La mirada de Ludmila recorrió la calle en busca de la silueta de andares chulescos de Maks.
Estaba empezando a asimilar la verdad. Por mucho que se hiciera la dura, no se había acercado mucho a su verdadera misión en Kuzhnisk, que no era otra que salvar a su familia. Misha no era un factor en aquella ecuación, ni tampoco Sergei, ni Ivan, ni Oksana, ni los bollos, el café o el vodka.
Vio el rostro radiante de su abuela al descubrir que las sopas de Kuzhnisk bullían llenas de carnes, y que venían con ensaladas al lado tan grandes como jardines y con un pan negro tan abundante como los escarabajos en el verano.
Mejor será que encuentres vendas y ungüento -diría Irina, mirando de reojo a Olga y su plato lleno de comida-. Tenemos que vendarle ese corte que parece que tiene tu abuela en la garganta.
¡Véndate tus propios cortes! -diría Olga en tono irritado-. ¡Las viejas necesitan comer! Ya no digamos una vieja en un estado de abandono tan avanzado como tú me has dejado. ¿Es que no sabes nada? Los hornos de las viejas no funcionan bien, hace falta más comida para conseguir la dosis de nutrientes de un ratón. Tienes suerte de que no te exija también tu plato, que es lo que tengo derecho a hacer después de recibir una recompensa tan miserable por traer una familia al mundo.
Y así empezarían las viejas discusiones, unas discusiones que pese a todo su veneno, resultaban tan cómodas como pañuelos empolvados, de tantas veces que las habían tenido.
¡Si tuvieras ni que fuera un ojo sano te habrías dado cuenta de que aquel hombre no valía un céntimo!-acabaría diciendo Olga del padre de Ludmila.
Sí -escupiría Irina-, y eso es justamente lo que me dijiste el día de mi boda, ¿verdad? Son las mismas palabras que salieron de tu boca y exactamente en el mismo orden, ¿verdad?
¡En tu boda ya era demasiado tarde para decirte nada, cuando ya habías aceptado como una estúpida casarte con aquel hombre! ¡Qué podía hacer yo más que buscar un recoveco más hondo donde depositar mis lágrimas!
¡Bueno, la verdad es que las depositaste bien, en un lago de vodka!
Y así continuarían las lamentaciones y los golpes a los muebles, las comidas amargas para los santos, que a veces llevaban a los Derev a zurrarse por tonterías y a veces, en los días de mucha suerte, los convertía en una sola fuerza amarga enfrentada a terceros, habitualmente a Lubov Kaganovich, la del almacén.
Pero aquella noche Ludmila no sentía más que un fantasma de la agitación familiar. Un fantasma que se desplegó ante ella con menos fuerza que un copo de nieve al golpear el suelo y después desapareció.
Y ella supo que era un faro que la llamaba.
Iba a viajar a casa. Allí estaría Misha.
– Gregor no está. -Maks estaba asomado a la ventana de la cocina. A su lado, en el suelo, Gregor yacía muerto. Una herida infligida con una palanca brillaba hinchada en la parte de atrás de la cabeza. La palanca colgaba todavía de la mano de Maks.
– Tiene que estar ahí -gritó Karel Kaganovich desde el patio-. ¿Dónde va a estar, si no?
– Se ha ido a esperar al tren -dijo Maks-. ¿O es que crees que iba a dejar a la región entera pasando hambre?
– No creo que haya ido a esperar al tren.
– Entonces no vengas a preguntarme dónde puede estar. Es pariente tuyo, no mío. Te digo que se ha ido a esperar el tren, y si no eres capaz de aceptar eso, entonces no te puedo ayudar.
– ¿Qué habéis hecho con él? -Karel hurgó en la oscuridad del patio con su linterna.
– ¡Menudas sospechas! Te olvidas de que la pistola la tiene él, no yo. ¿Qué iba a hacer yo contra una pistola cargada?
Olga e Irina estaban sentadas en el rincón más oscuro de la habitación principal. Kiska estaba de rodillas entre ellas, jugueteando con el dobladillo de su falda. Olga le hizo un gesto a Maks para que se librara del chaval de los Kaganovich.
