Tarod se volvió, de pronto, en la camilla y gimió, como molesto por el cambio. Kael, al oírlo, hizo una seña a Taunan, y ambos espolearon sus caballos.
Mientras cabalgaban en dirección a la imponente mole del Castillo, una forma pequeña, apenas visible a la luz menguante del crepúsculo, se destacó de las sombras que rodeaban la puerta y saltó rápidamente sobre la hierba en su dirección. Taunan sonrió al reconocerla.
—Nuestra llegada no ha pasado inadvertida —dijo—. Es el gato de Grevard.
Aquel bulto se convirtió ahora en un pequeño felino gris de brillantes ojos amarillos, que se volvió al alcanzarles y corrió junto al caballo de Taunan. Esos gatos eran originarios de las regiones del norte y, aunque tendían a ser salvajes, eran también grandes oportunistas que a menudo se introducían en las colonias humanas. Varias docenas de ellos, medio domesticados, vivían en el Castillo y sus alrededores, y el médico Grevard, al igual que otros, había adoptado uno de ellos como animal de compañía. Los gatos tenían aptitudes telepáticas y, con paciencia, podían ser empleados como útiles mensajeros, aunque las diferencias entre la conciencia de los humanos y la de los felinos hacían que la comunicación no fuese muy fiable. Kael notó cómo aquella criatura sondeaba su mente un instante antes de volver su atención a la de Taunan.
— ¿Puedes persuadirle de que avise a Grevard que le necesitamos? —preguntó Kael, esperanzada.
—Tendré que intentarlo.
Taunan miró al gato; éste vaciló, levantó una pata y, un segundo más tarde, volvió corriendo al Castillo. Taunan le miró alejarse y se encogió significativamente de hombros.
Pero, por lo visto, el gato había transmitido el mensaje, pues la puerta empezó a abrirse. Brilló una luz débil en el interior, el arco pareció dilatarse y, de pronto, el sordo rumor de los cascos de los caballos sobre el césped dio paso a un fuerte y sonoro repiqueteo cuando pisaron las losas del patio principal.
El escenario en que se hallaban ahora ofrecía un vivo contraste con el tétrico exterior del Castillo. El vasto patio, cuadrado y embaldosado, estaba rodeado de unos altos muros por los que se encaramaban a su antojo las parras y las enredaderas. Aquí había luz; un suave resplandor ambarino de cientos de ventanas que se abrían en las negras paredes, dando a la escena un aire etéreo. En el centro del patio manaba una adornada fuente, cuya agua captaba la luz y la desparramaba en cascadas de diminutos puntos luminosos. Más allá de la fuente, una escalinata flanqueada a ambos lados por sendas columnatas, conducía a la puerta de entrada. La paz, la tranquilidad y la estabilidad del escenario conmovieron, como siempre, a Kael, que sintió una vez más el orgullo de ser bien recibida en aquella increíble mansión. De pronto, la aparición de varias personas que salían a recibirles, rompió el hechizo. Kael reconoció entre ellas a una mujer de edad mediana, menuda, ligera y de cabellos rubios.
— ¡Themila!
La Hermana se apeó sonriente de su montura y correspondió al abrazo de la mujercita.
Themila Gan Lin, Iniciada del Círculo, besó a su vieja amiga en ambas mejillas.
—Querida mía, cómo es que has vuelto tan pronto? ¿Pasa algo malo?
Y entonces vio la camilla.
Kael le explicó lo ocurrido, con las menos palabras posibles, y Themila se inclinó sobre el muchacho inconsciente.
— ¡Pobre chiquillo! Hiciste bien en traerle directamente aquí,
Kael.
—Aquí está Grevard —dijo Taunan, aliviado.
El médico se abrió paso entre el grupo que habían formado los curiosos del Castillo, saludó con distraída cortesía a Kael y a Taunan, se agachó junto a la camilla y miró al muchacho, palpando ligeramente su brazo con dedos prácticos.
—El hueso ha sufrido una grave fractura y la fiebre es alta — dijo—. El gato me avisó de que el chico estaba muy mal, y parece que no se equivocó.
