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La inverosimilitud del hecho de que los gemelos se encontraran en aquel lugar congelado y parecido a un búnker de pronto endulzó el recuerdo de su viaje por los cielos. Los uniformes azules, blancos y rojos. Acentos de East Anglia, del norte y del West Country. Tazas de té. Mantequilla de la buena. Galletas de mantequilla.

Blair hurgó en su bolsa en busca de una bolsita de cóctel. No parecía haber ningún sitio donde sentarse a tomar un refresco, así que se lo vació en la boca, sin diluir. Los cristales le estallaron en la lengua y le hicieron toser.

– Bueno -farfulló, mirando a su alrededor.

– ¿Bueno qué? -dijo Conejo-. ¿Cuánto falta para que volvamos a subir al avión? Me muero por un cigarrillo, espero que por lo menos haya tiempo de salir a echar un pitillo. -Recorrió con la vista la triste escena postsoviética-. ¿Crees en que la tienda aceptarán dinero de verdad? Tenemos que llevarnos algo a casa, aunque sea para demostrar que hemos estado aquí.

– Hum. -Blair se pasó una mano por la entrepierna-. Creo que todavía falta una eternidad, Nejo.

– No podemos ser los únicos que se han bajado de nuestro avión, ¿verdad? -Conejo vio cómo los dos últimos pasajeros desaparecían en la niebla-. No será que todo el mundo se ha quedado en el avión para volver ya, ¿verdad, Blair?

Un soldado observaba a los dos hermanos. Al ver que evitaban su mirada, se acercó hacia ellos y les hizo un gesto con su arma en dirección a una ventanilla. Ellos obedecieron. La ventanilla resultó ser un puesto del servicio de inmigración. Blair intentó explicar que estaban en tránsito.

– En tránsito -le gritó a la mujer-, seguimos nuestro viaje.

– Volvemos a Inglaterra -añadió Conejo por encima de su hombro.

Blair le hizo un gesto brusco con la mano.

– Shhh, Nejo, ya me encargo yo.

– Tú dile que nos volvemos, que no nos hace falta visado.

– Bueno, pero ahí está el problema: que no nos volvemos, Nejo.

– ¿Qué quieres decir?

– Que estamos en tránsito.

Conejo se volvió para mirar a su hermano, con los brazos colgando.

– Habla por ti, colega. Yo me voy para casa.

Mientras lo decía, un gemido de turbinas resonó a través de las puertas de la terminal. Blair tensó la boca para formar una sonrisa y abrió mucho los ojos para formar lo que confiaba en que fuera una expresión alentadora. Lo que parecía, sin embargo, era una calavera suplicante.

– Bueno, pero ahí está el problema: el billete es para un lugar más adentro del Cáucaso, en el lado ruso. Son mucho más civilizados allí, Nejo, o sea, no ibas a creer que te iba a dejar aparcado en un sitio como éste, ¿verdad? ¿En un rincón cualquiera del extranjero? Y lleno de soldados. Me podría haber quedado en casa, si lo que quería era dejarte aparcado entre soldados y armas. Nos vamos a un sitio como Dios manda, y nos van a venir a recoger al avión y a cuidar de nosotros. Solamente tenemos unas cuantas horas de tránsito, para acostumbrarnos a las cosas y mirar un poco las tiendas. Ten: en ese tiempo te puedes fumar un cartón entero de pitillos y le podemos entrar a ese matarratas de licor que tienen por aquí, en las tiendas. Nos lo vamos a pasar bomba.

– Me abro a casa ahora mismo.

– Bueno, pero Conejo, es que el avión acaba de seguir su camino a Tashkent.

Conejo se levantó las gafas y posó la mirada sobre Blair. Se quedó un momento inmóvil, sin que apenas pareciera que respiraba. Luego se quedó boquiabierto.

– Dime que te estás marcando una vacilada colosal.

19

– ¿Y dónde está esta hija de usted? -Abakumov caminó en círculo por la habitación principal de la cabaña-. Después de tanto lloriquear, ahora resulta que son ustedes una familia con el suficiente dinero como para mandar a una hija de vacaciones.

– No sabemos dónde está. -Irina le echó un vistazo a Olga, que estaba sentada, respirando con dificultad, junto a la ventana-. La tragedia visita hoy su vida, ya que a su prometido lo han matado en el cruce, tal como le acabo de decir. Una bala en el corazón es el pan de cada día, así que no es precisamente una señal de respeto el que diga usted que se ha ido de vacaciones: esa noticia la va a destrozar.

Maksimilian estaba fuera, echando nieve encima del cadáver de Gregor. Sus madres rezaban para que no entrara con la pistola.

Lubov dio un golpe de barbilla.

– Es muy preocupante la muerte del joven Bukinov. Pero me lleva a hacer otra pregunta más importante: ¿dónde están mi Gregor y mi Karel, y dónde está tu jodido chaval con el tractor?

Siguió un momento de silencio, roto por los suaves susurros y los pedos del fogón y acompañado de parpadeos de su luz.

– Bueno. -Olga cambió de postura en su silla-. Si eso es todo lo que tienen decir, me llevo mis doloridos huesos a la cama.

– Ni hablar. -Abakumov se interpuso en su camino-. Porque aunque se haya esforzado usted en llenar de humo su chabola, no ha conseguido suprimir el olor a carne podrida. Lo cual me lleva a creer que sigue teniendo el cadáver del viejo en su habitación: algo que constituye otro delito. -Se dio la vuelta para contemplar tanto a Irina como a Olga, y extendió lentamente las manos hacia los lados-. He intentado ser justo con ustedes. Les he dado todas las oportunidades de responder correctamente a esta situación. Pero ustedes han demostrado ser demasiado salvajes para merecer el más básico de los respetos humanos. Y en base a eso, sin necesidad de hacer más valoraciones, les declaro incapaces de cuidar a una criatura. Y declaro sus naturalezas y forma de vida demasiado impropios para permitirles ser propietarios u ocupantes de una propiedad tan cercana a la frontera. -Hizo una pausa para dejar que sus palabras calaran-. Me veo por tanto, y lamentándolo muchísimo, obligado a llevarlos a ustedes a un lugar donde puedan ser juzgados y reasentados. A la criatura se le encontrará un hogar adecuado. -El inspector se volvió hacia Lubov-. ¿Cree usted que va a aparecer alguno de sus hijos? Puede que me haga falta algo de ayuda para llevarme a unos especímenes como éstos.

Y mientras lo decía, una ráfaga de aire trajo un ruido de voces a la puerta. Lubov fue hasta allí y miró el exterior con los ojos guiñados.

– ¡Mira por dónde! Basta que lo diga usted, inspector, y ya vienen.

– ¿Quieres tranquilizarte? -La madre de Ivan se recolocó un medallón enorme de falso estilo persa sobre las telas de su bajo cuello y se miró en el espejo del baño con una cara como de lagarto.

– ¡Estoy perfectamente tranquilo! -vociferó Ivan desde la puerta-. Tómate todo el tiempo que necesites, y deja que nuestros visitantes, nuestros clientes, que sin duda tienen amigos en casa esperando que les recomienden algún servicio como el nuestro, y que tienen al americano pendiente de si les va bien, se esperen en el aeropuerto de Stavropol, con sus miles de dólares en metálico, pasando frío.

– ¡Eres peor que una novia usada en su noche de bodas!

– O sea, no es que la gente que merodea por el aeropuerto de Stavropol sean tipos desagradables. No se puede decir para nada que sean capaces de decir cualquier cosa para que nuestros clientes se metan en sus taxis y se dejen despojar de un dinero sobrante que de otra forma se gastarían insensatamente con nosotros, encontrando el amor verdadero y una maravillosa vida familiar.

Anya salió taconeando por la puerta del baño y le arreó un tortazo a su hijo.