Maks se encogió de hombros, impotente, y volvió a inclinarse hacia la ventana.
– ¿No has oído que esta noche han asaltado el tren? Está todo volcado y Misha Bukinov ha muerto. Gregor se ha ido corriendo como un conejo hasta allí a salvar lo que pudiera. Y ha dicho que tú fueras corriendo detrás de él, deprisa, y que lo ayudaras a detener la cascada de panes.
– ¿De qué asalto hablas? -gritó Karel en tono vacilante-. Déjame entrar para hablar contigo como es debido. ¿Y por qué me estás diciendo eso ahora, cuando tendría que ser lo primero que me dijeras?
– Si tienes orejas en la cabeza, entonces escucha bien lo que te digo: no tienes nada que hacer aquí mientras mi familia duerme, lo que tienes que hacer es ir al tren, donde te espera tu primo. Luego no me echéis la culpa a mí si no te has presentado a ayudarle, o si pasa algo terrible porque llegas demasiado tarde. Pienso contar exactamente cuál ha sido tu actitud, y cómo has decidido quedarte aquí poniendo excusas perezosas para no tener que hacer el camino tú solo.
Hubo una pausa mientras Karel enfocaba una vez más a su alrededor con la linterna.
– ¿Quién te ha contado lo del asalto?
– Unos combatientes ubli que pasaban de camino al frente. Nos han dicho que nos diéramos prisa si queríamos pan esta semana, porque los gnezvarik habían volcado el tren. -Maks se volvió hacia la penumbra del interior y miró a sus madres con los ojos en blanco. Echó un vistazo al cuerpo hinchado de Gregor, que seguía tumbado en una posición extraña, encima de un charco de sangre-. Y escúchame con atención -volvió a gritar por la ventana-. Gregor es quien ha recibido la noticia en persona. Ha actuado deprisa, que era lo que tenía que hacer, y no le puedo culpar por su reacción, por mucho que me gustara hacerlo. Ha reaccionado de inmediato marchándose al cruce. Iba apuntando hacia delante con la pistola y se ha marchado directo.
– ¿Y cómo es que no has ido con él?
– ¿Y dejar la casa aquí llena de mujeres, y con una niña de teta?
– ¡Yo no soy una niña de teta! -gritó Kiska a través del humo. Su grito fue respondido por una serie de susurros por lo bajo.
– ¡Aah! ¡Aah! -gritó Karel-. ¿No me decías que toda tu familia estaba dormida? ¡No hay ni una sola palabra que salga de tu lengua que no sea una mentira!
– ¡Ah! ¡Ah! -gritó Maks-. ¿Y tú te crees que alguna familia de la clase que fuera podría dormir con todos los berridos que estás soltando junto a la ventana? ¡Si hasta los muertos se despertarían! ¡El apellido Kaganovich no ha traído nada más que preocupación y pánico a esta casa: Tendría que salir y darte una buena paliza!
Maks, Irina y Olga permanecieron inmóviles, en espera de que de la conversación saliera alguna esquirla de esperanza. Maks podía rechazar al muchacho, porque tenía la pistola de Gregor discretamente apoyada detrás de él. Pero matar al último pariente de un enemigo era abrir la puerta a una batalla a muerte. No solamente eso, sino una batalla que duraría generaciones, hasta que ambos linajes quedaran destruidos. Así que, aunque Maks se sentía tentado de acabar con la situación, se contuvo y esperó a que Karel calculara qué hacer.
Lo cual no iba a ser rápido.
Los Derev intentaron convencer mentalmente a Karel de que hiciera lo más obvio: que se marchara al cruce, un viaje de ida y vuelta que les permitiría a ellos ganar tiempo hasta el amanecer. Entonces los tres Derev intentarían cargar con el gordo cadáver de Gregor y llevárselo lejos, porque Maks había sido incapaz de hacerlo solo.
– Bueno -dijo Karel.
La familia contuvo la respiración.
– Está claro que tengo que volver al pueblo a por el inspector y su coche. Si no, me voy a pasar horas caminando, quizás para nada.
– ¿Cómo que para nada? -gritó Maks-. Ya te he dicho lo que tienes que hacer, en palabras textuales de tu primo.