lo siento mucho, colega.

– Y yo voy a hacer lo mismo por ti, viejo amigo. Voy a hacer lo mismo por ti.

Los dos hermanos se abrazaron hasta que sus sollozos se fueron espaciando y sus respiraciones se volvieron lentas y regulares. Los minutos eran medidos por los clics y los plafs de la gatera de la habitación del piso de arriba.

Por fin Blair echó la cabeza atrás y le susurró al oído a Conejo: