– Eh… ¿no notas que acecha un líquido reconstituyente con aromas de enebro?
Hubo un momento de silencio. Conejo se apartó un poquito.
– Pues ahora que lo mencionas, sí.
Mientras la luz del sol calentaba la neblina de Londres como el haz de una linterna, los Heath se dirigieron a la cocina americana para dejarse envolver por el calor de la ginebra. Su dosis original de hidrocloruro de solipsidrina no daba muestras de remitir. La mayor parte de una botella de Gordon's -la ginebra favorita de Conejo- pronto se sumó a sus flujos sanguíneos, para ser arrojada después en el retrete y en el suelo junto al mismo.
Para cuando empezaron a pasar coches escopeteando por Scombarton Road, los dos hombres estaban desnudos de cintura para abajo. El pene de Blair se erguía orgulloso y reluciente, el de Conejo menos. No oyeron cantar a los pájaros por culpa del estruendo del disco de Pirie Jammette, de Blair, aunque sí captaron ruido de unos pasos furiosos en el piso de arriba. Los gemelos cantaron por encima del mismo, retorciéndose, agitando dedos frenéticos en el aire, y a medida que se acercaba el clímax de la canción, tuvieron simultáneamente la idea de darse la espalda el uno al otro, doblarse por la cintura, frotarse los culos y hacerlos chocar hasta que les relució la piel. Aquello habría sido imposible hacía solamente un año. De manera que lo hicieron, y luego bailaron de aquella forma extraña, levantando mucho los pies, con las nalgas bamboleándose en la penumbra.
– Luego bailamos un tagno. -Blair puso morritos para arrastrar las palabras.
– Sí, carriño -dijo Conejo.
– Tú eres mi corriño.
– No, tú eres mi coruña.
Blair intentó recuperar el control de sus piernas. Extendió los brazos y dobló las rodillas hasta encontrar un punto de apoyo y consiguió llevarse a sí mismo hasta la silla del ordenador.
– Pero mira -dijo, dándole un golpe al botón de encendido y sentándose encorvado sobre la mesa. Un volante intentó girar en su mente, y con el primer giro fragmentos de recuerdos aparecieron. Entrecerró los ojos y se quedó boquiabierto. Luego sacó de su chaqueta la tarjeta que le había dado Truman.
Se conectó a Internet y empezó a pulsar teclas: «www. k…»
– Tetas no encontradas.-Conejo se bamboleó, señalando por encima del hombro-. 404: Culo no encontrado…
– No, non -dijo Blair-. ¡Espera! Salen chircas pod aquí.
– Pero solamentre hay chircas estrangreras. Chircas asiárticas que se llaman Pong y Wee.
– Naa, hay rusias rubias. -Se apartó el pene con la mano del borde de la mesa y dejó su glande cerca del teclado.
– ¡Rusias! Son gomo empanadas de cerdo. Son gomo buñeteras asistentes sanitrarias armadas, o argo alsí, con caras anchas y durras.
– Naa, no, toas parecen tenistas. -Blair se inclinó sobre la pantalla y obligó a sus ojos a enfocar bien. «www. kssnkz», tecleó. Su cabeza se bamboleó a derecha e izquierda por encima del teclado. Volvió atrás y borró todo hasta la primera «K».
– Se dan un sshute de grasa el día desbués de la boda -dijo Conejo-. Y llevan galcetines nregros para siempre. Se llaman cosas gomo Lumbumla y Glom. Glomx.
«www.kushnksgrils»
– Además, tú eres mi carriño.
– Tú eres mi carruño -dijo Blair.
– Ahora tennngo que dormir. -Conejo se fue dando tumbos pesadamente. Rodeó la mesa de la cocina y la usó como pivote para su trayectoria hasta el sofá más cercano. Se dejó caer en el mismo. Sus suspiros se convirtieron en ronquidos y se quedó dormido agarrándose las solapas de la chaqueta.
Los ojos de Blair se estrecharon hasta convertirse en rendijas. Echó el dedo hacia atrás y lo disparó hacia el teclado.
«www.kuzhniskgirls.com.ru»
La pantalla se llenó de mujeres. Mujeres con peinados y poses inéditos desde los días de los jeques y las chicas de los locos años veinte, retratadas sobre chabacanos fondos de estudio que representaban orillas de lagos, playas y tocadores.