— ¿Pudo decirte todo esto?
—En momentos así, estas criaturas son muy útiles, Señora. — Grevard sonrió, al ver la sorpresa de Kael—. Gracias a mi gato, están ya encendiendo fuego en una de las habitaciones libres. Bueno, veamos si podemos trasladarle en su camilla sin causarle demasiadas molestias.
La actitud decidida y experta del médico tranquilizó a Kael, que observó cómo dos hombres, dirigidos por Grevard, levantaban la camilla y la introducían por la puerta principal. Después se vio rodeada de gente curiosa que quería saber la identidad del desconocido. Los forasteros eran raros en el Castillo, a menos que se celebrase alguna fiesta oficial, y todos los esfuerzos de Themila para atajar las preguntas y llevarse a Kael de allí fueron vanos, hasta que al fin la llegada de otro personaje acalló la algarabía.
El recién llegado tenía el rostro aguileño, ojos perspicaces, cabellos peinados hacia atrás y grises en las sienes, y al oír su voz, todos guardaron respetuoso silencio. Como Taunan y Themila, llevaba una insignia sobre el hombro, pero ésta era un doble círculo concéntrico, dividido por un rayo igual. Era Jehrek Banamen Toln, el Sumo Iniciado en persona, el jefe del Círculo.
—Kael, ¡qué inesperada sorpresa! —La sonrisa de Jehrek era afectuosa, suavizando las duras facciones de su semblante—. Grevard me ha dicho que encontraste un niño que necesitaba sus cuidados.
Taunan, que había permanecido incómodamente en pie junto a su caballo , habló ahora:
—Hay algo más, Señor. Si puedo hablar contigo...
El Sumo Iniciado frunció el entrecejo.
—Claro que sí, Taunan, si es algo que tengo que saber. Pero...
Antes de que pudiese seguir hablando, fueron interrumpidos por un muchacho de largas piernas que bajó corriendo la escalinata y a punto estuvo de chocar con el Sumo Iniciado. Jehrek se volvió hacia él.
—¿Qué modales son éstos, Keridil? Te he dicho otras veces que...
El muchacho, que tenía aproximadamente la edad de Tarod, sonrió descaradamente.
—Discúlpame, padre. Pero he visto la camilla y quiero saber lo que ha pasado.
Los cabellos de un castaño claro y los ojos también castaños de Keridil debían parecerse mucho a los de Jehrek en su juventud, y Taunan disimuló una sonrisa al preguntarse, irreverente, si el Sumo Iniciado habría sido tan ingenuo a su edad.
—Sea lo que fuere, no es de tu incumbencia, de momento —dijo severamente Jehrek a su hijo—. Taunan y yo tenemos que hablar de ciertos asuntos.
—Entonces, ¿puedo ayudar a Grevard a cuidar al recién llegado?
— ¡Claro que no! Grevard ya tiene bastante quehacer, sin que se entrometan los niños en su trabajo. Si quieres servir de algo, puedes acompañar a la Señora Kael Amion al comedor y darle algo de comer.
Y, mientras Keridil trataba de disimular su contrariedad, el Sumo Iniciado hizo una reverencia a Kael—. Si nos disculpas...
Kael sonrió y asintió con la cabeza, permitiendo que Themila la asiese del brazo, y observó cómo se alejaban los dos hombres por el patio.
Jehrek Banamen Toln se retrepó en su sillón tapizado y contempló la pequeña lámpara votiva que ardía constante mente en una mesa junto a la ventana. A la débil luz de la estancia, Taunan pensó que parecía tenso.
—Esta historia no me gusta, Taunan —dijo lentamente Jehrek—. Un niño que puede tener tanto poder...
— No creo que él se diese cuenta de que podía ejercerlo, Señor. Ciertamente, no tenía idea de lo que era.
Jehrek sonrió débilmente.
—En esto no es el único.
— Desde luego, no. — Taunan rebulló incómodamente en su sillón—. Pero es indudable que el muchacho tiene poder, y un talento innato para emplearlo.
—Y tú vas a decirme que necesitamos más que nunca este poder. Lo sé, Taunan; lo sé.