Y en la esquina inferior derecha de aquel surtido de mujeres cohibidas, una cara asomaba con el brillo de ofrecer una vida de verdad.
Una cara salvaje y hermosa.
El pene de Blair dio un salto hasta su mano.
17
– ¡Es el subnormal de Gregor! -gritó Kiska desde el patio. El reproche entre dientes de Gregor le llegó desde el camino como un eco.
– ¡Shhh! -rezongó Irina a través de la puerta-. ¡Aléjate de ahí!
– Ya veo que les das a tus criaturas una buena educación -dijo Gregor, arrastrando su pistola hacia la casa como si fuera un marido que llega tarde. Abrió la puerta de golpe y entró en la cabaña como si fuera el amo.
Irina se cruzó de brazos y lo fulminó con la mirada desde el fogón.
– Te estás poniendo tú mismo la soga en el cuello al caminar así por la montaña con tu pistola.
– Pues no es verdad. La guerra está silbando ahí fuera y ¿Tú te crees que ésta es la única arma que hay por aquí?
Irina no contestó, sino que le ladró una palabra a Kiska, que estaba ocupada persiguiendo al gallo con un trozo de alambre.
– Maksimilian todavía no ha vuelto. -Olga dio un golpe de barbilla en dirección a Gregor desde la puerta del dormitorio.
– Entonces está haciéndonos una jugarreta, porque yo he venido aquí caminando con estos pies, mientras que él tiene un tractor. Además, tendríais que haber traído el tractor directamente al almacén en lugar de malgastar tanto combustible yendo y viniendo.
– El tractor no siempre es tan fiable -dijo Irina-. Volverá enseguida, ya lo verás.
– Mejor será -dijo Gregor, examinando la chabola-. Tengo instrucciones de llevarme los pollos y la cabra, y no pienso llevármelos a la espalda.
– Bah, pero si la cabra tiene los pies ligeros -dijo Olga-. Correría delante de ti y ya estaría esperando dormida para cuando llegaras tú al almacén. En cuanto a los pollos, bueno… -Se encogió de hombros-. Tú puedes infectarlos, puede que pierdan el seso para viajar.
– Ja, tú preocúpate de que no te dé un azote en todos los morros. Además, vieja, el inspector quiere saber lo que habéis hecho con el muerto. Dice que si no registráis la muerte correctamente, entonces le vais a dar mucho más trabajo. Y eso os costará más que el tractor. Ja. A ver qué broma haces ahora.
– Entonces la cosa es sencilla -dijo Irina, echando un vistazo a su madre-, porque ya no tenemos nada. Nos lo habéis quitado todo.
– Bueno, es una pena -dijo Gregor-, porque nos ha dicho que os recordemos que el resultado más probable de un caso así es que se lleven a la niña. Ha dicho que es posible que os declaren no aptos para cuidarla.
Kiska se quedó quieta y callada junto a la puerta. Irina miró fijamente a Gregor. Combatió el impulso de aporrearlo hasta dejarlo aplastado. Después de tres respiraciones vacilantes, estrujó dicho impulso hasta conseguir una voz dulce y confiada.
Olga captó su retintín. Miró fijamente a su hija.
– Gregor. -Irina se acercó al muchacho-. Supongo que Ludmila no se habrá puesto en contacto contigo, ¿no? Antes de irse me pidió el número del almacén, para poder llamarte en privado.
– ¡Ja! ¿Qué?
– ¡Por los santos! ¿Qué he hecho? ¡Ahora se morirá de vergüenza!
– ¡Mira lo que te pasa, Irina, cuando abres ese agujero estúpido! -Olga blandió un dedo a través del humo. Miró a Gregor con los ojos entrecerrados y esperó su reacción.
– No, contadme. -Gregor bajó el arma.
– Bueno, no es nada -dijo Irina-. Tendría que haber mantenido la bocota cerrada. Ella me va a odiar por haberlo mencionado.
– Pero Irina, hija, espera -dijo Olga en tono razonable-. La verdad es que ella nos hizo creer que el muchacho ya conocía sus sentimientos.
Irina dejó que su mirada reptara por el techo.
– Bueno, puede que tengas razón. Dios sabe cuántas veces he tenido que lavarle las bragas una y otra vez porque ella creía que se iba a encontrar con Gregor en el almacén.